El pasado 19 de mayo, la mayor parte de las farolas, ordenadores, fresadoras y ascensores del país vivieron del aire. La energía eólica batía un nuevo récord de aportación a la generación de electricidad, el 61%. A pesar de lo puntual de esta plusmarca, el conjunto de las renovables (solar, eólica, hidráulica y biomasa) lleva ya cinco años superando la contribución de la nuclear a la chispa española.
Su conquista de terreno refleja una tendencia en el mundo, que el pasado año invirtió por vez primera 23.000 millones de euros más en este sector que en los combustibles fósiles, según la consultora Bloomberg New Energy Finance. Tal empuje se ve propulsado por dos motores: evitar que la tan repetida amenaza del agotamiento del gas y el petróleo nos pille sin sustitutos y frenar las emisiones de gases de efecto invernadero antes de que la temperatura media del planeta supere en más de 2ºC los niveles preindustriales. Sin embargo “con las políticas anunciadas hasta ahora llegaríamos a 3 o 4ºC en 2050, y eso tendría efectos irreversibles sobre el planeta. Por eso, en la próxima década habrá que dar otra vuelta de tuerca a las exigencias”, argumenta Ramón Gavela, director del Departamento de Energía del CIEMAT.
Con la imagen de la otra alternativa no fósil, la nuclear, arrastrada por los efectos de Fukushima, y la captura y el almacenamiento de carbono aún en el limbo de las soluciones teóricas, el testigo de la producción recae claramente en el resto de las energías limpias.
En nuestro país cuentan con una abrumadora confianza de la opinión pública: más del 75% de la población declaraba hace un año al CIS que España debería darles prioridad ante otras opciones. A pesar de eso, su evolución ha sufrido un repentino jarro de agua fría con la suspensión de primas a nuevos proyectos desde el pasado 1 de enero. La mayoría de ellas no pueden valerse por sí solas a la hora de rivalizar con el precio de las convencionales; por tanto, “las energías renovables necesitan ser mimadas por los gobiernos hasta que se implantan. Eso sí, con cabeza”, en opinión de Gavela. El ingeniero destaca además que: “Para evaluar el apoyo que se les da, deberían tenerse también en cuenta las llamadas externalidades”. Es decir, los beneficios de la biomasa forestal para la prevención de incendios y las enfermedades derivadas de la contaminación de una central térmica, por ejemplo, tendrían que formar también parte del balance de costes y ganancias.
En esa línea, “el cambio de modelo energético también puede entenderse como una oportunidad para el país”, en opinión de Javier García Tejedor, Director de Desarrollo de Negocio de Energía de Tecnalia. Como ejemplo, recurre a la esperada explosión de la eólica marina flotante: “Cuyo volumen de negocio será de billones de euros; solo un 5% de él daría empleo a 15.000 personas”; y al vehículo eléctrico, cuyo usuario: “Pagaría seis veces menos por hacer 100 kilómetros con energía autóctona que con una gasolina que importamos”. Es decir invertiríamos en el sistema eléctrico del país, ahorraríamos como consumidores y aligeraríamos la balanza de pagos. “Pero hay que empezar esos proyectos ahora”, advierte García.
También para no dejarnos ganar terreno por países como Dinamarca, con un plan para prescindir de los combustibles fósiles en 2050, y Japón, con toda su potencia y laboriosidad al servicio de una solución postnuclear. Tendremos que soplar con fuerza para subir al futuro por sol, agua y aire.