Si nos fijamos, el hilo del que siempre tiró la Universidad de Texas durante su investigación es el ciclo circadiano, ese acompasamiento del organismo al régimen lumínico natural que, a su vez, rige procesos celulares como los ciclos hormonales, su proliferación y su muerte. Y el cáncer es culpa de células que se “olvidan” de morir. Cheng Chi Lee y su equipo conocen bien este proceso porque su facultad fue la que identificó en 1977 los genes mPer1 y mPer2, que controlan el ciclo circadiano en los mamíferos. Así que trabajó con ratones a los que desactivó estos genes para que, digamos, perdieran la noción de la hora, y detectó que estos “mutantes”, como él los llamaba, eran mucho más propensos al cáncer que los ratones normales. La razón es que trastocar los ciclos de sueño y vigilia arrastraba al desorden a otros seis genes que también rigen la vida de la célula. Y no, no nos hemos desviado de la obesidad, porque conocer su origen genético y su relación con otras enfermedades puede ayudar mucho a tratarla.
Redacción QUO