Cuando uno está sujeto al suelo de por vida, no tiene más remedio que poner su reproducción en las alas de otros seres dotados para el movimiento. Esa es la causa de la estrecha colaboración entre las plantas y ciertos animales. Ellas los seducen con su color, olor y forma y les proporcionan un nutritivo néctar. A cambio, ellos esparcen el polen por el mundo. Lo malo es que la seducción también surte su efecto sobre otras especies que se limitan a succionar el dulce alimento, sin ningún tipo de contraprestación.
Un estudio publicado hoy en la revista Science por el investigador Ian Baldwin y su equipo del Instituto Max Planck en Jena (Alemania) pone al descubierto cómo la planta del tabaco utiliza dos sustancias químicas para evitar que su simiente se desperdicie: con el aroma dulzón de la bencilacetona atrae a aves e insectos polinizadores. Pero, al cabo de poco tiempo, estos detectan el olor amargo de la nicotina y se marchan para dejar paso al siguiente colaborador. Además, esa misma nicotina actúa como disuasor para las especies que pretenden libar el néctar, pero sin contribuir al juego reproductor de sus anfitrionas.
Pilar Gil Villar
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