CIENCIA

Galeno: “Si no eres filósofo, no eres médico, sino un mero recetador”

Para realizar esta entrevista hemos hecho un viaje en el tiempo y en el espacio hasta el Asclepeion de Pérgamo en el siglo II e.c., lugar dedicado a Asclepio, dios de la medicina, donde Galeno inició sus primeros estudios como médico 

Mónica Durán Mañas, Universidad de Granada

Para realizar esta entrevista hemos hecho un viaje en el tiempo y en el espacio hasta el Asclepeion de Pérgamo en el siglo II e.c., lugar dedicado a Asclepio, dios de la medicina, donde Galeno inició sus primeros estudios como médico.

Galeno (129-216 e.c.), natural de la ciudad de Pérgamo, en Asia Menor, fue médico, cirujano y filósofo en el Imperio romano. Su etapa como médico de militares en campaña y de gladiadores fue particularmente enriquecedora. También atendió a particulares y a emperadores como Marco Aurelio, con quien compartía un profundo interés por la filosofía estoica.

Galeno defendió la sangría como tratamiento principal, descubrió que las venas llevan sangre, y no aire, como proponían Erasístrato y Herófilo y, por sus tratados, sabemos que la peste antonina, de la época de Marco Aurelio, que se llevó por delante a aproximadamente un millón de personas, fue probablemente una pandemia de viruela para la que Galeno recomendaba métodos entonces pioneros que nos resultan familiares: no tener contacto con los enfermos y lavarse las manos. Fue prolífico en la escritura, lo que hizo de sus tratados la base de la medicina durante más de diez siglos.

La entrevista que sigue nace de un proyecto ideado en el marco de la Sociedad Catalana de Historia de la Ciencia (SCHCT) que busca acercar la historia de la ciencia al público general a través de un formato creativo: la entrevista ficticia a personajes históricos. Tras presentar el trabajo y la vida de Galeno en un relato a caballo entre realidad y ficción en el perfil de Instagram de la SCHCT, se invitó al público a realizar preguntas que han sido incluidas en la entrevista.

Asclepeion de Pérgamo, en la actual Turquía.

¿Es cierto que un sueño de su padre fue decisivo para iniciar su formación como médico?

Mi padre, Nicón, era una gran persona. Era arquitecto, pero tenía mucha curiosidad por todas las ramas del saber, no solo por la suya. Como buen padre, se centró mucho en mí y siempre me cuidó y veló por que no me faltara nada. Ya algo mayor, me alentó a iniciarme en la senda de la medicina, impulsado por un sueño en el que se le había aparecido Asclepio. Fue él quien me animó a visitar las distintas escuelas filosóficas: la estoica, la platónica, la peripatética y la epicúrea, pero también me instó a no quedarme con ninguna y a desarrollar un pensamiento crítico.

¿Qué nos cuenta de las escuelas médicas? ¿Quiénes fueron sus primeros maestros?

Frecuenté todas las escuelas: las enseñanzas de los dogmáticos, los empíricos y los pneumáticos. De mis primeros maestros dogmáticos recuerdo a dos: Sátiro, y Eficiano; de los empíricos, a Escrión. Sátiro fue para mí el más impactante. A través de ellos conocí la obra de los autores hipocráticos y el procedimiento de la sangría, llamada por nosotros los griegos “flebotomía” y por los romanos “venesección”.

Me interesa especialmente el tema de la sangría. ¿Cómo fue ese aprendizaje?

Oí hablar de ella durante los primeros años en mi ciudad, pero el concepto no caló realmente en mí hasta mis años como aprendiz en Esmirna, donde conocí a Pélope. De él aprendí los signos de cada humor, necesarios para entender la teoría de los cuatro humores (sangre, flema, bilis amarilla, bilis negra), que he utilizado durante toda mi carrera. A partir de ahí profundicé en la lectura de los escritos hipocráticos. Para ello, fue clave la lectura del tratado Introducción a Hipócrates, que había preparado Pélope para los principiantes.

Después de formarse en Asia Menor, se marcha a Roma por primera vez en el año 163. ¿Qué destacaría de ese viaje? ¿Encontró buenos colegas?

Estuve en muchísimos debates con médicos distinguidos, con filósofos… Aunque no va mucho conmigo la idea de trabajar de manera cooperativa, hubo discusiones interesantes tanto sobre anatomía, como sobre fisiología y terapéutica. Hubo algunos médicos que se sintieron ofendidos por mis trabajos y palabras. La mayoría pertenecían a alguna secta y chocaban con mi renuncia al dogmatismo. No podían soportarlo. Pero yo soy así, un alma libre, tal como me enseñó mi padre.

¿Destacaría alguna de esas discusiones?

Creo que destacaría la más sangrienta, la que se generó en torno a la flebotomía. En cuanto llegué allí, me enfrenté con los discípulos de Erasístrato, que inicialmente rechazaban de lleno la flebotomía, prescribiendo terapias como el ayuno o el ejercicio físico; terapias que, como dejo claro en mis tratados, debilitaban a los pacientes. Erasístrato era un médico que vivió varios siglos antes que yo. Decidí tomarlo a él como cabeza de turco; por eso, el primer tratado se llama Sobre la flebotomía contra Erasístrato. Sobre ese tema escribí tres tratados. El primero decidí redactarlo después de mi primer encontronazo con sus discípulos. Es la transcripción de uno de los debates más polémicos e interesantes que viví en el templo de la Paz.

Detalle de una xilografía que representa a Herófilo y Erasístrato.
Wikimedia Commons / Wellcome Images, CC BY-SA

¿Cuáles son sus argumentos en ese primer tratado?

Trato de centrarme en las bondades de la venesección mediante casos clínicos irrefutables que muestran cómo la pérdida de sangre produce enormes beneficios en los pacientes. Uno muy famoso fue el de la sirvienta de Estimarges. Tras un parto complicado, esta mujer estaba pletórica, ya que no había sido bien purgada al tener desviada la matriz. Seccionándole la vena del tobillo, Hipócrates le salvó la vida. En cambio, Erasístrato hubiera optado por terapias demasiado lentas, con graves efectos secundarios, como el ayuno o los ejercicios gimnásticos.

¿Qué significa que la mujer estaba pletórica?

La plétora es un exceso de sangre, un desequilibrio que puede venir principalmente por tres causas: el deterioro de la facultad general de la persona, alteraciones internas de los humores, que aparecen en los vasos sin razón aparente, produciendo inflamación, y un exceso de alimentos. La manera natural que tiene el cuerpo de controlarla es a través de mecanismos de evacuación como, por ejemplo, la hemorragia nasal, los vómitos, las hemorroides o la menstruación. Esta última es especialmente interesante, pues solo se produce en las mujeres, lo que está muy ligado a su estilo de vida.

¿Por qué la menstruación le resulta especialmente interesante?

Los hombres pasan el día fuera de casa en constante contacto con el sol y realizando esfuerzos, lo que les sirve como mecanismo de regulación. Las mujeres, en cambio, por su propia naturaleza, evacuan cada mes la parte sobrante de su humor sanguíneo, pues su estilo de vida ocioso favorece la plétora. Además, el parto y el propio embarazo constituyen una evacuación, lo mismo que la producción de leche, ya que esta se forma a partir de la misma sustancia que la menstruación. Esto explica que, durante la lactancia, la menstruación desaparezca. Por tanto, la menstruación es un factor protector contra muchas enfermedades, al igual que las hemorroides lo son para los hombres.

En sus tratados también habla de dietética o de gimnasia. ¿No hay en ello un punto de convergencia con Erasístrato, a pesar de sus críticas hacia él?

Lo que está claro es que la flebotomía es clave, pero no vale para todo y hay que saber discernir muy bien cuándo es necesaria y cuándo no. Es cierto que yo tengo tratados en los que hablo de alimentación y ejercicio para combatir la fatiga, pero no comparto la visión con Erasístrato. Para mí, igual que para mis colegas, la salud radica en llevar un modo de vida saludable y esto es lo que nosotros, los médicos griegos, llamamos díaita, que no es lo mismo que vosotros entendéis por “dieta”. Así, nuestra díaita no se limita solo a la alimentación, sino que incluye otros parámetros como el ejercicio físico, las horas de sueño, la ingesta de vino, etc., a los cuales conviene atender para conservar o restablecer la salud. Se trata, en definitiva, de escuchar al cuerpo para saber cómo restaurar el equilibrio. Sin embargo, a diferencia de Erasístrato, yo nunca propondría ayunar como remedio principal, aunque sí modificaría la ingesta de alimentos haciéndola más ligera o copiosa, dependiendo de las necesidades del paciente.

Su primer tratado tuvo un gran impacto. ¿Fue acaso el éxito del primero lo que le motivó a escribir los otros dos?

A raíz de mi primer tratado, se pusieron todos a practicar la flebotomía, causando graves estragos entre los pacientes y olvidando que Erasístrato nunca la usó. Aunque yo soy partidario de emplearla, creo que no hay que abusar, sino utilizarla como remedio solo cuando es necesario, ya que puede entrañar riesgos importantes. Existe el peligro de no calcular bien la cantidad de sangre que debemos extraer o de no seleccionar la vena correcta, por ejemplo, con fatales consecuencias para los enfermos. Entre el primero y el último median casi treinta años y pienso que, a estas alturas, ya puedo aportar consejos prácticos sobre cómo practicar la flebotomía de forma específica en función de las características particulares de cada paciente.

Para terminar, ¿cree que su formación de filósofo ha sido clave para su práctica médica?

Por supuesto. De hecho, uno de mis tratados se titula El mejor doctor es también un filósofo. En él procuro hacer entender que la filosofía es necesaria para practicar el arte de la medicina. Para mí, la base está en la lógica aristotélica. En primer lugar, el médico necesitará la lógica para razonar sobre qué le ocurre al paciente, estar en conocimiento y posesión de los procedimientos lógicos para superar y comprender los orígenes de los distintos males y los remedios consiguientes; en segundo lugar, un buen médico necesita de la filosofía natural (lo que ahora se llama física) para entender cómo funcionan los objetos físicos y, finalmente, la ética. Si no se alcanza este nivel, no se es un verdadero médico, sino un mero recetador.


Núria Pujol Furelos, del Departamento de comunicación de la Societat Catalana de Historia de la Ciencia y la Técnica, ha participado en este artículo .


Mónica Durán Mañas, Profesora de Filología Griega, Universidad de Granada, Universidad de Granada

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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