“La belleza de Mallorca es mucho mayor bajo tierra que en la superficie”, quien dice esto obviamente es espeleólogo, pero también submarinista y su nombre es Xisco Gràcia. Unos meses atrás este profesor de geología se embarcó en lo que sería, según sus propias palabras, “la peor pesadilla de un submarinista”.
El sábado 15 de abril, Gràcia se sumergió en una inmersión de rutina para explorar, junto a Guillem Mascaró, Sa Piqueta, una cueva con numerosas cámaras a la que se tarda una hora en llegar, a nado. Su objetivo era realizar un mapa del complejo sistema y regresar con algunas muestras. Cuando fue el momento de regresar, siguiendo un cable que les permite retroceder por el camino recorrido, se dieron cuenta que esta línea de vida se había roto o perdido. La cosa empeoró cuando sin querer agitaron el suelo de la cueva, removiendo el cieno, lo que dificultó mucho su visión. Pasaron una hora intentando encontrar el cable casi a ciegas, pero fue imposible.
En este punto, Mascaró y Gràcia ya se encontraban en peligro: no solo estaban perdidos, también habían consumido por completo el aire que habían traído para entrar y salir y les quedaba muy poco del de emergencia. En medio de todas las malas noticias, recordaron que muy cerca había una cueva con una bolsa de aire que les permitiría respirar un poco y barajar sus opciones.
Línea de vida para la exploración de cuevas submarinas. Crédito imagen: Toni Cirer
«Decidimos que me quedaría – explica Gràcia en una entrevista – y Guillem buscaría ayuda, estaba más delgado que yo y necesitaba menos aire para respirar, mientras que yo tenía más experiencia respirando el aire de la cueva, que tiene mayores niveles de dióxido de carbono”. El aire que respiramos en la superficie tiene un 0,04% de dióxido de carbono, en la cueva llegaba al 5%.
Una vez solo, Grácia comenzó a explorar esta cueva que se inundó cuando el nivel del mar subió 60.000 años atrás. Tenía unos 80 metros de largo y 20 de ancho. La bolsa de aire era un espacio de 12 metros entre el agua y el techo de la cueva. Tuvo la suerte de que el agua del lago que se había formado allí era potable, pero debió arreglarse casi sin luz debido a que sus tres linternas habían consumido prácticamente toda la batería. Las primeras 8 horas mantuvo la esperanza, “pero a medida que pasaba el tiempo, empecé a perder la esperanza. Creía que Guillem se perdió y murió y nadie sabría que estaba aquí abajo”, añade Gràcia. Los efectos del dióxido de carbono comenzaron, provocándole dolor de cabeza y zumbidos. No podía dormir pese al cansancio, comenzó a tener alucinaciones y a perder la noción del tiempo.
Xisco Grácia con cuatro tubos de oxígeno, cada uno tiene para una hora. Crédito imagen:Pere Gamundi
En algún momento escuchó ruidos por encima de él y pensó que lo estaban buscando (el equipo de rescate intentó realizar una serie de perforaciones para enviarle comida, pero no tuvo éxito), pero luego cesaron y Gràcia se enfrento a su realidad. “Había consumido casi por completo la batería de la linterna y sabía que luego no sería capaz de bajar de la roca en la que estaba para beber. Decidí nadar hasta donde dejé mi equipo y coger un cuchillo, quería tenerlo como último recurso si tuviera que elegir si morir rápido o lentamente”. Por suerte no mucho después comenzó a oír ruido de burbujas y una luz que ascendía desde el fondo del agua. Era Bernat Clamor, otro submarinista que venía a iniciar el rescate. Porque para que saliera de la cueva aún faltaban ocho horas. Gràcia se quedó con algunos sobres de glucosa que le había llevado Clamor y algo de oxigeno enriquecido, lo que le permitió recuperar la calma y la energía.
Finalmente, 60 horas después de entrar en Sa Piqueta, Gràcia regresó a la superficie. Su temperatura corporal era de 32ºC, muy cerca de la hipotermia. Inmediatamente lo llevaron al hospital, donde pasó la noche mientras le realizaban pruebas para confirmar que todo estuviera en orden. Un mes después no solo volvió a practicar submarinismo, también fue a la misma cueva en la que pasó más de dos días completos. “Llevo 24 años explorando cuevas. Lo llevo en la sangre”, concluye Gràcia.
Juan Scaliter
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