Cualquiera sabe si los alimentos que está comiendo son grasientos o no. Hasta ahora se pensaba que obtenemos esa información a través de la textura y el olor, pero parece ser que algunas personas son capaces de detectar el sabor a grasa. Y esa habilidad las protege ante el riesgo de padecer obesidad.
Así lo han defendido Katheleen Keller, del Centro de Investigación de la Obesidad de Nueva York (EEUU), y sus colegas en la Food Expo, la feria anual del Instituto de Tecnólogos en la Alimentación (IFT). Según sus estudios, quienes carecen de la capacidad de saborear la grasa, presentan también unas características genéticas que les predisponen a procesar y almacenar los alimentos de una forma distinta a aquellos que la poseen. Los resultados de los investigadores mostraron que la combinación de ambos factores puede llevar a estas personas a consumir inconscientemente grasa en mayor cantidad, para que su organismo «se entere» de que la está ingiriendo.
Si a ello se unen circunstancias como vivir en lugares con gran oferta de alimentos grasientos y fácil acceso a los mismos, el riesgo de padecer obesidad se multiplica claramente. Por tanto, si existe una diferencia biológica en nuestra forma de percibir la comida, Keller considera que «harían falta unos planteamientos alternativos a la hora de elaborar los alimentos para que fueran presentados a determinados grupos de población de la manera más beneficiosa posible».
Pilar Gil Villar
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