La clave está en cuánto somos capaces de predecir de la pieza, y hasta qué punto nos sorprende, lo que produce diferentes emociones

Por todos es sabido que la música puede evocar emociones. Pero, ¿cómo surgen estas emociones y qué da sentido a la música? Hace casi 70 años, el filósofo de la música Leonard Meyer sugirió que ambas cosas se deben a una interacción entre la expectativa y la sorpresa.

A lo largo de la evolución, los humanos aprendieron a hacer predicciones basadas en experiencias previas, algo clave para sobrevivir. Este mismo mecanismo nos permite anticipar cómo se desarrollará una pieza musical basándonos en lo que ya hemos escuchado. Según Meyer, las emociones en la música aparecen cuando nuestras expectativas se cumplen o no (aunque sea temporalmente).

Un grupo de científicos liderado por Theo Geisel, del Instituto Max Planck y la Universidad de Gotinga, quiso comprobar si esta idea filosófica podía medirse con herramientas modernas de análisis de datos. En un estudio publicado en Nature Communications, analizaron las secuencias de notas en piezas musicales usando un método llamado análisis de series temporales. Esto les permitió calcular la «memoria» de una pieza musical, es decir, qué tan parecida es una secuencia de notas a las anteriores. Si la memoria disminuye lentamente, la música es más predecible; si se desvanece rápido, ofrece más sorpresas.

Los investigadores analizaron más de 450 improvisaciones de jazz y 99 composiciones clásicas, como sinfonías y sonatas. Descubrieron que las secuencias musicales tienden a ser predecibles al principio, pero llega un punto en el que esta previsibilidad desaparece de forma abrupta. Este «límite» marca el paso de una música más anticipable a otra completamente impredecible.

Un dato interesante es que este límite, llamado «tiempo de transición», varía según la obra. Por ejemplo, en las improvisaciones de jazz, este cambio ocurre más rápido, haciendo que sean menos predecibles. En las composiciones clásicas, los tiempos de transición son más largos y varían entre compositores. En las obras de Johann Sebastian Bach, los tiempos de transición iban de cinco a doce negras, mientras que en las de Mozart estaban entre ocho y 22 negras. Esto sugiere que la música de Mozart mantiene las expectativas más tiempo que la de Bach, que tiende a sorprender más.

Theo Geisel, líder del proyecto, conecta estos hallazgos con su experiencia personal. «En mi juventud, escandalicé a mi profesor de música y director de la orquesta de nuestro instituto diciéndole que a menudo no podía mostrar mucho entusiasmo por las composiciones de Mozart», dice. «Con los tiempos de transición entre el comportamiento altamente correlacionado y el no correlacionado, hemos encontrado ahora una medida cuantitativa de la variabilidad de las piezas musicales, que me ayuda a entender por qué me gustaba más Bach que Mozart».

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