Dalí no consiguió que General Motors llevara a la producción el diseño de su coche, pero sí que lo indemnizara por daños y perjuicios
¿Un Cadillac diseñado por Salvador Dalí? ¿Por qué no? Esto es lo que pensó General Motors, grupo automovilístico al que pertenece Cadillac, cuando encargó al artista el diseño de un coche. El resultado fue tan surrealista como el propio Dalí.
El caso es que Salvador Dalí, que falleció un día como hoy de hace 33 años, era un amante de los coches aunque no tenía carné ni sabía conducir. Gala, su compañera, su musa, era su choferesa y la que condujo el primer coche que el artista se compró, un Cadillac Convertible de 1941. Era un modelo soberbio, con una frontal protuberante, descapotable, cuatro puertas y ocho cilindros en V. Aquel descapotable se convirtió enseguida en objeto de deseo de personajes como el presidente Roosevelt o Clark Gable.
El de Dalí terminó transformado en una especie de instalación artística. Para eso él era surrealista. Le colocó una escultura femenina sobre el capó, un mecanismo que hacía llover en el interior y lo llamó Taxi Lluvioso. Fue solo uno de los homenajes que el artista hizo al mundo del motor. Pero hubo más. Automóviles Vestidos, una obra en la que viste a un Cadillac como si fuera una modelo de alta costura, es otro ejemplo de esa afición.
El encargo de General Motors
Su pasión automovilística debió de llegar a la central de General Motors, grupo al que pertenece Cadillac, porque, según su secretario, Robert Descharnes, le encargaron a Dalí el diseño de un automóvil. El artista hizo su trabajo, lo llamó Cadillac de Gala, y lo envió a la compañía. En su boceto se veía un Cadillac con una carcasa violeta metálica que ocultaba el techo y los laterales de la carrocería. Solo dejaba las ventanas visibles… General Motors no contestó.
El asunto quedó aparcado hasta que dos años después la firma lanzó un modelo con el mismo nombre, Cadillac Gala. No se parecía en nada al automóvil diseñado por Dalí, pero aun así el pintor resolvió solicitar a GM una indemnización de 10.000 dólares, cantidad que le fue inmediatamente reembolsada.
La metedura de pata de Fangio
¿Le resarció? Probablemente satisfizo su vanidad, porque el ego del artista era extraordinario a pesar de que tuvo que enfrentarse a alguna cura de humildad. Le ocurrió con Fangio, uno de los mejores pilotos de todos los tiempos.
Dalí era un gran admirador del corredor. Un día, de forma casual, tuvieron un encuentro en España. Fangio cenaba en un restaurante cuando entró en el local Salvador Dalí. Al ver al ídolo del automóvil, el artista solicitó saludarle. Fangio, que sabía mucho de coches pero poco o nada de pintura, desconocía quién era. Advertido del trabajo del pintor por sus compañeros de mesa, aceptó el encuentro. Cuando Dalí se le acercó, Fangio, tratando de ser amable, lo saludó diciéndole: «Me dijeron que usted pinta, ¿no?». Sin duda un durísimo golpe para el ego de Dalí, que sin embargo estaría satisfecho si supiera que, 33 años después de su muerte, el mundo del automóvil le sigue recordando.