En la entrada a la biblioteca de El Escorial nos sorprende una maravilla mecánica, la esfera armilar, una representación del sistema solar tan bella como incorrecta
La biblioteca del Monasterio de El Escorial, fundada por Felipe II, alberga una rara colección de más de 4.700 manuscritos, muchos de ellos iluminados, y 40.000 libros impresos. Es un monumento al saber de más de cuatro siglos de antigüedad que merece por sí solo la visita a este Sitio Real situado a una hora escasa de Madrid.
Cuando entramos a la biblioteca de El Escorial la mirada puede que se dirija hacia la bóveda del techo, decorada con frescos del pintor y arquitecto italiano Pellegrino Tibaldi, pintados en 1587, que convierten esta biblioteca en una especie de Capilla Sixtina que, en lugar de centrarse en la religión, está sobre todo dedicada al representaciones del saber y las ciencias en el mundo antiguo.
El propio rey Felipe II participó en todas las partes del proceso de diseño de la biblioteca. No en vano había ejercido de mecenas de numerosos proyectos científicos en matemáticas, geografía, cosmografía e ingeniería naval.
Al entrar a la biblioteca también es probable que nos llame la atención la gran esfera armilar que se encuentra en el centro de la sala. Un complicado mecanismo de anillos entrecruzados de madera y metal que inmediatamente nos hace preguntarnos por su función.
La esfera armilar
Una esfera armilar es una representación en miniatura de los objetos celestes en el cielo, representada como una serie de anillos centrados en un globo terráqueo. Las esferas armilares tienen una larga historia.
Algunas fuentes atribuyen al filósofo griego Anaximandro de Mileto (611-547 a.e.c.) la invención de la esfera armilar, otras al astrónomo griego Hiparco (190-120 a.e.c.) y otras a los chinos, donde aparecieron por primera vez durante la dinastía Han (206 a.C.- 220 e.c.).
Aunque el origen exacto de las esferas armilares no puede confirmarse, se hicieron muy populares durante la Edad Media, y en el Renacimiento aumentaron su sofisticación.
La esfera armilar de la biblioteca del Monasterio de El Escorial fue construida por Antonio Santucci en Florencia hacia 1582, inicialmente para el cardenal Fernando de Medici. Fue este quien se la envió como regalo diplomático a Felipe II. Desde 1593 forma parte del mobiliario de la biblioteca.
El universo geocéntrico
La esfera armilar es una representación del sistema solar, pero con la Tierra en el centro. Esta es la idea de Claudio Ptolomeo del universo, que perduró hasta que Galileo y Copérnico se encargaron de desmontarla.
En esta representación todo giraba alrededor de la Tierra, que es una pequeña bola en el centro de la esfera. Los anillos móviles que la rodean representan el movimiento de los objetos celestes observados desde la tierra. Está el ecuador celeste, la eclíptica que recorre el sol, la línea del horizonte y las posiciones el zodiaco.
Los anillos están graduados con muescas que representan las horas. En su interior un anillo muestra las constelaciones y los signos del zodíaco con ilustraciones en su cara interna, tal y como se verían desde la tierra. Los meridianos exteriores coinciden con los equinoccios de primavera y otoño, y los solsticios de invierno y verano.
La esfera no servía para la observación directa del cielo, para eso estaban los astrolabios. Más bien era un modelo para realizar cálculos y explicar, de forma imperfecta, el movimiento de los astros.
El modelo de Ptolomeo hacía aguas, porque algunas de esas luces en el cielo, que hoy conocemos como Marte, Venus, Júpiter o Saturno, tenían la mala costumbre de avanzar y luego retroceder. No en vano, los antiguos griegos llamaron a estas luces «planetas», que significa, literalmente, «vagabundos». Estas trayectorias erráticas no se pueden explicar con una esfera armilar que tenga la Tierra en el centro, y sin embargo se convierten en algo evidente cuando descubrimos que todos los planetas, incluida la Tierra, giran alrededor del Sol.
Aunque nada de esto impide que miremos extasiados la esfera armilar en toda su dorada complejidad.
Sección Viajes de Ciencia de Quo patrocinada por Hyundai
Interesante. Me ha recordado inmediatamente a un artículo muy original publicado en febrero de 2018,
http://a21.es/la-biblioteca-del-monasterio-de-el-escorial-y-la-esfera-armilar/
El geocentrismo se mantuvo como paradigma hasta 1543 con la obra del astrónomo Copérnico, «De revolutionibus orbium coelestium» en la que formulaba la teoría del heliocentrismo, anteriormente defendida por otros astrónomos (como suele suceder con las nuevas ideas, son diversas personas estudiosas de un fenómeno quienes van conformando una nueva resolución). La teoría incluía la posición de los planetas y sus movimientos de rotación y traslación. El cambio de paradigma se consolidó a pesar de la resistencia de la iglesia. Galileo, al inventar el telescopio en 1609, pudo demostrar esta teoría del sistema solar mediante la observación de las fases de Venus. El cambio de paradigma se mantuvo con otras aportaciones, Giordano Bruno formuló la existencia de otros sistemas solares, Johannes Kepler descubrió que las órbitas de los planetas eran elípticas, y ya en 1687 Isaac Newton explicó en su Ley de la Gravitación Universal las fuerzas que atraen las masas (los astros) las cuales rigen sus movimientos. No fue hasta el siglo XX cuando las leyes del cosmos dieron un nuevo giro con la Ley de la Relatividad General, la teoría de la gravitación desarrollada por Albert Einstein según la cual la atracción gravitatoria observada entre masas se debe a una curvatura del espacio-tiempo. La Teoría Cuántica de la Gravedad del físico Stephen Hawking establece en 1983 que los universos que entran en superposición tienen cuatro direcciones espaciales en los que moverse, en lugar de una temporal y tres espaciales. El Universo de cinco dimensiones permite explicar el Big Bang o principio del Universo, punto inicial de cómo se formaron: materia, espacio y tiempo.
Y la secuencia continua con un nuevo paradigma que explique aquello que Ptolomeo se preguntaría, ¿Cuál es el origen del universo? Del Universo, del Todo, de la Nada.
Cristina Eguíluz Casanovas