En ocasiones, algunas leyendas tienen una base de realidad. En 1901, en los bosques de Maine (una de las regiones más frías de Estados Unidos), un cazador llamado M. A. Cushing, afirmó haber visto el espectro de un alce. Lo describió como una criatura de aspecto mortecino, sin astas, casi en los huesos y con una piel de color blancuzco. En años posteriores la leyenda fue creciendo a causa de posteriores avistamientos, que cada vez resultaban más estremecedores a causa de la imaginación desatada de algunos testigos.
Peor lo más sorprenden de todo es que estos «alces fantasmas» existen aunque, por supuesto, no se trata de espectros. La explicación es mucho más mundana pero, a la vez, también más preocupante. Y es que estos animales presentan un aspecto tan enfermizo y espectral debido a que son víctimas de la acción de numerosos parásitos, principalmente garrapatas y pulgas, que en algunas ocasiones llegan a cubrir sus cuerpos como si fueran un manto. Algunos ejemplares, infectados con hasta cincuenta mil parásitos, llegan a perder el 80% de su pelo.
Según la bióloga Kristina Rines, directora del Proyecto Alce, del departamento Forestal de Maine, el problema no es nuevo, pero se ha agravado en las últimas décadas, debido al aumento de las temperaturas, que facilitan la aparición y multiplicación de los parásitos, que mueren al llegar el invierno tras poner los huevos de los que brotará la siguiente generación.
Pero las garrapatas y las pulgas no son las únicas culpables, ya que hay otros parásitos, como los gusanos cerebrales y los trematodos hepáticos, que también se ceban con los desdichados alces. La consecuencia es terrible, ya que la población de estos animales está disminuyendo a pasos agigantados y la cabaña de alces de Maine ha pasado de ocho mil ejemplares a poco más de tres mil.
Redacción QUO