En los próximos días bellos acontecimientos tendrán lugar sobre nuestras cabezas en el cielo nocturno.
Las perseidas (o lágrimas de San Lorenzo), ya entrenando para llevar a cabo esta hazaña, deben su nombre al sitio desde donde viajan: la constelación de Perseo.
Estas estrellas fugaces se crean, podríamos decirlo así, por accidente. Como cada año, en su viaje alrededor del Sol nuestro planeta pasa por una zona llena de polvo y escombros tirados allí a su suerte por el cometa Swift-Tuttle.
Esos cuerpos están formados de material rocoso con una pizca de hielo. Cuando son atrapados por el campo gravitatorio de la Tierra, entran en nuestra atmósfera y ‘saltan’ hasta la superficie del planeta.
Por fortuna, nuestra atmósfera está más que preparada para recibir estos impactos. A consecuencia de la fricción con el aire las calcina reduciéndolas a cenizas. Es en ese preciso instante en el que despliegan su último aliento, su último brillo, para nuestros ojos. Así nace y muere a la vez una estrella fugaz.
Es decir, no son estrellas, sino partículas de polvo incandescentes.