Si caminas por la reserva natural de Dja, en Camerún, te sentirás envuelto por el espeso follaje, sorprendido por mamíferos salvajes y embrujado por un entorno amenazador y atrayente. Sin embargo, es probable que finalices tu visita completamente ajeno al universo vivo que se ha movido por encima de tu cabeza.
A unos 25 metros de altura, una ligera brisa mece los diminutos vellos que pueblan el cuerpo de Polyrhachis laboriosa obrera, y esta registra que se está levantando el viento. Al girar para volver a casa, detecta el cuerpo sin vida de una araña. El botín del día está asegurado. Inmediatamente, la hormiga comienza a golpear rítmicamente su dorado abdomen contra la rama en la que se encuentra. Las vibraciones llegan a sus congéneres más cercanas, que al momento la imitan, y un tamtan –que podríamos traducir por “¡comida!”– congrega en pocos segundos a una plantilla de obreras.
Con ayuda de sus pequeñas mandíbulas (no las usan con mucha frecuencia) descuartizan a la presa, que equilibrará el contenido proteínico de su dieta habitual, limitada a secreciones de plantas y de algunos pulgones.
Para encontrar el camino a casa, estos diminutos seres oriundos de las selvas tropicales africanas combinan las señales visuales y un rastro de feromonas, sustancias químicas con significado comunicativo.
Porque el entendimiento es fundamental en sus colonias, compuestas por entre 1.000 y 10.000 individuos repartidos en varios nidos. Sus hogares son complejas construcciones elaboradas con material reciclado: fragmentos de ramas y hojas aglutinados con saliva y seda procedente de los capullos de las pupas y de redes de araña abandonadas. Están compuestas por varias cámaras, a las que se van añadiendo otras según haya que ir acomodando a nuevas generaciones. Pero solo un nido alberga a la madre de toda la colonia: la reina.
En sus años jóvenes, y como si de una creación de Disney se tratara, se convirtió en una princesa alada y partió del nido en busca de un príncipe (esta vez, negro) con el que producir una abundante prole. Tras sortear numerosos depredadores y ya fecundada, se arrancó las alas, de las que hoy solo quedan unos diminutos muñones, y, mientras el dorado de su abdomen se oscurecía, fundó una colonia.
Sus descendientes se desarrollan con una absoluta organización y regidos por el lema “vive y deja vivir”. Evitan la confrontación en lo posible, pero, cuando el peligro se hace ineludible, se defienden con firmeza. En un primer momento, prueban un ritual de gestos amenazantes, como un boxeo de antenas, una impresionante apertura de mandíbulas o la exhibición de los garfios situados en la unión del tórax y el abdomen.
Si esto no basta, recurren a su arma letal: una bolsa de ácido fórmico en el abdomen. Expulsada a gran presión al exterior, abrasa con su poder corrosivo al más potente enemigo. Que, claro, va a parar a la despensa.
Dentro de unas semanas empezará a venderse el Citroën C3 Aircross, un SUV de hasta…
Uno de los telescopios más potentes de la Tierra ha observado con un detalle sin…
Los investigadores están encontrando en Bluesky, una plataforma alternativa a X (antes Twitter), un espacio…
Menos del 7% de los focos mundiales de colisión entre ballenas y barcos cuentan con…
Innumerables estrellas habitan en otras galaxias, tan lejanas que observar incluso una sola de ellas…
Las personas con peor salud mental son más propensas a navegar por Internet con contenidos…