A pesar de las muchas teorías sobre la función del círculo de piedra en Stonehenge, en el Reino Unido, los científicos han comprobado que no se usaba como calendario
Stonehenge es un monumento asombrosamente complejo, que atrae la atención sobre todo por su espectacular círculo megalítico y su «herradura», construidos hacia el 2.600 a.e.c. A lo largo de los años se han propuesto varias teorías sobre el significado y la función de Stonehenge. Hoy, sin embargo, los arqueólogos tienen una imagen bastante clara de este monumento como «lugar para los antepasados», situado dentro de un complejo paisaje antiguo que incluía varios otros elementos.
La arqueoastronomía desempeña un papel clave en esta interpretación, ya que Stonehenge presenta una alineación astronómica con el sol que, debido a la planitud del horizonte, remite tanto a la salida del sol del solsticio de verano como a la puesta del sol del solsticio de invierno. Esto explica el interés simbólico de los constructores por el ciclo solar, probablemente relacionado con las conexiones entre el más allá y el solsticio de invierno en las sociedades neolíticas.
Por supuesto, esto está muy lejos de afirmar que el monumento se utilizara como un gigantesco calendario, y estas son las conclusiones de una nueva teoría publicada en la renovada revista Archaeology Journal Antiquity de la Universidad de Cambridge en la que han participado científicos españoles. Según la teoría del calendario, el monumento representa los 365 días al año divididos en 12 meses de 30 días más cinco días epagómenos, con la adición de un año bisiesto cada cuatro. Este calendario es idéntico al alejandrino, introducido más de dos milenios después, a finales del siglo I a.e.c., como combinación del calendario juliano y el calendario civil egipcio.
Para justificar este «calendario en piedra», el número de los días se obtiene multiplicando por 12 los 30 dinteles de sarsén (roca arenisca) que probablemente estaban presentes en el proyecto original, y añadiendo a 360 el número de los trilitos en pie de la Herradura, que es cinco. La adición de un año bisiesto cada cuatro está relacionada con el número de las «piedras de la estación», que es, efectivamente, cuatro. Esta maquinaria se mantenía supuestamente en funcionamiento utilizando la alineación solsticial del eje y se supone que fue tomada de Egipto, refinando mucho, sin embargo, el calendario egipcio, que era de 365 días (la corrección del año bisiesto no estuvo presente hasta la época romana).
Por qué Stonehenge no funciona como calendario
Esta teoría, ciertamente fascinante, ha sido sometida a una severa prueba de resistencia por dos renovados expertos en arqueoastronomía, Juan Antonio Belmonte (Instituto de Astrofísica de Canarias y Universidad de La Laguna, Tenerife, España) y Giulio Magli (Politécnico de Milán). En su trabajo, que se publicará también en Antiquity, los autores demuestran que la teoría se basa en una serie de interpretaciones forzadas de las conexiones astronómicas del monumento, así como en una numerología discutible y en analogías sin fundamento.
En primer lugar, la astronomía. Aunque la alineación solsticial es bastante precisa, Magli y Belmonte demuestran que el lento movimiento del sol en el horizonte en los días cercanos a los solsticios hace imposible controlar el correcto funcionamiento del supuesto calendario, ya que el dispositivo (recordemos: compuesto por enormes piedras) debería ser capaz de distinguir posiciones tan precisas como unos pocos minutos de arco, es decir, menos de 1/10 de grado en el cielo. Así pues, aunque la existencia del eje demuestra interés por el ciclo solar en sentido amplio, no aporta prueba alguna para deducir el número de días del año concebido por los constructores.
En segundo lugar, está la numerología. Atribuir significados a los «números» de un monumento es siempre un procedimiento arriesgado. En este caso, un «número clave» del supuesto calendario, el 12, no se reconoce en ninguna parte, así como ningún medio de tener en cuenta el día epagómeno adicional cada cuatro años, mientras que otros «números» simplemente se ignoran (por ejemplo, el portal de Stonehenge estaba hecho de dos piedras). Así pues, la teoría adolece también del llamado «efecto de selección», un procedimiento en el que sólo se extraen de los registros materiales los elementos favorables a una interpretación deseada.
Por último, los parangones culturales. La primera elaboración del calendario de 365+1 días está documentada en Egipto dos milenios más tarde que Stonehenge (y entró en uso siglos más tarde). Así pues, la idea de que los constructores tomaran el calendario de Egipto, y lo perfeccionaran por su cuenta no se sostiene. Además, una transferencia y elaboración de nociones con Egipto ocurrió alrededor del 2.600 a.e.c. y no tiene base arqueológica.
En definitiva, se demuestra que el supuesto «calendario neolítico» de Stonehenge, de precisión solar, es una idea puramente moderna cuyas bases arqueoastronómicas y calendáricas son defectuosas.
Esto ha ocurrido muchas veces en el pasado, por ejemplo, por las afirmaciones, demostradas insostenibles por la investigación moderna, de que Stonehenge se utilizaba para predecir eclipses. El monumento vuelve a su papel de testigo mudo del paisaje sagrado de sus constructores, un papel que -como subrayan Magli y Belmonte- no le quita nada de su extraordinaria fascinación e importancia.
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