La Estatua de la Libertad mide 93 metros y la diseñó en París el escultor francés Auguste Bartholdi. ¿Cómo se trasladó esta escultura tan pesada hasta Nueva York en 1886?
Rafa Mingorance, autor del canal de YouTube Diario Vivo Nueva York, lo explica en este vídeo:
Texto de Rafa Mingorance:
Cuando Auguste Bartholdi se enteró del final de la esclavitud en Estados Unidos se quedó tan conmovido que pensó que debía hacer algo. Le iba dando vueltas a la cabeza hasta que tuvo la gran idea. Haría una estatua de cobre que simbolizaría la unión del pueblo francés y el americano para defender la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Pero una vez hecha la pieza, había que trasladarla y en aquella época no existían como ahora los buques de carga. Por ese motivo, al terminar el primer esbozo de la estatua, Bartholdi se preocupó por encontrar el lugar donde debía ponerla.
En 1871, el escultor fue a Estados Unidos y una vez sobre el terreno decidió que la isla de Bedloe, hoy conocida como la isla de la Libertad, era el sitio idóneo.
A su vuelta a París, Bartholdi llamó al ingeniero Gustave Eiffel. Quería que le ayudara a crear la estructura interior que debía soportar las enormes chapas de cobre que daban forma a la escultura.
Necesitaron 210 cajas de madera para guardar el material.
Cuando la terminaron, tuvieron que desmontarla. Fragmentaron la obra en piezas como si jugaran al Lego. Necesitaron 210 cajas de madera para guardar el material. Las piezas pesaban entre los siete kilos y las cuatro toneladas. Cuando acabaron, llevaron las cajas en tren hasta Ruan, localidad portuaria a orillas del río Sena.
¿Qué era lo más parecido a un buque de mercancías que tenían en aquella época? Pues un barco de guerra y eligieron uno que se llamaba Isère.
A Bartholdi le preocupaba mucho el peso de la carga. Si el navío encontraba tormenta y grandes olas corría el riesgo de partirse por la mitad y hundirse en el Atlántico. Había que evitar el peligro a toda costa y por eso resultó fundamental estudiar bien el reparto de la mercancía dentro de la bodega.
El 20 de mayo de 1885 finalizó la carga y el buque partió hacia su destino: Nueva York. Cuentan las crónicas que el Isère pasó dos días repostando carbón en la isla de Faial en las Azores.
Tal como presagió Bartholdi, el barco tuvo que hacer frente a un mar embravecido y a numerosas tormentas durante la primera mitad del viaje.
Tras 27 días en el océano, el horizonte de América se divisaba a lo lejos. Cuando el Isère llegó al puerto de Nueva York, miles de personas le dieron la bienvenida.
El 28 de octubre de 1886 se inauguró la Estatua de la Libertad sobre su pedestal de granito. El acto sirvió para conmemorar el primer centenario de la independencia de los Estados Unidos.
En aquel momento, la estatua tenía un color marrón rojizo propio del cobre, pero veinte años después sucedió algo inesperado. Había cambiado de color. Tenía la pátina verde azulada que todos conocemos hoy. ¿Cómo fue posible una transformación semejante? ¿La pintó algún artista callejero estilo Tom Bob? No, nada de eso. Se trata de una reacción química que tiene el cobre al entrar en contacto con el oxígeno del aire y el agua.
El barco Isére después de hacer la famosa entrega volvió al puerto de Brest en Francia y ahí empezó su desgracia. Pasados unos años, el hierro del casco sufría daños irreparables y decidieron utilizar el barco para almacenar carbón.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército alemán lo llevó a la base de submarinos de Loreint.
Casi al final de la guerra, los nazis lo hundieron y hoy descansa en el fondo del mar.
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