Las ballenas que surcan nuestros mares se dividen entre las que se orientan gracias al eco de los sonidos que emiten y las que simplemente “oyen”. Dado el cráneo de las primeras es no es simétrico y el de las segundas sí, se pensaba que el desequilibrio anatómico había evolucionado con el tiempo para permitir la ecolocación.
Sin embargo, un estudio publicado en PNAS y dirigido por Julia Fahlke, de la Universidad de Michigan (EEUU) ha desbaratado tal teoría. Tras estudiar los cráneos fósiles de seis arqueocetos, los antepasados comunes a todas las ballenas actuales, han descubierto que aquellos seres ya presentaban ese ligero giro en su cabeza. Como consecuencia, los investigadores han llegado a la conclusión de que este rasgo no debe de estar ligado a la ecolocación, y consideran que ayuda al cerebro a detectar mejor de qué dirección proceden las ondas sonoras que le llegan.
Lo que les hace pensar así es que esta función la cumplen en las ballenas que no usan ecolocación una serie de rasgos que los investigadores han encontrado también en los arqueocetos: las ondas sonoras hacen vibrar unas protuberancias óseas en la parte exterior de la mandíbula inferior, que las transmiten así a unos cúmulos de grasa próximos, los cuales las envían a su vez hasta el oído.
Según manifiesta Julia Fahlke en la nota de prensa distribuida por la Universidad de Michigan, no es la primera vez que la naturaleza utiliza este recurso: “los búhos tienen orificios auditivos asimétricos, que les ayudan a descomponer los sonidos complejos y a interpretar diferencias de espacio y tiempo, de forma que pueden distinguir el roce de las hojas a su alrededor del que produce un ratón sobre el suelo”.
Pilar Gil Villar
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