Una seta, ni es lo mismo que un hongo, ni es un tipo de hongo. De hecho, ni siquiera es un organismo independiente, aunque lo pueda parecer. Una seta es el aparato reproductor de un hongo a punto de lanzar células sexuales. O, en una definición más académica, una estructura macroscópica producida por un hongo, y cuya principal función es la reproductora, mediante la producción, maduración y dispersión de las esporas.
Y aunque habría muchas cosas que contar de los hongos, hemos decidido centrarnos en las más alucinantes, y eso sin haber consumido previamente ningún guiso de setas alucinógenas. Los hongos son los organismos del reino Fungi, formado por más de un millón y medio de especies, de las cuales, unas 12.000 son capaces de producir setas: los hongos superiores. Esta cifra podría no significar nada si no pensamos que de mamíferos, contando ballenas, elefantes y demás, sólo hay 10.000 especies conocidas.
El cuerpo principal de un hongo está constituido por una red de fibrillas de aspecto similar a las raíces miniaturizadas de un árbol. Técnicamente, la red recibe el nombre de micelio, y cada una de las fibrillas, el de hifa. El hongo suele pasar inadvertido, por ser insignificante y crecer a través del sustrato (que suele ser la capa superficial de suelo del bosque, o los troncos de los árboles muertos); hasta que llega el momento de reproducirse.
Para ello, forma un “huevo”, o aglomerado de hifas, que, bajo el estímulo adecuado, experimentará una brutal y vertiginosa erección para dar lugar a una seta. Brutal, porque las proporciones del miembro son cientos de veces mayores que las del huevo, y vertiginosa, porque de la noche al día el fruto brota de la “nada”. De ahí la expresión “proliferan como setas”, y de ahí también el mito de que las setas son el resultado de la caída de un rayo durante una tormenta. Pero no tiene nada que ver con rayos –con las tormentas, ya es otro cantar–. La explicación es que la seta ya está totalmente formada en el interior del huevo, y lo único que hace es hinchar sus células de agua. Algo paralelo a cuando la sangre inunda los cuerpos cavernosos del pene. Una erección en toda regla. El “adecuado estímulo” es un abundante suministro de agua. Por eso aparecen después de llover.
Una leyenda mucho más pavorosa es la de los corros de brujas –los fairy rings anglosajones–, anillos de setas que pueden alcanzar varios metros de diámetro y que aparecen en bosques y prados, en cuyo interior la hierba bien puede estar quemada, o bien puede ser más frondosa y oscura, y que señalaban el lugar donde las brujas habían celebrado un aquelarre nocturno. Pero estos corros tienen poco de sobrenatural: la forma de anillo se debe al crecimiento radial y uniforme de un hongo cuyas hifas terminales fructifican, de modo que amplían cada temporada el tamaño del círculo. El aspecto de la hierba en su interior depende de si el micelio, al crecer, agota todos los nutrientes, con lo que la hierba estará condenada a quemarse –aunque no en la misma hoguera que las brujas–, o por el contrario, los moviliza y facilita su asimilación por parte de sus vecinos. Otras setas que han tenido fama de “mágicas” han sido las especies bioluminiscentes, que refulgían en mitad de la noche gracias a su capacidad de producir luz química, con la que atraen a animales nocturnos que, o bien tras examinarlas conti­núan su ronda con el cuerpo engalanado de esporas, o bien se alimentan de ellas, con lo que la dispersión es vía fecal.
Pociones mágicas
Las setas siempre han estado envueltas en un halo sobrenatural que surge de los asombrosos poderes que se les han atribuido al ingerirlas: venenos, cura para los más variados males y vehículo para contactar con los dioses. Unos atributos con claras connotaciones químicas. Hoy se sabe que las setas son una valiosa fuente de moléculas con novedosas propiedades y estructuras, y de gran aplicación.
Las hay que incorporan un amplio abanico de toxinas: purgantes e irritantes; que producen gastroenteritis, o sustancias hemolíticas que destruyen los glóbulos rojos, y entre las que destaca el ácido helvéllico, presente en muchas especies –incluidas algunas consideradas comestibles, y que, por fortuna, se degrada al cocinarlas–.
Y también toxinas letales, aun ingeridas en cantidades insignificantes. Las más infames, al menos por el número de muertes que han causado, son las presentes en las setas del género Amanita: las amatoxinas o amanitinas. Por increíble que parezca, estas sustancias, una vez aisladas, conocidos sus efectos en los organismos, y aplicadas en las dosis adecuadas, tienen también su lado positivo. Incluso la alfa-amanitina (la amanitina más conocida), que aplicada en concentraciones bajísimas ha mostrado resultados alentadores frente a determinados cánceres de piel en ensayos clínicos.
Así de rápido es el paso de toxina a fármaco a escala molecular. Lo que nos lleva al terreno del empleo de las setas, y de las sustancias que contienen, con fines terapéuticos. Un terreno más que trillado por el hombre, como atestiguan los numerosos remedios con las setas como principal ingrediente presentes en las medicinas tradicionales de todas las culturas, entre las que merecen una mención especial las farmacopeas orientales.
No eran cuentos chinos
No obstante, no fue hasta hace apenas unas décadas cuando la ciencia “moderna-occidental” constató que sus propiedades farmacológicas no eran cuentos chinos. Desde entonces, se han aislado y estudiado un buen número de compuestos que confirman muchos de los usos tradicionales y permiten desarrollar nuevas aplicaciones.
La más sorprendente e importante, la capacidad que demuestran numerosos compuestos de naturaleza polisacárida como estimuladores del sistema inmunitario, que los hace objeto de exhaustivos estudios como potenciales agentes frente a enfermedades de inmunodeficiencia y como ayudantes durante la quimioterapia y radioterapia, donde ensayos clínicos con pacientes han puesto de manifiesto una reducción de los efectos secundarios.
Se cree que esta capacidad inmunoestimuladora es asimismo la responsable de la importante actividad antitumoral y anticancerígena que muestran muchos de estos polisacáridos. La capacidad de inmunomodulación de estos compuestos también puede presentarse en sentido inverso; es decir, como depresores del sistema inmunológico, lo que resulta interesante para el tratamiento de alergias y en los trasplantes de órganos.
Además, principios activos extraídos de las setas también han mostrado propiedades como antibióticos, antioxidantes, antihipertensivos, agentes cardiovasculares, reguladores del colesterol, antiinflamatorios, antidiabéticos y hepatoprotectores. Aunque, de momento, sólo unos pocos de estos compuestos son aplicados ya como fármacos.
Mucho más popularizado y extendido en Occidente está el empleo de algunas setas y de los compuestos que de ellas se obtienen como drogas alucinógenas y psicomiméticas. ¿Por qué la setas producen este tipo de sustancias? Se barajan dos hipótesis contrapuestas. Una de ellas señala que se trata única y exclusivamente de productos de desecho del metabolismo del hongo. La segunda, mucho más sugerente, implica que las setas producen y acumulan este tipo de sustancias para, de nuevo, garantizar el transporte animal para sus esporas. Con ellas, primero, cautivan y, después, “fidelizan” a sus consumidores a base de convertirlos en setadictos.
Setadicción
Las especies psicoactivas más célebres son la Amanita muscaria, la familiar seta roja con puntos blancos, y las setas del género Psilocybe. A la primera están “enganchados”, entre otros, ardillas, renos y, por supuesto, humanos, particularmente en Europa y el sureste de Asia, desde tiempos inmemoriales.
Sus dos constituyentes psicoactivos principales son el muscimol y el ácido iboténico. Las segundas, conocidas por los habitantes del Nuevo Mundo como teonanacatl, o “alimento de los dioses”, eran consideradas sagradas: se las veneraba como tal y, al menos oficialmente, sólo eran consumidas con fines religiosos por chamanes, brujos y demás iniciados. Poseen psilocibina y psilocina, sustancias que inducen coloristas alucinaciones, perturbaciones de la conciencia de tipo onírico y revelaciones que parecen verdades absolutas, amén de producir una descontrolada hilaridad. No es de extrañar que se riesen de los misioneros españoles.