En un futuro postapocalíptico, ¿qué pasaría con la vida si los humanos desapareciéramos?
Luc Bussiere, University of Stirling
Al fin y al cabo, es probable que la especie humana se extinga mucho antes de que el sol se convierta en una gigantesca bola roja y acabe con todos los seres vivos sobre la faz de la Tierra.
Suponiendo que no acabemos antes con los demás seres vivos (algo poco probable a pesar de nuestra tendencia a hacer desaparecer especies), la historia nos dice que habrá cambios fundamentales una vez que los humanos dejemos de ser la especie animal dominante del planeta.
Así que, si pudiésemos dar un salto en el tiempo hasta unos 50 millones de años después de nuestra desaparición, ¿qué encontraríamos? ¿Qué animal o grupo de animales nos relevarían como especie dominante? ¿Nacerá un Planeta de los Simios como el de las películas? ¿O dominarán la Tierra los delfines, las ratas, los tardígrados, las cucarachas, los cerdos o las hormigas?
Esta pregunta ha dado lugar a muchas especulaciones, y numerosos escritores han hecho listas de especies candidatas. Sin embargo, antes de hacer conjeturas, debemos explicar a qué nos referimos con especies dominantes.
Limitémonos al reino animal
Se podría decir que la era actual es la era de las flores. Sin embargo, al visualizar el futuro nadie se imagina a Audrey 2 de La tienda de los horrores (aunque los trífidos de la ficción tuvieran rasgos característicos de los animales, tales como un comportamiento depredador y la habilidad de moverse).
Limitémonos pues al reino animal, más por razones prácticas que filosóficas. Según ciertos criterios, el mundo siempre ha estado dominado por bacterias, a pesar de que la “era de las bacterias” acabó hace unos 1.200 millones de años. Pero no fue porque las bacterias dejasen de existir o porque disminuyese su predominio, sino porque tendemos a dar más importancia a los grandes organismos multicelulares que vinieron después.
Según algunos cálculos, cuatro de cada cinco animales son nematodos (gusanos cilíndricos). Así que, con estos ejemplos, queda claro que ni la prevalencia, ni la abundancia, ni la diversidad son esenciales para ser la forma de vida dominante. En cambio, nuestra tendencia es pensar en organismos grandes y carismáticos.
Los mansos heredarán la Tierra
Hay un indiscutible grado de narcisismo en cómo los humanos designamos a las especies dominantes, al igual que una tendencia a otorgar este título a nuestros parientes cercanos. El Planeta de los Simios imagina que nuestros parientes primates podrían desarrollar el habla y adoptar nuestra tecnología si les diéramos el tiempo y el espacio suficientes.
Pero es poco probable que las sociedades primates no humanas hereden nuestro dominio sobre la Tierra ya que, probablemente, los simios se extinguirán antes que nosotros. Ya somos el único homínido vivo que no está en peligro de extinción. Y no es probable que la crisis que podría acabar con nuestra especie dejase al margen a los otros grandes simios. De hecho, cualquier tipo de extinción que afecte a los humanos sería también peligrosa para aquellos organismos con similares necesidades fisiológicas básicas.
Aunque los humanos sucumbiéramos a una pandemia mundial que afectara a pocos mamíferos, los grandes simios son, precisamente, las especies que más riesgo tienen de contraer nuevas enfermedades que podrían eliminarlos de la Tierra.
¿Podrá otro pariente, más distante, (primate, mamífero o de otra índole) desarrollar inteligencia y una sociedad similar a la nuestra? Eso tampoco parece probable. De todas las especies que, en teoría, han sido animales dominantes en algún momento, los humanos son únicos en su excepcional inteligencia y destreza manual. Se puede deducir, por tanto, que tales cualidades no son un requisito para ser la especie dominante ni para evolucionar. La evolución no favorece la inteligencia por sí misma, a no ser que esta lleve a un mayor nivel de supervivencia y de reproducción. Por lo tanto, es un grave error pensar que nuestros sucesores serán especialmente inteligentes, que serán seres sociales, que podrán hablar o que serán expertos en tecnología.
Así que, ¿podemos afirmar algo sobre la especie dominante 50 millones de años después de la extinción del ser humano? La respuesta es tan decepcionante como sorprendente. Podemos estar bastante seguros de que no será un chimpancé parlante, pero no tenemos ni idea de qué será.
La Tierra ha visto gran número de extinciones masivas a lo largo de su historia. La diversificación de la vida tras cada suceso siempre ha sido relativamente rápida y la adaptación de las nuevas especies produjo nuevas formas de vida muy diferentes a las que las engendraron tras sobrevivir a la extinción anterior.
Las pequeñas criaturas que corrían bajo los pies de los dinosaurios a finales del periodo Cretáceo eran muy diferentes de los osos de las cavernas, de los mastodontes y de las ballenas descendientes de la Era de los Mamíferos. Asimismo, los reptiles que sobrevivieron a la extinción masiva del Pérmico-Triásico hace unos 250 millones de años, que acabó con el 90% de las especies marinas y con el 70% de las terrestres, tampoco se parecían a los pterosaurios, dinosaurios, mamíferos y pájaros que descendieron de ellos.
En La vida maravillosa: Burgess Shale y la naturaleza de la historia, el difunto Stephen J. Gould defendía que el azar, o la contingencia, como él solía decir, tuvo un papel muy importante en las grandes transiciones de la vida animal. Hay margen para discutir sobre la importancia relativa de la contingencia en la historia de la vida, que sigue siendo un tema controvertido hoy en día. Sin embargo, la percepción de Gould de que difícilmente se puede presagiar la supervivencia de las razas modernas tras una futura extinción es una lección de humildad sobre la complejidad de las transiciones evolutivas.
Aunque podría ocurrir que las hormigas nos releven en el dominio de la Tierra, tal y como se ha especulado, es imposible que sepamos cómo serán esas hormigas dominantes descendientes de las actuales.
Luc Bussiere, Lecturer in Biological Sciences, University of Stirling
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.