Los prospectos antiguos no había quien los entendiera por los términos técnicos que utilizaba y los nuevos parecen una enciclopedia por la información que proporcionan. Nada que objetar, si no fuera porque los datos que ofrecen son tan pormenorizados que da cierto reparo tomarse incluso un medicamento tan común como el ibuprofeno.
He aquí algunos de los que incluye: “alteraciones de la visión, depresión, sangre en las heces o diarrea sanguinolenta, palpitaciones, coloración amarilla de la piel”. Como para leerlo un hipocondriaco. Es cierto que los prospectos han ganado en claridad, pero algunos piensan que puede ser peor el remedio con la enfermedad.
¿Cómo puede mejorarse la información que ofrecen sin provocar alarmas innecesarias? Sería tan sencillo como agrupar los posibles efectos adversos según su frecuencia y explicar al usuario qué quiere decir el término “efecto adverso muy raro” o “poco frecuente”. Los efectos secundarios se agrupan en cinco categorías: muy frecuentes, aquellos que afectan a más del 10% de los usuarios; frecuentes, entre el 1% y el 10% de los consumidores del fármaco, poco frecuentes, entre el 0,1% y el 1%; raros, los que sufren entre una de cada mil y una de cada diez mil personas; y muy raros, aquellos que padecen menos de uno de cada diez mil usuarios”. A que tranquiliza.
Redacción QUO
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