Se inicia con un dolor permanente en un brazo, pierna o la pelvis, resistente al reposo, de diagnóstitico esquivo en sus inicios, hasta que muestra su cara más cruel con una protuberancia manifiesta. El osteosarcoma arranca su proceso tumoral en las células óseas, afecta sobre todo a varones de entre 10 y 25 años y supone el 2,5% de los cánceres infantiles. En perros, sin embargo, es mucho más frecuente. “A lo largo de su carrera, un cirujano ortopeda de EEUU verá quizá a un niño con ese diagnóstico. Los veterinarios reciben a 40.000 perros con la enfermedad. Y el tumor es exactamente igual”, expone el veterinario de Valencia Juan Borrego. Resulta lógico que uno de los principales tratamientos –de inmunoterapia– se desarrollara en laboratorios veterinarios y saltara, convenientemente adaptado, a hospitales humanos. En un proceso similar, las técnicas quirúrgicas para extirpar esos tumores en niños derivaron de las establecidas para salvar las patas de los canes.

El Gliobastoma (tumor cerebral) presenta un tremendo parecido en las resonancias magnéticas de un perro (A) y un humano (B), y sus respectivas imágenes microscópicas (C y D)
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Es más, Carlos Álvarez, pediatra del Nationwide Children’s Hospital en Columbus (Ohio, EEUU), busca en la raza más propensa a padecer esta enfermedad, los galgos, las mutaciones genéticas que predisponen a ella. Dado que el osteosarcoma afecta más a los ejemplares de carrera que a los de exhibición, el investigador sospecha que esas variantes se fueron seleccionando involuntariamente junto a las que dotan a estos animales de su extraordinaria velocidad. Si las identifica, acotará considerablemente el camino hacia una terapia específica, trasladable después a humanos. En la Louisiana State University, George Strain sigue un proceso similar en pos de los genes que causan sordera.

En España, muchos investigadores desconocen la medicina comparada y eso frena los estudios en este campo
Phil Wilkinson / TSPL

Mejor que un ratón

Todas esas investigaciones responden al enfoque “One Health, One Medicine”, cuyo mensaje vendría a decir: cada vez encontramos más parecidos entre humanos y animales. Usémoslos para acelerar los avances en la salud de todos. Eso implica multiplicar los puentes entre medicina y veterinaria y difuminar sus fronteras, como hace la llamada medicina comparativa. Los perros se han convertido en sus principales protagonistas. ¿Por qué? A diferencia de otros animales, viven con nosotros, siguen nuestros ritmos y están expuestos a los mismos factores ambientales. Tenemos las mismas influencias externas en la salud. Pero además, desde 2003 sabemos que su genoma coincide en más de un 80% con el nuestro. Los ratones, el modelo animal mayoritario en investigación médica, se quedan en un 67%.

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De hecho, los roedores no desarrollan de forma natural muchas de las enfermedades que estudiamos en ellos. Por ejemplo, el cáncer. Los tumores se les provocan en los laboratorios –después de debilitarles el sistema inmunológico–, y se trata de animales prácticamente idénticos genéticamente y con una médula menos sensible a la quimioterapia y una anatomía menos parecida a la humana. Por todos estos factores “menos del 8% de las quimios eficaces en ensayos preclínicos con ratones llegan al estadio final para aprobación en humanos”, explicaba Julia Wu, del Royal Veterinary College de Londres, en una jornada sobre medicina única en la Escuela Politécnica Federal (ETH) de Zúrich.

Los perros, sin embargo, sufren de manera natural cánceres muy similares a los nuestros, hasta el punto de que el 50% de los que pasan de los diez años fallecen de esta patología. Como nosotros, presentan metástasis en zonas distantes del cuerpo, también desarrollan resistencia a medicamentos y cada individuo es genéticamente distinto de los demás (excepto en el caso de gemelos, claro). Suponen, por tanto, un valioso paso intermedio entre el roedor y las personas para verificar causas de enfermedad y comprobar la eficiencia y seguridad de posibles remedios. Con un detalle añadido: al tener una vida más corta, sus cánceres avanzan el doble de rápido que los humanos. Es decir, se pueden obtener resultados en la mitad de tiempo.

La predisposición genética del galgo le hace más susceptible al cáncer, según los expertos
Fernando Trabanco Fotografía

El tiempo es oro en la investigación terapéutica. La propia Wu citaba en su intervención que “el desarrollo actual de un medicamento puede llevar hasta 16 años y costar unos 1.800 millones de dólares desde que se identifica la sustancia sobre la que debe actuar hasta su salida al mercado. Aun así, el 59% de los medicamentos en fase 3 [ensayos en más de 100 pacientes humanos] no salen adelante”. Cualquier opción que contribuya a acelerar el proceso es bienvenida. Sobre todo si también supone un beneficio para el objeto de la investigación.

No son cobayas

Los perros que participan en los estudios de oncología comparada no son animales de laboratorio como tales. Han enfermado espontáneamente y no responden a los medicamentos disponibles. Juan Borrego, fundador y director del Instituto Veterinario de Oncología Comparada (IVOC), puntualiza que “para decidir quién participa en los ensayos, los hospitales tienen un comité ético regulado por cada país y por Europa”. El paciente siempre debe ganar, a menudo con beneficio para sus dueños, que solos no podrían afrontar los tratamientos. Como ejemplo, el veterinario menciona un reciente estudio europeo sobre el linfoma en el que intervino y “en el que la compañía pagaba todo el tratamiento, de 1.500 o 2.000 euros”.

Radiación con ultrasonido. Jeffrey Ruth investiga su aplicación al sarcoma de tejidos blandos en Virginia (EE.UU.)
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Una ayuda cada vez más necesaria. Ana Lara García, presidenta de la Sociedad Europea de Oncología Veterinaria, declaraba al Colegio Oficial de Veterinarios de Las Palmas que los avances en su campo y la consideración de las mascotas como miembros de la familia “han hecho que puedan vivir más tiempo, lo que se traduce a su vez en un aumento de la incidencia del cáncer”. De ahí que la oncología veterinaria “se haya convertido en una necesidad”. Donde primero recibió impulso y se decidió unirla a la medicina fue en EEUU, que ya cuenta con múltiples iniciativas.

Del cáncer a la diabetes

En el Consorcio de Ensayos de Oncología Comparativa, 22 centros de investigación académica diseñan y realizan ensayos para tratar el cáncer en perros y evaluar la aplicación de sus resultados a personas. Su trabajo se complementa con el de otro consorcio, el de Oncología Comparativa y Genómica (CCOGC, por sus siglas en inglés), fundado para reunir muestras tumorales de tres mil perros y ponerlas a disposición de la comunidad investigadora. Y desde 2013 el Registro Nacional de Cáncer Veterinario asigna mascotas a ensayos clínicos tras una evaluación profesional.

Uno de los campos que integra a las mascotas es la investigación de inmunoterapias. En la Universidad de Texas A&M modifican las células T –unos de nuestros centinelas internos– para que ataquen el linfoma, el cáncer más habitual en perros. El 80% de los afectados solo sobreviven un año al diagnóstico, incluso con tratamiento. En los primeros resultados del ensayo, la supervivencia se multiplicaba casi por cinco.

Nicola Mason, de la Universidad de Pensilvania, también se sirve del sistema inmune, activándolo con bacterias, en la lucha contra el cáncer de vejiga relacionado con una mutación específica de un gen. Se halla en el 87% de los perros que lo padecen, pero también en el melanoma humano y nuestros carcinomas colorrectal, pulmonar y de tiroides.

Por otro lado, el tumor cerebral más agresivo en ambas especies, el glioblastoma, concentra la atención de un proyecto de cinco años financiado por los Institutos Nacionales de Salud. Además de la inmunoterapia, evalúa la terapia génica, vacunas personalizadas y la combinación de varios tratamientos distintos.

Más allá del cáncer, Clarissa Hernández Stephens intenta combatir la diabetes desde la Universidad de Purdue. Allí prueba una terapia de mínima invasión en perros con la enfermedad, con la perspectiva de realizar después ensayos en personas. Si resulta, sustituiría la administración diaria de insulina por una inyección trimestral de células pancreáticas cubiertas por colágeno. Millones de personas dejarían de estar constantemente pendientes de su nivel de glucosa o del de sus perros. Y muchas se lo deberían a ellos.