El macho del saltarín relámpago (Machaeropterus deliciosus) no abre el pico. Pero sí las alas. En un breve gesto, las extiende y las frota una contra otra para producir un sonido vibrante y agudo, con la esperanza de resultar irresistible para las hembras de su especie.
Para realizar este peculiar cortejo utiliza unas plumas específicamente diseñadas que, según acaba de descubrirse, están impulsadas por los primeros huesos sólidos descubiertos en las alas de un ave voladora. El estudio, dirigido por Kim Bostwick, del Museo de Vertebrados de Cornell (EEUU), expone que el cúbito o ulna (el hueso que correspondería al que une el codo y la muñeca en los humanos) no es hueca, como en la mayoría de los pájaros, sino sólida, además de triplicar en volumen al de otras aves, incluso de su mismo género. Aunque en menor medida, el húmero también presenta modificaciones.
A cambio de dotarle de su peculiar reclamo, estos huesos exigen al saltarín más energía para mover las alas. Desde el punto de vista evolutivo, la selección sexual (que prioriza el éxito reproductor) ha vencido en este caso sobre la selección natural (que premia las mejores condiciones para sobrevivir).
Para detectar las características de esta especie, los autores del estudio escanearon varios ejemplares y elaboraron reconstrucciones en 3D a partir de los mismos. Con el mismo procedimiento en especies emparentadas se dieron cuenta de que las modificaciones óseas son únicas en el saltarín relámpago. Esperemos que las hembras sepan apreciarlas:
Pilar Gil Villar