«Sabía que había muerto por haber comido plástico. Aunque no estaba preparado para tal cantidad». Son las palabras del biólogo Darrel Blatchley, en declaraciones a The Washington Post tras encontrar un ballenato de Cuvier de 4 metros y medio fallecido en las costas de la isla de Mindanao, al sur de Filipinas. Cuando llegó a la zona, ya estaba flotando en el agua, con los ojos hundidos y las costillas marcándose en su piel, lo que demostraba claros signos de deshidratación y emaciación (adelgazamiento patológico).
Cuando Blatchley abrió su cuerpo, la sorpresa fue mayúscula: la autopsia revelo que en esta joven ballena había unos 40 kilos de plástico procedente de bolsas de la compra, bolsas de basura, 4 sacos de para cultivar plátanos y 16 de sacos de arroz: «La situación era tan grave que incluso había comenzado a calcificarse. El plástico llevaba ahí mucho tiempo. El estómago trataba de absorberlo sin resultados».
Este biólogo lleva una década al frente de D’Bone Collector Museum, un centro museístico de Historia Natural en Davao del Sur (Filipinas) que ha recuperado en este tiempo los cuerpos de 57 ballenas y delfines que han muerto tras consumir basura plástica o redes de pesca. De ellas, 4 estaban embarazadas. Blatchley aseguró que después de tantos años, este es el caso en el que ha encontrado «mayor cantidad de plástico» dentro de un estómago, lo que da qué pensar.
Las Islas Filipinias es el segundo país más contaminado de plásticos del mundo. «Esto no puede seguir así», lamenta el biólogo.