Biológicamente, los machos valemos menos. Sufrimos incontables penurias para procrear. En muchas especies, casi todas las féminas se aparean, pero muy pocos de ellos lo logran (en el elefante marino, solo un 10%). La esperanza de vida es menor: desarrollamos una feroz competencia intrasexual, realizamos ostentaciones arriesgadas, dedicamos más tiempo y energía al cortejo, somos más vulnerables a la enfermedad…
Por lo general, quienes eligen son ellas. Y se preocupan de poner el listón bien alto, para compensar la gran inversión maternal que realizan. Han de fijarse en indicadores fidedignos de la calidad de su posible inseminador (uno endeble podría engañarlas con una impresionante exhibición ocasional) y por eso escogen a los vencedores de los combates, les obligan a superar duras pruebas y se atreven incluso a inspeccionar sus heces, para comprobar si están bien alimentados.
Con el tiempo han aprendido a dejarse seducir por rasgos extravagantes y ostentaciones llamativas, que obligan a sus posibles parejas a sacrificar muchas oportunidades de supervivencia. El pavo real se arriesga a atraer depredadores con su cola y a perder agilidad en la huida, pero ese magnífico apéndice está gritando: “Soy tan vigoroso que puedo permitirme este pesado adorno”. Otros proclaman la bondad de sus genes con alardes como el de los peces guppy de Trinidad, que se dirigen temerariamente hacia los depredadores. Suele resultar elegido el que más se acerca. En ausencia de hembras, ni se les ocurre hacer esas locuras.
No les duelen prendas
Muchos aspirantes conquistan a sus “damas” con comida. Algunos grillos producen sustancias nutritivas y se las ofrecen para evitar que se coman el esperma depositado en el exterior. Aunque lo más usual es la ofrenda de presas; los machos de las moscas escorpión presentan una a la hembra para que les permita el apareamiento; si no lo consiguen, prueban con su nutritiva saliva.
Una bióloga marcó a aves macho con anillas rojas que volvieron locas a sus hembras
Si ella la rechaza, él puede olvidar la gentileza y tratar de forzar la cópula, fijando a la víctima con sus pinzas genitales. A esta estrategia recurren sobre todo los candidatos más débiles, aunque ellas suelen escapar. Quizá las hembras más exigentes son las de tilonorrinco, o pájaros glorieta. Los machos construyen impresionantes chozas, o galerías, de ramas y las decoran con objetos de colores vistosos, como trozos de vidrio, hebras de lana, tiras de papel, flores, etc., que a veces roban de los nidos de otros machos. También pintan la construcción nupcial con jugos de frutas, utilizando manojos de fibras que sujetan con el pico. Pero sus cortejadas exigen, además, que ejecuten elaboradas danzas y lancen al aire los adornos.
A tortas
Otras de las arduas facetas del galanteo son las peleas entre rivales. Aunque suelen acabar con el abandono de un contrincante tras la muestra de fuerza o habilidad del otro, en muchos casos (leones, ciervos, elefantes marinos…) resultan mortales. En las especies con harenes, los combates por el monopolio sexual son terribles. Estos agrupamientos tienen ventajas: aparearse con el macho con mejores genes, disponer de los recursos que este ha conquistado, estar protegidas de depredadores y de los constantes acosos sexuales de otros congéneres. En contrapartida, se sufre la tiranía del líder (las leonas tienen que cazar para él) y disminuye la diversidad genética de las crías.
A veces son ellas las que provocan las luchas para asegurarse el apareamiento con el mejor aspirante. Algunas berrendas, una especie de cabras, se alejan del harén y tientan a un extraño, para que el dominante se enfrente a él. Y en otras ocasiones, el trasfondo de los enfrentamientos es más enrevesado, sobre todo para dar fuerza a los débiles.
En primates, se establecen coaliciones entre machos para expulsar al líder o luchar contra invasores. Un subordinado “pelota” puede establecer una relación especial con el dominante para ascender en la jerarquía. Otros se hacen “amigos” de las hembras: las asean y las protegen de la agresión de otros machos. Aunque estas se aparean preferentemente con los dominantes, no olvidan premiar a sus “amigos” con algunas cópulas.
Esos “satélites” oportunistas a veces son tolerados porque atraen a las hembras o alertan ante predadores. En la rana Hyla cinerea, un macho silencioso se coloca al lado de otro que croa (así ahorra energía y no llama la atención de los enemigos), e intenta interceptar a la hembra atraída por este.
Los peces sol tienen el récord de eyaculación precoz: llevan a cabo fulgurantes incursiones en el territorio de los dominantes para fecundar los huevos que han depositado allí las hembras.
La tentación de todos los machos sería adoptar estas estrategias poco costosas, pero así no conseguirían atraer féminas. En las poblaciones se alcanza un equilibrio entre “honestos” y “tramposos”. Otro vil engaño es imitar a las hembras, para penetrar en el territorio de los dominantes. Algunos tritones inducen así a otros machos a desperdiciar su esperma.
EnSéñalo todo
Pero lo fundamental para aparearte es “estar a la moda”; es decir, presentar los rasgos que una población de hembras considera atractivos en un momento determinado. La selección de estos rasgos constituye un proceso desbocado. Un macho que presente un carácter llamativo puede resultar irresistible para algunas hembras. Los hijos heredarán ese rasgo del padre, y las hijas, las preferencias de la madre, con lo que la selección de características cada vez más provocativas se alimenta a sí misma, hasta el punto de que llega a comprometer la supervivencia (colas desmesuradas, colores estridentes, etc.). Algunas de esas modas son “artificiales”. Una investigadora que estudiaba los pájaros moteados de Australia comprobó que las anillas rojas con que marcó a los machos resultaban arrebatadoras.
Tras la cópula, el mosquito Johansenniella nitida incrusta un pequeño apéndice como tapón vaginal en la hembra. Ella, a cambio, le devora
Como cualquier posible madre siempre busca incrementar su descendencia por medio de hijos irresistibles para otras hembras, muchas eligen a machos ya seleccionados por otras más expertas.
En especies en las que ellos prodigan algún cuidado a las crías, su capacidad paternal se convierte en el criterio de selección, algo frecuente en animales con rasgos físicos poco atractivos. Así, algunos peces la evalúan depositando unos pocos huevos y observando si el macho manifiesta conductas de protección. Muchas hembras solo se aparean tras un cortejo muy largo, para llegar a conocer las capacidades reales del pretendiente y puntuar el riesgo de ser abandonada con las crías o de sufrir maltrato. Estos noviazgos prolongados son frecuentes cuando los dos sexos invierten mucho en la prole; el caso de muchos pájaros, en los que suelen durar semanas. Por su parte, ellos también necesitan estimar la probabilidad de que las hembras les sean infieles o les abandonen con las crías.
Para acercarse a sus cortejadas, los machos soportan las agresiones, ya que ellas no permiten que se invada alegremente su territorio individual. Adoptan posturas vulnerables, como agacharse y ofrecer el cuello, que los exponen a los ataques femeninos. A veces han de inmovilizarlas, como algunos machos de araña, que utilizan para ello sus hilos de seda.
Aunque los machos de las mantis usan varias tácticas para evitarlo, muchos son consumidos por la hembra antes o durante el apareamiento. La mantis suele empezar por comerse la cabeza, lo que estimula los movimientos copulatorios del macho. Este tiene la compensación de que sus proteínas van a permitir que sus crías (y consecuentemente, sus genes) tengan más posibilidades de sobrevivir. El macho de viuda negra americana, tras insertar sus palpos copuladores en el orificio genital de la hembra, intenta huir, pero lenta y despreocupadamente, como si no le importara ser devorado.
El de la viuda dorsirroja australiana, en cambio, se precipita hacia las fauces de su compañera tras el apareamiento. Este supremo sacrificio la entretiene y disminuye la posibilidad de nuevas cópulas (así es más probable que las crías sean suyas). Al macho del mosquito Johansenniella nitida tampoco le importa demasiado ser comido durante la cópula, ya que parte de su cuerpo queda incrustado en la hembra, a modo de tapón vaginal. Pero también existen casos en los que el mundo funciona al revés. Ellas cortejan y compiten entre sí por los machos, tímidos y sumisos, y ellos son los que eligen.
“Hembradas”
Suele ocurrir en especies cuyos machos realizan la mayor inversión en el cuidado de las crías, o cuando ofrecen regalos muy suculentos a las hembras. Ellas pueden pelear violentamente entre sí, se hacen más llamativas y los machos más crípticos. Un mecanismo de competencia entre hembras es emitir feromonas que suprimen la capacidad reproductiva de otras (titís del Nuevo Mundo). La inversión en los papeles sexuales se da en los caballitos de mar (son ellos los que “paren”), ranas venenosas arborícolas, algunas aves limícolas, etcétera. En los monos gelada, las hembras compiten entre sí por el acceso a los mejores machos, aunque estos no ofrecen cuidados paternales ni regalos. n