Cuando Carl Sagan y otros pioneros de la búsqueda de vida extraterrestre sentaban las bases del proyecto SETI, decidieron apodarse “la Orden del Delfín”. En aquel 1961 empezábamos a atisbar algo más que una cara simpática en el mamífero marino. Y la investigación de sus habilidades parecía un buen símil para la intención de buscar inteligencia en otros mundos.
Aún a la espera de ET, los humanos hemos ido descubriendo nuevas y sofisticadas características de los cetáceos. Tantas como para recopilar una amplia base de datos sobre el tamaño cerebral y los comportamientos registrados en 90 especies distintas de delfines, ballenas y marsopas que ha servido de base a un reciente artículo en la revista Scientific Reports. El equipo internacional de autores defiende que existe una relación entre la expansión y el tamaño del cerebro y el grado de complejidad en las capacidades de estos animales. Cuanto mayores aquellos, más ricas estas.
La estrategia de cazar con burbujas solo la practican las ballenas jorobadas en Alaska o la Antártida. Desde que la desarrollaron, las crías la aprenden de sus mayores
Hasta el punto de señalar una cercanía con los humanos que, de momento, solo atribuimos a los primates. Como ejemplo, los delfines macho establecen amistades de años con uno o dos congéneres. A veces estas parejas o tríos de colegas se unen a otros para robar las hembras a un tercer grupo o para defender las del propio. Y ambos tipos de asociación se integran ocasionalmente en “ejércitos” de toda una zona con los mismos propósitos. En sus ataques y defensas –con grandes dosis de violencia, adiós al mito del animalito adorable– se organizan de forma jerárquica y con turnos sobre a quién le toca aparearse y a quién dar o recibir palos en cada ocasión. Y en cualquiera de los tres niveles es siempre posible un cambio de bando. El biólogo evolutivo Richard Connor lleva 30 años estudiando todas estas alianzas en la bahía de los Tiburones (Australia) y las considera las “estructuras en red más complejas que se conocen, después de las humanas”. Pero el parecido no le resulta extraño, ya que los delfines y nosotros somos los animales con un cerebro más grande respecto al tamaño corporal.
El grupo te hace listo
En esa ecuación entre inteligencia –con todas las salvedades que despierta el término– y materia gris interviene otro factor básico: la pertenencia a un grupo social. José Zamorano Abramson, investigador en el Grupo de Estudio del Comportamiento Animal y Humano (GECAH) de la Universidad Complutense de Madrid, recuerda que “la catapulta de la inteligencia humana no fue tanto el adaptarse al entorno físico, como al juego social, la tensión permanente entre cooperación y competición, que nos obliga a evaluar cuándo nos conviene cada cosa. Eso requiere una enorme cantidad de inteligencia”.
Los cetáceos también están sujetos a esa sociabilidad compleja que ha potenciado un nivel de cognición por el que ya se les ha empezado a llamar “los primates del mar”.
Los autores del citado estudio de Scientific Reports destacan el papel del grupo en los avances cognitivos, pero también las grandes diferencias entre la anatomía cerebral de las especies estudiadas y las de simios y humanos. Es decir, la evolución nos ha llevado a resultados equiparables por rutas muy diversas. Kieran Fox, neurocientífico de Stanford, reconoce que a raíz de su investigación “ha surgido otra pregunta: ¿cómo es posible que patrones cerebrales muy diversos en especies muy distintas den lugar a comportamientos cognitivos y sociales muy muy parecidos?”.
Las orcas asesinas se aparean únicamente con individuos que tengan un dialecto regional parecido al suyo
Mientras lo averiguan, creen que podemos ir aprovechando esta afinidad cada vez más clara. Otro de los autores, Michael Muthukrishna, se refiere a nuestro interés antropológico por “comprender qué hace a los humanos tan diferentes de otros animales. Para hacerlo, necesitamos un grupo de control. Comparados con los primates, los cetáceos constituyen un grupo de control más alejado de nosotros”. Desde el mar, estos mamíferos podrían ayudarnos a conocernos mejor.
Cazar con silbidos
Entre los más estudiados se encuentran el delfín mular, la orca y los cachalotes –los tres dentados– y las ballenas jorobadas, que filtran su comida a través de las barbas de su boca, similares a las cerdas de un cepillo. Todos ellos viven en grupos con gran interacción social e incluso tradiciones culturales propias de ciertas poblaciones. Como la caza en carrusel de las orcas noruegas. Cuando encuentran un gran cardumen de arenques, la matriarca las dirige para que aíslen una bolita manejable y la rodeen con burbujas, destellos intermitentes de su vientre blanco y golpes de cola. Cuando la tienen cerca de la superficie, varias vigilan, mientras otras se comen los peces a los que atontan a coletazos y desechan las espinas y cabezas.
A menudo el mismo cardumen de arenques es asediado también por ballenas jorobadas, que han desarrollado su técnica de redes de burbujas en ciertas zonas, como Canadá. Allí pueden toparse con otra especie con un comportamiento regional: las ballenas boreales que se arrancan la piel contra las rocas de aguas poco profundas. Sarah Fortune, de la Universidad de British Columbia, que ha estudiado por primera vez ese fenómeno, considera que podrían buscar deshacerse de parásitos o librarse de la piel dañada por el sol. Teniendo en cuenta que los efectos de la radiación UV se acumulan con el tiempo, esta última razón tendría sentido en una especie tan longeva (puede llegar a vivir más de 200 años).
Entre los delfines, algunos agrupan a los peces con sonidos y los van capturando uno a uno, mientras otros entran a los ríos y sacan el cuerpo al barro para apresar animales de la orilla. Incluso algunos se sirven de esponjas para cazar a los venenosos peces globo o extraer presas de fondos rocosos, en un claro ejemplo de uso de herramientas. Otras poblaciones utilizan dichas esponjas como ofrendas del macho a la hembra para conquistarla. Según algunos autores, son exhibiciones de buena condición física, ya que resultan difíciles de arrancar del fondo.
Para nosotros, lo más relevante de esos comportamientos es que se enseñan de unas generaciones a otras. Y el aprendizaje es tan importante para su supervivencia que estas especies nacen “con la capacidad de imitar, para poder asumir la cultura del grupo y sobrevivir en él”, alega Zamorano Abramson. Esto evita tener que limitarse al sistema de prueba y error para acumular experiencias. Si el aprendizaje aporta las de otros, “te ahorras muchas penurias y vas mucho más rápido”.
De esta forma se van generalizando comportamientos que han resultado beneficiosos para algún individuo. El pasado noviembre cinco tiburones blancos aparecieron muertos en la playa, con orificios similares a la altura del hígado. Nadie había visto nada igual, pero las sospechas recayeron de inmediato en la orca, razonablemente apodada ballena asesina. “Sí, ellas tienen su punto gourmet”, concede el investigador, especializado en mamíferos marinos. “Otras veces es la lengua. Matan a una ballena, se la arrancan y las dejan ahí, sin lengua”. La selección de casquería se debe probablemente a la alta concentración de nutrientes en esos órganos, lo llamativo es que no aprovechen el resto.
Teniendo en cuenta que estos mamíferos son los de más amplia distribución en el planeta, después de los humanos, no es de extrañar su variedad de costumbres. En Tarifa, agotan a los atunes y los cazan en grupo.
Cooperación entre especies
Muy cerca de ellas, otras se limitan a esperar a que los pescadores españoles y marroquíes estén sacando el atún rojo del agua para arrebatárselo, en una colaboración involuntaria para los pescadores. No es el único caso en que se ha detectado que especies distintas aúnan fuerzas. Hay orcas que colaboran con ballenas jorobadas –otras se las comen–, o delfines que atraen a los peces hacia los pescadores (a cambio de los descartes de estos). En la Bahamas se ha avistado por primera vez una alianza entre delfines mulares atlánticos y delfines moteados. Juegan, buscan comida juntos, incluso se cuidan las crías mutuamente y se defienden en caso de ataque.
Del mismo modo que pueden defender a otras especies. Son numerosos los avistamientos de ballenas jorobadas y delfines acudiendo a proteger a focas, leones marinos u otros animales perseguidos, e incluso sacando a la superficie a humanos en apuros.
Estos comportamientos se han explicado como una trasposición de los que les son propios dentro de sus grupos. “Cuando nace un delfín, la madre lo empuja rápidamente hacia arriba para que aprenda a respirar.
Y lo mismo hace el grupo cuando uno de sus miembros está enfermo o herido, lo sujetan para que pueda tomar aire”, explica Zamorano Abramson. Es comprensible, por tanto, que esa misma respuesta se active al detectar un humano inerte.
¿En qué me hablas?
Porque los delfines tienen la capacidad de interpretar los movimientos de otros individuos. Saben que, cuando un compañero –o el entrenador de un acuario– se gira, está prestando atención a otra cosa. Además de contar con un repertorio de vocalizaciones cuyo significado desconocemos, pero en el que ya hemos identificado silbidos firma, un equivalente al nombre propio de cada individuo, que les resulta de gran utilidad para coordinarse. El investigador Louis Herman descubrió que combinan su vocabulario de 40 elementos para crear miles de frases únicas con varias reglas sintácticas.
Las orcas y los cachalotes exhiben una inmensa variedad de dialectos. Hasta tal punto, que las ballenas asesinas se aparean únicamente con las de lenguajes regionales parecidos a los suyos. Por su parte, las jorobadas van cambiando sus cantos, que se contagian por el océano como cualquier éxito de verano. E, igual que su capacidad de salvamento, también pueden aplicar la de imitación a otras especies. En 2013, una beluga a la que trasladaron al Delfinario Koktebel, en Crimea, aprendió en dos meses los silbidos firma de sus únicos compañeros: dos delfines mulares.
Igual de espontánea fue la imitación que hizo la beluga Noc, adiestrada por la Marina estadounidense, de los marineros que la acompañaban. La especialista en cetáceos Lori Marino declaraba al respecto al Smithsonian: “Para que un animal imite a otra especie necesita un elevado nivel tanto de conciencia de sí mismo, como de comprensión de su cuerpo, del otro cuerpo y de la acústica de ambos. Manipular el propio tracto vocal para obtener el efecto deseado es algo muy muy sofisticado”.
El último caso espectacular ha sido el de la orca Wikie, precisamente en un estudio de José Zamorano Abramson. Para comprobar si podía imitar sonidos nuevos, entrenaron a otra orca para que aprendiera cinco, lo más distintos posible a los suyos naturales. Cuando lo logró, la colocaron junto a Wikie, que también los integró, solo por imitación. Después la expusieron a un altavoz y ahí incluyeron palabras humanas. Como su sistema fonador es distinto, solo esperaban obtener un ritmo o una melodía similares, pero los sonidos de Wikie se acercaron lo suficiente a los nuestros como para despertar interés a nivel mundial.
Aprender de los cautivos
Los avances en el conocimiento de sus capacidades y complejidad ponen en entredicho la conveniencia de tener a los cetáceos encerrados. Cada vez más voces reclaman el fin de las reclusiones. Francia, por ejemplo, ha aprobado un decreto que prohíbe la reproducción de cetáceos en cautividad.
Aunque, paradójicamente, los descubrimientos que han llevado a esta solidaridad proceden de experimentos de individuos cautivos. Zamorano Abramson asegura que no se los obliga a participar en ellos: “es imposible, cuando no quieren hacer algo, simplemente se van”. De hecho, a algunos, como la beluga Noc, los liberaron y regresaron a las instalaciones. El investigador considera que “hoy, ni yo ni ningún científico de los que estamos en esto vamos a capturar un delfín para estudiarlo. A los que ya están ahí, debemos darles la mejor vida posible y aprender lo que podamos de ellos”. No olvidemos, que pueden ayudarnos a conocer mejor quiénes somos.
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