El tomate silvestre es capaz de crear su propio insecticida. Investigadores de la Universidad Estatal de Michigan han identificado una función evolutiva en estas plantas que podrían ayudar a desarrollar cultivos resistentes a las plagas. El estudio rastreó la evolución de un gen específico que produce un compuesto pegajoso en las puntas de los tricomas o pelos, en la planta de Solanum pennellii que se encuentra en el desierto de Atacama en Perú, uno de los entornos más duros de la Tierra. Estos pelos pegajosos actúan como repelentes de insectos naturales para proteger la planta, lo que ayuda a garantizar que sobrevivan para reproducirse.
El gen encontrado solo existe en la planta silvestre, no en tomates cultivados, según Rob Last, profesor de bioquímica de plantas en dicha universidad. “La enzima crea compuestos insecticidas que no se encuentran en el tomate de la variedad de jardín, pero podría aplicarse a las plantas modernas”. La posibilidad de transmitir este rasgo defensivo permitiría cultivos resistentes a las plagas sin necesidad de rociar el campo con insecticidas, lo que aumentaría considerablemente su rendimiento.
Bryan Leong, coautor del estudio, dice que lo interesante ahora es conocer cómo evolucionaron estas plantas para ser resistentes a los insectos y después conseguir que los tomates actuales se adapten de igual manera al estrés. Los avances tecnológicos han permitido al equipo aplicar enfoques genéticos y genómicos, incluida la tecnología de edición de genes CRISPR, a la planta de tomate silvestre para descubrir las funciones de genes, metabolitos y vías específicos.
Usando estas nuevas técnicas, el equipo identificó una enzima tipo invertasa (sacarasa) específica para las células en las puntas de los pelos pegajosos. Estas enzimas regulan muchos aspectos del crecimiento y desarrollo. “Las plantas son increíbles fábricas bioquímicas que producen muchos compuestos inusuales con propiedades protectoras, medicinales y económicamente importantes”, dice Cliff Weil, director de programas de la National Science Foundation, que financió este estudio publicado recientemente en Science Advances.
Marian Benito