La Administración estadounidense promovió experimentos como los del Ford Nucleon para explorar nuevas fuentes de energía en vehículos
Imagina ir a la estación de servicio y en lugar de situarte en la manguera de la gasolina o en la del diésel, pedir que te llenen el depósito con uranio. La idea no es nueva, pero ahora vuelve a llamar la atención debido a los intentos de algunos países de revitalizar la energía nuclear y que se la considere energía verde, como propone Francia.
La propuesta de utilizar un reactor nuclear para mover vehículos surgió a finales de los años cincuenta para tratar de buscar combustibles alternativos al petróleo. Ford fue una de las marcas que exploró la posibilidad de construir un coche basado en esta tecnología. Realizó varios prototipos de un modelo que llamo Nucleon, un automóvil movido por un reactor nuclear.
El Nucleon era una idea interesante en un momento en el que el mundo estaba tratando de dejar atrás la resaca de la Segunda Guerra Mundial. Había que reconstruir una sociedad devastada por los estragos de la guerra. Fueron años de recuperación económica en los que todo era nuevo. También la energía nuclear, aunque en ese momento se llamaba atómica por su relación con los átomos.
El coche no podría apagarse nunca porque la fisión nuclear genera una reacción continua casi imposible de detener
Aparte de que se trataba de una fuerza con una capacidad destructiva lo suficientemente brutal como para aniquilar dos ciudades en Japón, poco más se sabía. Se la veía como una especie de panacea, parecía inagotable y aparentemente no contaminaba. Era casi mágica. Tras emplearla en barcos y submarinos, se plantearon aplicarla a los coches sin imaginar todo lo que se descubriría después.
El sistema se basaba en que el vapor de agua generado por la fisión nuclear producido por un reactor moviera una turbina que entregara a las ruedas la potencia generada. Y eso es lo que debía pasar en el Ford Nucleon si se hubiera fabricado a escala real. La sensatez de los responsables de Ford, además de importantes problemas de calado, hicieron que aquello se quedara solo en la fase de prototipo.
El primer inconveniente para que no se llevara a la producción en serie fue la imposibilidad de crear un reactor nuclear lo suficientemente pequeño como para ser instalado en un automóvil; la segunda, que el coche no podría apagarse nunca porque la fisión genera una reacción continua casi imposible de detener; la tercera, el enorme peso que habría que añadirle al vehículo en revestimientos aislantes. Y todo eso sin especular con lo que ocurriría si hubiera un choque entre dos coches con esta tecnología. A su favor, una autonomía de 8.000 kilómetros, más de los que muchos coches actuales recorren anualmente.
El diseño del Nucleon era muy singular. Su cabina estaba muy avanzada, casi por delante del eje delantero, muy futurista, aerodinámica y acristalada. Detrás, entre los dos ejes, y lejos de los ocupantes, iba situado el reactor que, de llegarse a producir en sería, debía llevar recubrimientos especiales, con plomo y agua pesada para proteger la zona donde se realiza la fisión del uranio.
Sombras desde luego tenía muchas el proyecto. Se especuló que detrás de él y del trabajo de los ingenieros de Ford estaba la Administración estadounidense que deseaba saber qué recorrido podía tener la energía nuclear en el campo de la movilidad individual.
En la actualidad sigue siendo un proyecto irreal con pocos visos de llegar a la cadena de producción; los problemas que frenaron su desarrollo siguen sin resolverse. Fue, sencillamente, un ejercicio de imaginación que quién sabe si algún día logrará romper las barreras que lo frenaron.