Han encontrado cómo se activa el miedo patológico en el cerebro, y las neuronas específicas que hacen que se convierta en una emoción incontrolada. Con optogenética, han logrado silenciarlas
Los investigadores han conseguido activar y desactivar esas neuronas en modelos animales con una técnica que está haciendo enormes avances, conocida como optogenética. Al desactivarlas, los científicos provocaron que los ratones vivieran aterrorizados. Ese grupo de neuronas son las responsables de que el miedo esté bajo control.
El miedo es libre. Miedo a volar, a las arañas, a salir a la calle, a hablar en público. La lista de fobias ocuparía una enciclopedia.
De sobra sabemos que es un mecanismo natural, que nos protege en innumerables situaciones de cada día. Sin miedo, tendríamos muchas menos posibilidades de sobrevivir. Sin embargo, como en todo, hay una medida para ese miedo útil. Si traspasa la frontera, aparecen trastornos asociados, que van limitando nuestra vida. Hay quien no coge el coche porque una curva le parece un infierno, y quien tiene tantos que la calle se convierte en un túnel del terror.
El gran avance de una nueva investigación, llevada a cabo por científicos de la Universidad de Berna, es que han dado con las neuronas específicas, esa parcelita en el cerebro, responsable de que el miedo sea una enfermedad. Su actividad regula la cascada de hormonas y neurotransmisores que convierte nuestro cerebro en campo de ansiedad. Detectarlas, es un paso enorme para actuar sobre ellas. Si los científicos nos libran del miedo patológico, acabarán con una de los males más extendidos y limitantes de nuestra era.
Por qué hay quien no tiene miedo
Los mecanismos cerebrales que evitan el miedo han atraído mucha atención, ya que son relevantes para la terapia de los trastornos de ansiedad humanos.
Los investigadores de la Universidad de Berna y del Instituto Friedrich Miescher de Basilea han descubierto que la activación de neuronas identificadas de la amígdala central puede suprimir las respuestas de miedo.
El miedo es una reacción importante que nos advierte y protege del peligro. Pero cuando las respuestas al miedo están fuera de control, esto puede dar lugar a miedos persistentes y trastornos de ansiedad.
En Europa, alrededor del 15% de la población padece trastornos de ansiedad. Las terapias existentes siguen siendo en gran medida inespecíficas o no suelen ser eficaces, porque se carece de un conocimiento neurobiológico detallado de estos trastornos.
Lo que se sabía hasta ahora es que distintas células nerviosas interactúan entre sí para regular las respuestas al miedo, promoviéndolas o suprimiéndolas. En este proceso intervienen diferentes circuitos de células nerviosas. Se produce una especie de «tira y afloja», en el que un circuito cerebral «gana» y anula al otro, dependiendo del contexto. Si este sistema se altera, por ejemplo, si se dejan de suprimir las reacciones de miedo, pueden producirse trastornos de ansiedad.
La amígdala en la raíz del miedo
Estudios recientes han demostrado que ciertos grupos de neuronas de la amígdala son cruciales para la regulación de las respuestas de miedo.
La amígdala es una pequeña estructura cerebral con forma de almendra situada en el centro del cerebro que recibe información sobre los estímulos de miedo (el logo, el público que nos está escuchando, la curva que no queremos trazar en la carretera etc.) y la transmite a otras regiones del cerebro, que son las que activan una respuesta: sudoración, taquicardia, angustia… miedo. Esto hace que el cuerpo libere hormonas del estrés, cambie el ritmo cardíaco o desencadene respuestas de lucha, huida o que nos paralice.
Ahora, el grupo de científicos dirigido por los profesores Stéphane Ciocchi, de la Universidad de Berna, y Andreas Lüthi, del Instituto Friedrich Miescher de Basilea, ha descubierto que la amígdala desempeña un papel mucho más activo en estos procesos de lo que se pensaba.
La amígdala central no sólo es un «eje» para generar respuestas de miedo, sino que contiene microcircuitos neuronales que regulan la supresión de las respuestas de miedo.
En modelos animales, han demostrado que la inhibición de estos microcircuitos conduce a un comportamiento de miedo duradero. Es decir, cuando esas neuronas no actúan, el miedo no se detiene.
Sin embargo, cuando se activan, el comportamiento vuelve a la normalidad a pesar de que la situación estresante siga produciéndose.
Esto demuestra que las neuronas de la amígdala central son altamente adaptativas y esenciales para suprimir el miedo. Estos resultados se han publicado en la revista Nature Communications.
Optogenética para apagar las neuronas del miedo
Los investigadores dirigidos por Stéphane Ciocchi y Andreas Lüthi estudiaron la actividad de las neuronas de la amígdala central en ratones durante la supresión de las respuestas de miedo.
Pudieron identificar diferentes tipos de células que influyen en el comportamiento de los animales. Para su estudio, utilizaron varios métodos, entre ellos una técnica llamada optogenética con la que pudieron apagar con precisión -con pulsos de luz- la actividad de una población neuronal identificada dentro de la amígdala central que produce una enzima específica.
«El silenciamiento optogenético de estas neuronas específicas abolió por completo la supresión del miedo y provocó un estado de miedo patológico».
De este modo, se suprimieron las respuestas de miedo, con lo que los animales se volvieron excesivamente temerosos. «Nos sorprendió la intensidad con la que nuestra intervención dirigida a tipos celulares específicos de la amígdala central afectaba a las respuestas de miedo», afirma Ciocchi, profesor adjunto del Instituto de Fisiología de la Universidad de Berna. «El silenciamiento optogenético de estas neuronas específicas abolió por completo la supresión del miedo y provocó un estado de miedo patológico».
Cuando estas células no funcionan, los recuerdos de aquello que nos produjo un trauma, no se borran, algo que ocurre en las personas con alto nivel de ansiedad y trastornos relacionados con una situación traumática.
Una mejor comprensión de estos procesos ayudará a desarrollar terapias más específicas para estos trastornos. «Sin embargo, son necesarios más estudios para investigar si los descubrimientos obtenidos en modelos animales simples pueden extrapolarse a los trastornos de ansiedad humanos», añade Ciocchi.
Este estudio se realizó en colaboración con la Universidad de Berna, el Instituto Friedrich Miescher y colaboradores internacionales. Ha sido financiado por la Universidad de Berna, la Fundación Nacional Suiza para la Ciencia y el Consejo Europeo de Investigación (CEI).
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