“¿Por qué los animales no engañan señalando que son fuertes cuando realmente son débiles? En las avispas de papel (Polistes dominulus), encontramos una inexacta producción de señales con costosos efectos sociales y psicológicos”, asegura la bióloga de la Universidad de Michigan, Elizabeth Tibbetts, quien es la principal autora del tema programado para la publicación online Proceedings of the National Academy of Sciences.
La autora se ha propuesto mirar con lupa cómo interactúan las avispas con el fin de conocer los costes psicológicos de la deshonestidad durante el pasado evolutivo. Las avispas cartoneras poseen manchas negras en la cara que muestran su capacidad para luchar. Las que poseen manchas más irregulares parecen ganar más batallas y sus rivales, al encontrarse ante ellas, las evitan.De este modo, las más débiles pueden salir ilesas de una batalla donde podrían perder la vida.
Tibbetts y sus compañeros organizaron combates entre hembras de esta especie para probar cómo los signos faciales influían en las interacciones sociales. Al mismo tiempo, midieron los niveles hormonales, tanto en las que poseían los signos como en las avispas que interactuaban con ellas.
Las hembras fueron recolectadas de varias localizaciones alrededor de la ciudad de Ann Arbor durante la primavera, un período donde se producen grandes conflictos entre reinas para establecer nidos. Los investigadores emplearon como ‘coliseo’ una pequeña caja de plexiglás (resina sintética con apariencia de vidrio), donde trataron de combinar parejas con un tamaño similar.
Tras los combates, extrajeron sangre de las avispas para analizar sus niveles hormonales. En el caso de las avispas, su hormona de crecimiento está ligada a la dominación, la agresión y una alta fertilidad. Los investigadores hallaron que las que parecían tener una alta capacidad para los combates recibían más golpes, lo que hacía reducir su nivel de hormona de crecimiento. En el caso de las ganadoras, éste aumentaba.
“Una de las cosas interesantes sobre la cartonera es que muestra que el engaño influye en la fisiología de los tramposos y los individuos que interactúan con los tramposos”, explica Tibbets, quien califica este hallazgo de “sorpresa”.
Redacción QUO