Su cuerpo, lleno de púas, se viste de paisaje si se siente amenazado; rojo para la tierra desértica, verde para los arbustos y ocre para los árboles. Si el miedo le desborda, se hincha como si quisiera flotar. Y sus hechizos le permiten viajar en el tiempo y en el espacio desde los desiertos de su Australia natal. El cuerpo de este reptil es muy si­milar al del lagarto cornudo (género Phrynosoma), también una criatura mágica con mucho que contar: era el hada buena (sí, como lo lees: nada de almibaradas rubias que destilan purpurina por sus poros) en el Pentamerón. Esta obra de Giambattista Basile (1566-1632), un coleccionista de cuentos italiano, inspiró a Charles Perrault para que su Caperucita Roja recorriera el bosque, y a los hermanos Grimm para que su bella fuera durmiente.
El lagarto cornudo habita en el norte de América (México y Estados Unidos), mientras el diablo espinoso recorre prácticamente las antípodas. ¿Cómo son tan parecidos, entonces, si casi ni son parientes? Un análisis morfométrico ha revelado que ambos reptiles son más parecidos anatómicamente entre sí que a otros lagartos de su misma familia biológica.
El diablo espinoso tiene la capacidad de cambiar de color como estrategia de defensa. Pasa del amarillo al rojo y al verde
El australiano William Saville Kent fue el primer biólogo que estudió estos reptiles, allá por el siglo XIX. Saville Kent conocía al lagarto cornudo, y al ver que el diablo espinoso era tan parecido a aquel, asumió que compartirían muchas costumbres. Entre ellas su dieta, basada en las hormigas (la debilidad, casi exclusiva, del diablo espinoso son las Iridomyrmex). Y así resultó ser. Por algún encanto aún no comprendido del todo por la ciencia, existen seres vivos nacidos en sistemas ecológicos similares, pero alejados entre sí, que, pese a no estar emparentados, han encontrado respuestas parecidas para adaptarse al medio en el que viven. La ciencia los ha bautizado como “equivalentes ecológicos”. Giambattista Basile, sin embargo, habría dicho que en ellos vive la magia.
Su nombre científico, Moloch horridus, proviene de un poema de Milton, en el cual Moloch representa a un sanguinario dios cananeo que exige terribles sacrificios. Para el diablo espinoso es justamente al revés. Su conducta pacífica (a menudo permanece inmóvil si se le acercan) ha hecho que esté en peligro de extinción. Y, al igual que Moloch, exige nuestra sangre (junto al sudor de nuestro trabajo) para salvarle de un final infeliz.