La fiesta de las feromonas es una de las veladas más esperadas en ciudades como Los Ángeles, Londres, París… Mujeres y hombres se citan a ciegas para encontrar pareja. La etiqueta exige elegir una camiseta con la que el invitado dormirá durante tres noches, dejando que absorba su almizcle personal. Si la consigna para entrar es pintoresca, más es lo que viene después. Cada uno llega con su prenda en una bolsa de plástico sellada herméticamente a la que se le asigna un número. El espectáculo arranca cuando los participantes empiezan a oler las bolsas del resto hasta sentir que una de ellas destila la chispa necesaria para tener un vis a vis íntimo con su propietario. Algo así como un flechazo al primer olor por obra y gracia de las supuestas feromonas.
La primera la preparó la artista estadounidense Judith Prays en 2010 en una galería de arte de Brooklyn (Nueva York). Desde entonces, convoca habitualmente a solteros y solteras a través de sus redes sociales y ha exportado la idea a otras ciudades. En Londres, hace un año 140 personas se reunieron en Stories Bar, un local de moda ahora cerrado. Y en París hablamos con Florian Delifer, organizador de este tipo de fiestas en Little Big City, para interesarnos por la próxima convocatoria. De momento, dice, aún no se ha fijado fecha. Pero la habrá.
Solteros y solteras buscan su pareja perfecta en las fiestas de las fermonas
La posibilidad de que existan feromonas humanas, a pesar de ser un asunto reciente, palpita en los laboratorios, pero si además le añadimos la ilusión de un elixir erótico que nos lleva hasta la persona más idónea, el debate entonces se acalora. ¿Hay feromonas humanas del sexo? “Si las hubiera, las dos mejores candidatas serían la androstenediona (Y) y el estratetraenol (EST). La primera la secreta el hombre en las axilas y en los testículos y sería un componente más del sudor y del semen. La segunda la produce la mujer”, indica Eduardo Weruaga Prieto, profesor de Biología Celular de la Universidad de Salamanca.
Pero veamos qué ocurrió cuando un grupo de científicos de la Universidad de Australia Occidental replicó hace unos meses, en laboratorio y con un tono menos fiestero, las veladas de las feromonas. Los investigadores reclutaron individuos de ambos sexos con una edad media de 23,7 años. En la primera fase participaron 24 varones y 22 mujeres. La idea era comprobar si la exposición a las sustancias masculinas y femeninas que menciona el profesor salmantino modificaba de alguna manera sus comportamientos. Recibieron dos tareas informáticas que debían completar dos veces, en dos días consecutivos.
Algunos científicos critican el sesgo de las investigaciones financiadas por fabricantes de perfumes cuyo fin es envasar las feromonas en frascos
El primer día se los expuso a un aroma de control y el segundo a la feromona contraria a su género. Se les colocó debajo de la nariz una bola de algodón impregnada con el correspondiente químico. ¿Resultado? Nulo. Tales sustancias no provocaron ningún efecto en la percepción del sexo contrario.
El sabor y el aroma del cuerpo es único. La piel humana produce numerosas moléculas químicas conocidas como «compuestos orgánicos volátiles» (COV), que varían en cada persona.
Para la segunda tarea, se amplió la muestra a 94 voluntarios (43 varones y 51 mujeres). El equipo quería averiguar, esta vez mediante estímulos visuales, si tales sustancias generaban en ellos alguna atracción o una conducta infiel. ¿Qué ocurrió? De nuevo, nada. Las sustancias químicas no surtieron ningún efecto en los participantes. No mostraron ningún interés sexual hacia los sujetos de las imágenes. Estudios anteriores habían mostrado que, en un entorno de citas rápidas, la exposición a tales sustancias aumentaba la atracción sexual. El grupo australiano quiso ahondar en ello y probar su influencia en algunos comportamientos, como la percepción del atractivo o la apreciación de una posible conducta infiel.
Si no alteraron la percepción de género, ni la percepción del atractivo, su autor principal, el biólogo Leigh Simmons, cree que hay razón suficiente para no calificar a estas sustancias como feromonas sexuales. “Si lo fuesen, habrían actuado casi de forma subliminal en nuestro cerebro, empujándonos sexualmente hacia una persona u otra. Estoy convencido de que no funcionan”, dice. Los autores no descartan que otras sustancias químicas sean decisivas en el juego amoroso.
Los machos cabríos tienen en sus cabezas moléculas con un aroma cítrico que conecta directamente con el cerebro de las cabras y enciende su deseo sexual.
“La comunicación química entre los seres vivos es la más antigua en diferentes especies animales y vegetales, y no solo con un objetivo sexual o reproductivo. Los artrópodos, por ejemplo, usan feromonas como señal de alarma o para transmitirse entre ellos información territorial”, señala Weruaga Prieto.
Pero, antes de continuar, el biólogo Ferrán Martínez-García, profesor de la Universidad Jaime I (Castellón) y miembro de la Red Olfativa Española, cree conveniente repasar la definición de feromona: “Cualquier sustancia liberada al exterior por un individuo que promueve una reacción específica, bien un comportamiento o un proceso de desarrollo, en otro individuo de su misma especie”. Su descubrimiento ocurrió en 1959, cuando un grupo de investigadores alemanes dirigido por el bioquímico Adolf Butenandt, después de dos décadas de trabajo, logró aislar en las mariposas del gusano de seda un potente atrayente sexual que llamaron bombykol. Observaron que cuando las hembras liberaban esta feromona, atraían a más de un trillón de machos al instante. Necesitó medio millón de polillas hasta reunir suficiente material para el análisis químico y, sobre todo, hasta identificar esa única molécula capaz de estimular al macho. Una vez sintetizada esta molécula, comprobó que, efectivamente, era la que buscaban.
Weruaga aporta alguna pista más. “De las feromonas se sabe que suelen ser derivados de ácidos grasos, solubles en agua y muy volátiles. Son inodoras y las detecta el órgano vomeronasal, situado en el sistema olfativo”. En las hormigas, por ejemplo, sus glándulas exocrinas producen feromonas que indican a otras hormigas el camino a la comida, el momento de apareamiento, los límites de la colonia o si hay que defender el nido. Al morir secretan su última feromona, que avisará a sus compañeras y las guiará hacia el lugar de enterramiento.
Para evitar competencia en la reproducción, las reinas de este tipo de especies –hormigas, avispas y abejas– usan feromonas que tienen su origen en insectos ancestrales solitarios de hace 150 millones de años. Han sido decisivas para entender la evolución y el funcionamiento de sus comunidades. En las abejas, la reina secreta una sustancia que es ingerida en parte por las obreras. Con estas feromonas consigue malograr el desarrollo larval de estas hembras evitando que pueda haber otra abeja rival a la reina. Además, ataca con estas sustancias sus ovarios, dejándolas estériles. Finalmente, una vez fulminada la competencia, las usa como atrayente sexual para que lleven a los zánganos hasta ella.
En la areola del pecho de las madres lactantes se han encontrado glándulas cuya secreción estimula la succión del bebé. Es posible que ahí sí exista una feromona humana
En las hormigas, las feromonas tienen un efecto inmediato. Cuando alguna de ellas es molestada, unas glándulas situadas en su cabeza secretan una sustancia química muy volátil que difunde rápidamente en todas las direcciones. Esta es captada por otras hormigas, que despliegan su reacción de alarma y se preparan para su defensa.
En las mariposas, destaca el papel sexual de las feromonas. El macho corteja a la hembra frotando unos finos pelillos que posee en sus antenas y transfiriéndole una sustancia con potencial afrodisíaco. Esto hace que la hembra adopte una posición adecuada para la cópula.
También los árboles han desarrollado su propio sistema de envío de mensajería instantánea a otros congéneres y funciona de modo similar a cualquier red social humana. Gracias a la Wood Wide Web –así se ha bautizado–, si un árbol es atacado por insectos, químicos de feromonas se distribuyen inmediatamente a través de las fibras presentes en sus raíces y también mediante soplidos en el aire emitidos por los árboles. Es su modo de advertir a sus congéneres para que preparen su defensa ante
un inminente ataque.
Si en estas especies la acción de las feromonas parece indiscutible, en el caso de los mamíferos el estudio es mucho más complejo. Uno de los requisitos para ser feromona es que este comportamiento debe expresarse de modo innato. Es decir, que no haya previa experiencia del animal ni tampoco aprendizaje. Y resulta muy difícil precisar si una respuesta es innata o aprendida.
Aun así, ya se han encontrado varias. Los machos cabríos, por ejemplo, tienen en la piel de sus cabezas feromonas que estimulan a las hembras.
Investigadores de la Universidad de Tokio identificaron en 2014 el componente exacto de un ingrediente con cierto aroma cítrico que conecta directamente con el cerebro de las cabras y enciende su deseo reproductivo. Los científicos utilizaron gorras a medida para recoger los compuestos volátiles del animal durante una semana en machos fértiles y castrados. Los analizaron químicamente y dieron con un químico desconocido hasta entonces en el medio natural, el 4 ethyloctanal. Usando un método electrofisiológico monitorearon en tiempo real los cerebros de las cabras hembras y observaron sus efectos. Los científicos japoneses estudian si tal hallazgo podría ampliarse a otros tipos de ganado y a los seres humanos.
También en los ratones hembra está identificada la feromona que determina su comportamiento maternal y, a partir de ahí, Martínez-García ha creado un modelo que permitirá estudiar los mecanismos cerebrales que desencadenan la agresividad. “Las hembras que son madres desarrollan un comportamiento agresivo frente a los ratones machos, algo que no se detecta en las hembras vírgenes. Ataca cuando es madre y tiene unas crías a las que defender. Por eso, frente al macho es tan combativa como él o más”. Según descubrió su laboratorio, la misma feromona que genera atracción en una hembra virgen, induce agresión en una madre. Su actitud está determinada por el llamado cerebro sociosexual, una zona primitiva del cerebro responsable de comportamientos instintivos.
Los fabricantes de perfume han sintetizado en laboratorio la androstenediona y el estratetraenol.
Cualquiera de estos estudios en humanos sería aún más complicado. “Es muy difícil controlar la experiencia previa, tanto la sexual como la exposición a olores corporales de otras personas. No existe efecto feromonal, sino un simple aprendizaje olfativo. Asociamos el olor corporal de nuestras parejas con la relación sexual”, explica Enrique Lanuza, profesor de Biología Celular en la Universidad de Valencia.
Su colega Martínez-García sigue de cerca los avances del investigador francés Benoist Schaal, del Centro de las Ciencias del Gusto en Dijon, descubridor de la primera feromona en un mamífero que realmente cumplía los requisitos para tal consideración. Se trata de la 2-metilbut-2-enal de los conejos. Esta feromona mamaria permite a las crías, ciegas hasta el noveno día de nacimiento, orientarse hasta dar con el pezón de la madre en algo menos de seis segundos. Después de este hallazgo, Schaal está tratando de identificar una feromona mamaria en la areola del pecho femenino humano. Ahí ha encontrado que las glándulas de Montgomery emiten una secreción sebácea durante la lactancia.
Para probar el efecto, puso bajo la nariz del bebé una varilla de vidrio limpio mientras dormía. El niño continuó dormido sin mostrar ningún interés. Después tomó una muestra de la secreción de estas glándulas de una madre lactante y la colocó de nuevo bajo la nariz del bebé. Ahora sí reaccionó. Abrió su boca y empezó a succionar. “Es posible que ahí exista una feromona humana”, indica Martínez-García. Aunque es difícil aislarla entre tantas moléculas, su hallazgo podría ser un hecho trascendente para facilitar la lactancia de los bebés prematuros y aumentar sus posibilidades de sobrevivir.
Los humanos perdemos elórgano vomeronasal, que es el que detecta feromonas, durante el desarrollo embrionario. Una diferencia con otros mamíferos
De todo ello, Raúl G. Paredes, director del Instituto de Neurobiología de la Universidad Nacional Autónoma de México, extrae una conclusión: “Aunque se ha podido aislar la formula química de varias feromonas en otras especies, en el humano todavía no. En muchas especies son fundamentales para comunicarse y reproducirse, no así en el humano, donde la comunicación verbal y otro tipo de estímulos, visuales y auditivos, son más importantes. Evolutivamente, muchas especies dependen del olfato para adaptarse y sobrevivir en el medio ambiente en el que se encuentran. En la humana es probable que al principio de su evolución el olfato haya sido fundamental para interactuar con su medio ambiente. Conforme fuimos evolucionando, dejamos de depender de este sentido para adaptarnos”, explica.
De hecho, Weruaga Prieto recuerda que el órgano vomeronasal, el canal fundamental para reconocer estas señales, ni siquiera existe en los humanos. “Aparece durante la gestación, pero queda como un órgano vestigial en aproximadamente un 10 % de la población y sin ninguna utilidad”. Esta es una diferencia relevante respecto a otras especies mamíferas.
A pesar de ello y de lo difícil que resulta hacer experimentos con feromonas en nuestra especie, los científicos dicen que hay que buscar más, porque puede haber mucho por encontrar. Reclaman más bioensayos ajenos a intereses de comercialización para que no nos vendan como feromonas sexuales sustancias como la androstenona. “En los puercos sí tiene ese efecto, pero en el humano no se ha confirmado”, advierte Paredes.
El científico menciona a los cerdos para alertar de una de las últimas patrañas con envoltorio científico: los perfumes de feromonas. Tristram Wyatt, zoólogo de la Universidad de Oxford, explica: “La feromona, como todo lo que evoca sexo, es un concepto poderoso. Por eso a su lado aparecen mil productos que tratan de engatusarnos con la idea de hacernos más irresistibles. Es una idea muy atractiva, y las moléculas que mencionan suenan muy científicas. Tienen muchas sílabas. Son cosas como androstenol o androstenona. Y suenan mejor cuando se combinan con batas blancas de laboratorio. Lamentablemente, son afirmaciones fraudulentas apoyadas por ciencia poco fiable”, denunció en su conferencia El misterio oloroso de la feromona humana.
“Unas gotas en la piel y te vuelves irresistible. Totalmente falso”, dice el biólogo australiano Leigh Simmons después de demostrar la falacia de las que se creían feromonas sexuales.
Tampoco servirían si se tomaran de otro animal, por ejemplo, del cerdo. Sobre todo porque, como explica G. Paredes, las feromonas son específicas para cada especie. “Sí hay olores naturales o de otros animales que pueden ser agradables al olfato y contribuir a un ambiente relajado y romántico. Aunque en gustos se rompen géneros, puede ser más propicio para una cena romántica un ambiente con olores gratos. En cualquier caso, es bueno recordar la frase de Blas Pascal: hay razones del corazón que la razón no logra entender”.
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