Hablamos con Francisco Estupiñá, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y coordinador de PsiCall, un servicio de atención psicológica a los estudiantes, en medio de una crisis de salud mental y aumento de los suicidios entre los jóvenes
En verano de 2017 la Universidad Complutense de Madrid abrió PsiCall, un servicio pionero para atender los problemas psicológicos de sus 80.000 estudiantes. Pocos podían imaginar entonces que los problemas habituales de estos jóvenes, que crecieron bajo la sombra de la crisis económica, iban a verse multiplicados por la pandemia de covid-19 en unos pocos años.
La incertidumbre ante el futuro, los estándares imposibles de belleza y éxito a los que las redes sociales los someten a diario, el aislamiento y la incomprensión han llevado a un aumento en los casos de depresión y ansiedad entre los jóvenes, así como los casos de suicidio, que ya es la primera causa de muerte no natural entre los 15 y los 30 años de edad. Hablamos con Francisco Estupiñá Puig, profesor de la Facultad de Psicología de la UCM y coordinador de PsiCall, sobre la salud mental de los jóvenes actuales.
¿Hay más casos de enfermedad mental que antes, ahora se ven más que antes, o quizá son las dos cosas?
Las comparaciones no se pueden hacer en el vacío, sino que obedecen al contexto en el que estamos, en mitad de una pandemia global, con una situación económica concreta y unas determinadas tasas de paro en determinados sectores de la población. Podemos pensar que eso no tenga una incidencia cuando lo comparamos con hace 20 años, y sea solamente una cuestión de qué se comunica o visibiliza más. Al mismo tiempo tiene también que ver con que el contexto actual nos lo pone un poco cuesta arriba a todos y algunas personas, mucho más que otras.
Un elemento relevante en el suicidio es la sensación de sentirte desconectado de los demás, no tener con quien compartir esa carga
Es verdad que cada vez hay más conciencia y más posibilidades de visibilizar estos temas. Ahí están también, pues, las redes sociales, que son un absoluto disruptor del tablero de juego, sobre todo lo que tiene que ver con la comunicación en salud mental.
En este sentido las redes sociales permiten que las enfermedades mentales tengan más visibilidad, pero también están agravando muchos casos.
Sí, y eso son cuestiones ambivalentes. Hay personas que hacen una labor importante de divulgación y que se exponen. Esa exposición sobre su propia vida y sus propias cuestiones psicológicas tienen una utilidad social y sirven para poner esto en el tablero de juego político. Pero luego estas personas a veces pagan un precio muy alto por hacerlo.
Hay un bloqueo de las estrategias y recursos que tenían muchas personas para atender a su bienestar psicológico
Luego es verdad que cada vez tenemos más información sobre cómo las redes en sí mismas pueden contribuir a generar expectativas de normalidad inadecuadas, como evidencia el famoso informe de Instagram y el efecto que tiene sobre sobre la gente joven. Yo creo que esto viene a subrayar la idea de que las tecnologías son razonablemente neutras, y que lo que ofrecen son potencialidades, y que lo relevante es el diseño final y el uso que se les da, que incluye necesariamente la educación de los usuarios.
Históricamente hay una mayor incidencia de enfermedades mentales en tiempos de crisis económicas o sociales. ¿Es este el caso que estamos viviendo ahora?
La literatura reciente viene a señalar que el contexto en el que estamos está teniendo un impacto muy grande y estaba agravando la situación de salud mental de determinados colectivos de la población, que lo están sufriendo con más severidad. Hay un mayor estrés que se introduce en la vida de todo el mundo, pero también un bloqueo de las estrategias y recursos que tenían muchas personas para atender a su bienestar psicológico.
Es decir, si tú te podías regular apoyándote en la cercanía de tus amigos, o tú lo que necesitabas era, de vez en cuando, ser capaz de presentarte en urgencias para regular a un impulso autodestructivo, pues [la pandemia] te lo ha puesto enormemente más difícil. Esto ha tocado nuestros mecanismos de defensa y nos ha hecho más vulnerables a ese estrés.
El aumento en la tasa de suicidios solo tiene comparación con épocas de crisis muy profundas en el pasado. ¿Qué es lo que está ocurriendo en la cabeza de una persona que hoy en día se quiere suicidar?
A lo largo de los últimos diez años cada vez vamos haciéndonos más preguntas y reflexionando más sobre lo que le ocurre a las personas que piensan por un lado en quitarse la vida, lo que llamamos la ideación autolítica, y las personas que efectivamente acaban muriendo por suicidio. Sabemos que la materia prima del pensamiento de quitarse la vida es el dolor, el sufrimiento. El punto de partida es que alguien vive una vida en unas condiciones que se le hacen difícilmente tolerables.
Si tienes relaciones reales, tangibles, las relaciones virtuales van a tener menos importancia
Pero luego, no toda la gente que sufre se plantea quitarse la vida. Hacen falta más ingredientes. Sabemos que un elemento relevante es la sensación de sentirte desconectado de los demás, no tener con quien compartir esa carga. Por otro lado, el sentirte una carga para los demás. Pero todavía hace falta algo más. Para dar el paso de atentar contra su vida hacen falta lo que llaman los estudios capacidad adquirida. Es decir, tú tienes que saber cómo acabar con tu vida por determinados medios y estar en situación de utilizarlos. Por eso las personas que tienen acceso a armas de fuego tienen más posibilidades de quitarse la vida.
Por eso las intervenciones para prevenir el suicidio incluyen la restricción del acceso a los medios letales, es decir, poner barreras arquitectónicas para impedir que la gente pueda acceder a determinados sitios o poner restricciones de acceso a determinados productos.
Has hablado de cómo un factor determinante es no ser capaces de compartir esa carga de dolor con otras personas, pero vivimos en una sociedad que fomenta el individualismo la desconexión, más aún con la pandemia. ¿Qué influencia puede tener esto en las enfermedades mentales?
Te puedo dar una opinión, no puedo dar un dictamen causal, pero mi impresión es que el individualismo en ese sentido es una variable tóxica. El individualismo lleva a la búsqueda de una autonomía que muchas veces es utópica. También te lleva a algo que es paradójico. Si no doy por sentado el apoyo del grupo, entonces lo que ocurre es que constantemente me estoy esforzando por presentarme como un individuo exitoso, un individuo que lo hace todo bien, porque en el fondo temo que si no soy así, los demás no estarán ahí para mí.
La desconexión con la comunidad hace que busques la validación de otras formas, entonces
El estudiante que te dice que “yo no puedo sacar mala nota para no decepcionar a mis padres” entiende que si no lo consigue, no va a recibir aprecio ni aprobación, es decir, que no es merecedor de esa aprobación por el mero hecho de ser parte de una determinada comunidad. La mentalidad de comunidad parte de ese elemento de participación incondicional de un grupo.
En ese sentido, ¿nuestra comunidad nos protege de los efectos de depender de los likes que tengas en Instagram para sentirnos validados?
Si tienes relaciones reales, tangibles, esas relaciones virtuales van a tener menos importancia, menos trascendencia en tu vida. Eso no quita para que si en un momento te montan un flame en Twitter porque has dicho algo que no ha gustado a tal o cual colectivo, sea lógicamente algo que te pueda hacer daño. Pero claro, si Twitter es el único entorno en el que te validas, puede llegar a ser devastador.
Muchos jóvenes dicen que se centran en vivir el día a día, porque si piensan en el futuro es cuando se deprimen. ¿Es necesaria la esperanza o es un placebo peligroso?
Hay toda una literatura sobre los factores protectores y los factores de riesgo del optimismo. Sabemos que el optimismo actúa como un cierto colchón para las emociones negativas. Pero también sabemos que el optimismo puede llevar a que las personas sean malos jueces de la realidad y puedan experimentar dificultades en la solución de problemas. Como Martin Seligman escribió hace muchos años, si alguna vez necesitas buscar un abogado, búscate un tipo triste, porque un tío jovial que te da dos palmadas en la espalda y te dice que va salir bien seguro no va a hacer los deberes con el mismo ahínco que el cenizo que piensa que todo puede salir mal.
Tengo esperanzas de que se ponga en marcha una reivindicación social amplia que pueda marcar diferencias para la salud mental
Entre los dos extremos hay que buscar un término medio. Tirar por la ventana tu bienestar psicológico para poder solucionar adecuadamente los problemas no parece muy sensato, pero evitar solucionar los problemas para preservar tu bienestar psicológico es estrategia del avestruz. La flexibilidad cognitiva, el ser capaz de cambiar tu punto de vista en función de las de las necesidades es lo ideal, pero lo más difícil.
En medio de esta situación en España hay una falta dramática de apoyo institucional y un descuido de la sanidad pública y las redes de apoyo del estado. ¿Qué hace falta para que se entienda que la salud pública es rentable?
Fíjate, en el Reino Unido hace años pusieron en marcha un programa para acercar la atención psicológica a la atención primaria para las personas que sufren desórdenes emocionales comunes. En buena medida, porque un informe de la London School of Economics demuestra que en los costes de proveer servicios de salud mental para estas personas, en particular para las que están de baja médica por desórdenes emocionales comunes, por cada 20 libras de inversión se recuperaban 19. Entonces contratan 20 mil personas en el plazo de unos pocos meses para para trabajar en salud mental en los servicios sanitarios de atención primaria. Aquí, en 2010 el Senado pasó una resolución diciendo que hacían falta 12.000 profesionales de salud mental, que a día de hoy no sean contratado.
No deja de ser un conflicto por el modelo desde el que se se tiene que atender la salud mental, en un contexto en el que vivimos malos tiempos para el para el sistema sanitario, como lo que está pasando con los centros de atención primaria y las urgencias en Madrid. Hay un auténtico deterioro del sistema a todos los niveles, y pedirle que adopte nuevas obligaciones se hace muy complicado. Yo tengo cierta esperanza en la capacidad de movilización de las personas, en que se ponga en marcha una reivindicación social amplia que pueda marcar diferencias para la salud mental en particular.
Este es un tema que necesita que estemos hablando de él todo lo que no se ha hablado en décadas. En eso estamos muy bien.