Uno tras otro, los médicos han ido agotando los antibióticos disponibles para luchar contra esta bacteria, hasta quedar reducidos a dos: tigeciclina y colistina. Sobre todo, se utiliza esta última, y en algunos lugares como el Hospital 12 de Octubre ya se han detectado resistencias: en tres de los 252 pacientes que resultaron infectados, la cepa mostró ser capaz de sobrevivir al efecto del fármaco. Y además, hay un problema añadido: la colistina es eficaz para la mayoría de los pacientes, pero sus “efectos colaterales” convierten esta molécula poco menos que en una arma de destrucción masiva en el organismo.
Efectivamente, aniquila la bacteria, pero arrasa en otras partes del cuerpo: es nefro y neurotóxica. De hecho, debido a estos efectos hace más de 20 años que dejó de utilizarse. El arsenal para luchar contra las superbacterias se ha quedado anticuado, no se ha renovado en los últimos diez años, lo que ha llevado a la Sociedad Americana de Enfermedades Infecciosas a lanzar un manifiesto a la FDA (Food and Drug Administration) que en alguno de sus párrafos casi suena a clamor: “Hay una necesidad crítica de nuevos productos para detectar, tratar y prevenir las infecciones resistentes”.
Es cierto que hasta ahora la industria farmacéutica siempre había tenido un antibiótico de repuesto a tiempo para contrarrestar la progresiva pérdida de eficacia frente a bacterias, pero por primera vez, esa cadena se ha roto. Contra algunas cepas de Acinetobacter baumannii ya no hay tratamiento posible, salvo la esterilización de un espacio a 120 grados. A esa situación se ha llegado por dos motivos. En primer lugar, ha dejado de ser rentable investigar nuevos antibióticos.
Elaborar un fármaco cuesta 600 millones de euros de media y 15 años de trabajo y ensayos, y a los laboratorios les resulta más rentable dedicar esos recursos a desarrollar productos contra enfermedades crónicas, que se necesitan todos los días, que medicamentos que pueden quedar fuera de uso pronto por la aparición de resistencias.
Pero también hay una segunda razón, no menos importante: la medicina, que ha superado tantos retos, se ha dormido en los laureles; nunca creyó que podía perder la batalla frente a las bacterias. Lo señala también el informe de la Sociedad Americana de Enfermedades Infecciosas: “Tanto el sector público como el privado se han adormecido con un falso sentimiento de seguridad basado en los éxitos del pasado”.
Se dan situaciones paradójicas: los dispositivos ideados para salvar la vida de una persona (catéteres, sondas urinarias…) algunas veces han acabado convirtiéndose en un pasaporte para la muerte, porque las bacterias han aprendido a adherirse a la superficie de casi todos los biomateriales con los que están fabricados (silicona, titanio, acero inoxidable, poliuretano y Teflón).
En sus paredes forman microcolonias, que se organizan en capas y dificultan la acción de los antibióticos, y también de las defensas propias del organismo. Un equipo internacional al que pertenece José Luis del Pozo, microbiólogo de la Clínica Universitaria de Navarra, trabaja en un novedoso sistema que podría atajar las infecciones que se transmiten por medio de dispositivos médicos, como las ocasionadas por Acinetobacter baumannii: “Estudiamos el llamado efecto bioeléctrico, que consiste en el refuerzo de la acción antibiótica mediante el uso de corriente eléctrica”.
Medidas urgentes
Con casos como el del 12 de Octubre cunde la sensación de que los gérmenes siempre nos llevarán la delantera. “Pero esa es una actitud derrotista; contra las infecciones puede lucharse extremando las medidas de higiene e invirtiendo en Sanidad”, apunta Carmen Flores, presidenta de la asociación El Defensor del Paciente.
El proyecto MOSAR, de la UE, que pretende controlar la aparición y propagación de bacterias resistentes, parece avanzar en esa línea. Entre otras medidas, propone cambios en la estructura de los hospitales, especialmente en la UCI, sustituyendo las salas de 10 o 15 enfermos por habitaciones individuales para poder aislar rápidamente una infección, o aumentar el número de enfermeras (lo ideal sería una por paciente). El objetivo es ponérselo difícil a organismos como Acinetobacter baumannii, para que sus superpoderes, que los posee, tengan efectos lo más limitados posible.
Redacción QUO
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