Abrirnos los ojos. Ese es el auténtico mérito del descubrimiento que se ha llevado el máximo galardón de la Química. El trabajo de dos investigadores norteamericanos y un japonés (recuadro a la izquierda) nos ha proporcionado un instrumento para observar cómo se expanden las células cancerígenas por el cuerpo, qué neuronas se activan en un cerebro y cómo crecen ciertas bacterias patógenas. Todo eso, gracias a la acción de la proteína GPF. Esta sustancia, presente en la naturaleza en la medusa Aequorea victoria, emite una fluorescencia verde cuando se la ilumina con luz azul o ultravioleta. Los científicos consiguieron clonarla e introducirla en el ADN de muchos de los seres vivos que deseaban estudiar. De esta forma, dotaban a los procesos de expresión de genes, formación de proteínas y actuación de las mismas, de una brillante linterna que los hace visibles a nuestros ojos (o microscopios). Por eso, la GPF se ha convertido en un preciado tinte para los laboratorios de biología de todo el mundo.
Redacción QUO