Las madres de las orcas y los delfines permanecen despiertas constantemente durante los primeros meses de vida de su cría. Aún hay cuidados más delicados, como el que brinda la madre morsa a su recién nacido, al bañarlo exhaustivamente con el equivalente animal a besos y abrazos. Y ahí están los cocodrilos. Si uno piensa en ellos, jamás le vendría a la mente la idea de ternura. Pero transportan a sus crías recién salidas del huevo hasta el agua en las mandíbulas plagadas de dientes, que les sirven de urna infranqueable para protegerlas de los depredadores terrestres. Y continúan haciéndolo durante el primer año de vida.
Los humanos hemos convertido el cuidado materno en regla moral, social, religiosa y hasta legal. Para los cocodrilos y los pulpos, las razones son otras. Las “pulpas” vigilan y abanican a sus entre 50 y 200.000 huevos durante 40 días, y no se alejan de ellos ni para alimentarse. Cuando los pequeños eclosionan, ellas, agotadas y expuestas a depredadores, mueren al poco tiempo.
El gen egoísta vs las madres
Existe una tendencia evolutiva que explica el porqué y el cómo de los cuidados de las crías mediante dos posturas diferentes. Una considera los cuidados parentales un comportamiento evolucionado para beneficiar a la especie, ya que promueve la supervivencia de la siguiente generación a costa de la presente. Y la otra dice que el cuidado parental ha evolucionado porque maximiza el egoísmo genético de los padres; o sea, los compele a propagar sus propios genes.
Esta es la tesis que defienden los biólogos Mart Gross y Craig Sargent desde 1985. Antes, en 1981, John L. Gittleman explicó que los cuidados parentales tienen un único propósito: la supervivencia de las crías para garantizar la superviviencia de la especie. Pero esto tiene algunos costos, según Gittleman: la propia supervivencia de los adultos, su futura fertilidad y la posibilidad de volver a aparearse para tener otra camada.
Estos tres biólogos sentaron las bases de lo que hoy acepta la biología evolutiva. En las primeras especies, según apuntan, no existían cuidados parentales, como ocurre hoy en día en la mayor parte de las especies de peces. Desde allí habrían evolucionado hacia los cuidados proporcionados por los machos, el segundo modelo más frecuente en la naturaleza.
El siguiente paso evolutivo fue el cuidado de las crías por ambos padres, sobre todo cuando la nidada es más vulnerable. El comportamiento más reciente sería el cuidado exclusivamente materno, que pudo originarse por la deserción de los machos ante cambios ambientales. El padre se marchaba buscando un lugar más apropiado para su desarrollo, y la cría quedaba al auspicio de la hembra.
La norma actual suele ser que en las especies monógamas el cuidado corre casi en igual proporción a cargo del padre y de la madre. Es el caso del 90 por ciento de las especies de aves. Pero en la mayoría de los mamíferos predomina la relación polígama entre los sexos: un solo macho se aparea con muchas hembras. En estos casos es la madre quien se ocupa sola de las crías.
Con el padre ausente
Justamente los mamíferos presentan las hembras más madrazas. En el 91% de los géneros la madre es la única que trabaja en la crianza, y por lo general, sus hijos permanecen con ella durante años. Llegan al mundo tan desvalidos que necesitan sus cuidados para sobrevivir. Casi todas las mamíferas gestan a sus crías en el útero, con excepción de dos familias de monotremas, mamíferos muy primitivos que ponen huevos y dan leche a los pequeños a través de unos campos mamarios a ambos lados del abdomen. Los más conocidos son los ornitorrincos.
En otras mamíferas extrañas, las marsupiales, la cría sale del útero a las cuatro semanas de gestación. Aún sin ojos ni oídos, se desplaza a una bolsa del vientre materno donde está la glándula mamaria y donde completarán gran parte de su crecimiento.
Una de las costumbres más curiosas de ciertos mamíferos es la llamada implantación diferida, con la que retardan la implantación del óvulo en el útero si las condiciones ambientales no son las adecuadas para la gestación. Así, cuando una hembra marsupial se queda preñada mientras aún lleva una cría en la bolsa, puede dejar el óvulo fecundado en una diapausa embrionaria hasta 17 meses. Suele terminar cuando la primera cría es destetada. Aunque esta puede volver a la bolsa materna para dormir, la compartirá con su hermano.
Por su parte, las madres koalas inmunizan a sus hijos contra el veneno que los alimenta. Estos marsupiales digieren las venenosas hojas de eucalipto, su único alimento, gracias a las potentes bacterias de su estómago. Pero los bebés koalas nacen sin ellas, por lo que las madres los alimentan con leche y con su propio excremento, que contiene hojas sin digerir por completo y las bacterias que los ayudarán durante el resto de su vida.
Esa influencia a largo plazo también se da en los roedores, según descubrió el canadiense Ian Weaver en 2004. Al acicalar a su descendencia, la saliva de las madres pasa a través de la piel y activa unos genes reguladores de la respuesta al estrés. Como consecuencia, los ratoncillos acicalados son más tranquilos que los descuidados, lo que indica que los besos maternos los preparan para enfrentarse a su día a día.n