«Me identifico como vampiro real desde 1997, aunque considero que el vampirismo siempre ha formado parte de mi vida, desde que nací”. Quien habla se llama a sí mismo Merticus, un “vampiro real”

Está convencido de que a pesar de que tardó unos años en identificarse como vampiro, siempre lo fue, biológicamente hablando. “Creo que el vampirismo está determinado por un conjunto de factores biológicos, metafísicos y espirituales”.

El caso de Merticus podría parecernos aislado y hasta anecdótico, de no ser porque los vampiros reales son un fenómeno mundial, con marcada presencia y visibilidad en EEUU y Reino Unido. Llevan unos treinta años coexistiendo como comunidad organizada, aunque antes de eso ya se encontraban entre nosotros. Sin embargo, no fue hasta la década de los 70 cuando empezaron a identificarse abiertamente como ‘vampiros reales’. En los años 80 comenzaron a comunicarse de forma fluida a través de cartas, listas de suscripción, revistas. Y la llegada de Internet en los años 90 hizo que la comunidad creciera exponencialmente.

Michelle Belanger avive como vampira. Foto: Rusty McDonald

Michelle Belanger avive como vampira. Foto: Rusty McDonald

La escritora tenerbrosa. Sus libros se consumen entre los fans del vampirismo y las ciencias ocultas. Pero Michelle Belanger asegura que no solo es ficción: ella vive como vampira.

‘Donantes’ cercanos

“Mientras que la mayoría de la gente se nutre energéticamente comiendo y haciendo deporte, nosotros necesitamos alimentarnos de las energías vitales, como el prana, el chi, o a través de pequeñas cantidades de sangre de personas conocidas como ‘donantes’”. Merticus nos explica que hay vampiros reales de varios tipos: los que necesitan alimentarse de sangre, para lo cual llegan a acuerdos orales y contractuales (todo bien escrito y estipulado), con personas dispuestas a convertirse en sus donantes. A este tipo de vampiro le preocupa muchísimo consumir sangre en mal estado, y sigue unos estrictos procedimientos de control: exigen exámenes médicos de sus donantes antes de extraerles la sangre, y normalmente recurren a las jeringuillas para obtener el apreciado fluido, porque eso de ir pegando mordiscos por ahí a golpe de colmillo está mal visto entre los miembros de la comunidad de vampiros reales.

Bebía sangre como práctica ritual. Conseguía suficiente para llenar cuatro cálices (W. Dragossán)

La frecuencia con la que consumen sangre varía y depende, entre otras cosas, de la disponibilidad de donantes, claro está, así que algunos optan por congelar la sangre, y otros eligen la de procedencia animal o alimentos sustitutos.

Luego están los vampiros psíquicos, quienes no se alimentan de sangre, sino de lo que consideran la energía vital de los demás, también donantes. La transmisión es indolora, aunque algunos de estos últimos aseguran que se sienten ligeramente cansados o mareados tras el ritual, que puede realizarse mediante diferentes métodos.

En tercer lugar están los vampiros híbridos, aquellos que necesitan tanto sangre como energía vital. Todos ellos actúan con el consentimiento previo del donante.

Entramos en contacto con Damien Ferguson, de 34 años. Vive en Washington y es artista. Le encanta escribir, pintar, leer, escuchar música, jugar a videojuegos, aprender cosas… Ah, y también el BDSM, un termino que abarca una serie de prácticas sexuales. A saber: bondage, disciplina, dominación, sumisión, sadismo y masoquismo. El39% de estos modernos dráculas sienten gran interés por el sadomaso.
A Ferguson nos lo presentó D. J. Williams, que es profesor de sociología, trabajo social y criminología en la Universidad de Idaho. Lleva años estudiando las conductas sociales desviadas y es uno de los mayores expertos que existen a nivel mundial sobre vampiros reales: “A pesar de que hay gente que asume que los vampiros reales tienen delirios o algún tipo de psicopatología subyacente, no hay ninguna evidencia que apoye esta teoría”, nos responde.

Les excita la sangre

El vampirismo clínico es una parafilia, un extrañísimo desorden mental en el que el individuo se excita sexualmente ante la necesidad compulsiva de ver, tocar o ingerir sangre, crea o no ser un vampiro. No hay mucha bibliografía al respecto, aunque Herschel Prins lo postuló como afección clínica en 1985, y Richard Noll describió sus características en 1992. Aún así, no está incluido en el CIE-10 ni en ningún otro manual de diagnóstico. La literatura médica suele asociarlo con la necrofilia y el fetichismo sexual.

Rafael Pintos, alias Wladimir Dragossán. El vampiro pontevedrés. Foto: Raúl Lomoso

En opinión de D.J. Williams, sociólogo, los vampiros reales son sencillamente una tribu urbana, sin que esto signifique necesariamente una enfermedad mental.

Nos queda un encuentro más. El último, con Rafael Pintos, de 53 años, más conocido como Wladimir Dragossán. Es un artista y escritor gallego, de Pontevedra, concretamente. Su sombrero colonial de estilo panamá (como el que Retth Butler llevaba en Lo que el viento se llevó), su bastón y sus trajes elegantes son, junto a sus encantadores modales, su carta de presentación. Nos atiende con suma amabilidad. “Un día mi padre me dejó en una granja de pollos de un amigo suyo. Yo me alimenté de quince, como jugando, como si fuera un zorro, como si fuera lo más normal del mundo. Debía tener unos cinco o seis años” .

Este dandi pontevedrés considera que el vampiro nace, no se hace, y que hay una serie de factores biológicos que determinan su condición: “Les gusta la vida nocturna, la música solemne, el carácter gótico. Tienen una vida sexual muy intensa, liberada y activa. Son grandes manipuladores y seductores”, nos dice Wladimir, quien a su vez se considera uno de los más viejos fundadores del vampirismo real. “Algún día seré el líder mundial”.

Wladimir tuvo gran éxito en la televisión autonómica gallega, pero no fue el primer vampiro televisivo. En EEUU, Don Henrie entró en Mad Mad House, el reality show de SyFy, y dejó sin aliento a miles de telespectadores al beberse en directo la sangre de su novia. Don Henrie tiene fibromialgia, una enfermedad con la que, casualmente, están diagnosticados un número significativo de vampiros reales, según las encuestas de la AVA. Duerme en un ataúd para aislarse sensorialmente y aliviar el dolor y la sensibilidad extrema asociadas a su condición. Y, por último, procura mantenerse lejos de la luz del sol, pero no porque vaya a arder y explotar como una chicharra, sino porque es fotoalérgico.
En Bulgaria han encontrado más de cien entierros con símbolos que reflejan el miedo a los vampiros

Al contrario de lo que sucede con el vampirismo clínico, entre la comunidad de vampiros reales lo que abundan, según las estadísticas, son las mujeres. Michelle Belanger es una de las damas más respetadas en el mundillo. Tiene 45 años y vive en Ravenna (Ohio, EEUU). Es autora de varios libros sobre vampirismo, ciencias ocultas o temas sobrenaturales. Nunca ha ocultado su identidad, ni su espiritual forma de entender el BDSM y el poliamor. Defiende las prácticas seguras, la responsabilidad y la comunicación en las subculturas alternativas de las que forma parte, y realiza talleres de formación de energía para vampiros psíquicos.

El mito del vampiro

La antropología conoce bien el mito, porque es más viejo que el Drácula de Bram Stoker, inspirado en un tal Vlad Tepes, príncipe rumano del siglo XV famoso por desterrar a los otomanos de Europa, y al que le gustaba empalar a sus enemigos, y que ni bebía sangre (que sepamos), ni salía corriendo ante una ristra de ajos, ni era inmortal, ni se abrasaba a plena luz del día, y mucho menos se transformaba en murciélago. Esas son historias que hunden sus raíces en los mitos y leyendas de Europa del Este, donde sabemos que a poco que escarbemos encontramos a un vampiro de la Edad Media enterrado con los pies y las manos atados, y alguna piedra en la boca. En algunos casos, se trataba de personas que habían sido terriblemente malvadas en vida, y que los campesinos enterraban siguiendo este ritual, temerosos de que pudieran seguir haciendo daño incluso estando muertos.

En Serbia, Rumanía o Bulgaria, todavía quedan pueblos y aldeas donde estas creencias están muy arraigadas. En otros muchos casos, el enterramiento con este macabro ritual ha dado escenarios realmente abrumadores. Uno de ellos acaba de ser noticia: acaban de encontrar un niño vampiro (en realidad, no se sabe si era niño o niña) en un cementerio infantil de Lugnano (Umbría, Italia). Tiene nada más y nada menos que 1.500 años y David Pickel, arqueólogo de la Universidad de Arizona que dirige la excavación, se quedó bastante asombrado cuando lo vio. La necrópolis en la que ha sido descubierto data del siglo V y se encuentra en una villa romana abandonada del siglo I. Le enterraron metiéndole una piedra entre los dientes. ¿Por qué lo hicieron?

52 niños enterrados

“El cementerio de la villa romana de Poggio Gramignano es importante, en primer lugar, por su conexión con la epidemia de malaria que asoló el centro de Italia en aquella época. La malaria es una de las enfermedades más significativas de toda la historia de la humanidad; a día de hoy aún mata a un millón de personas cada año, la mayoría niños. Incluso se cree que esta enfermedad pudo contribuir a la caída de Roma. Los restos de estos niños, 52 hasta la fecha, no solo nos dan pruebas directas e indirectas de que están infectados de malaria, sino que también nos permiten vislumbrar la respuesta de la comunidad ante esta terrible enfermedad”. Como vemos, el cementerio en el que descansan sus restos mortales, ya de por sí, es especial. Pero hay más. Al parecer, los arqueólogos están encontrando abundantes objetos relacionados con la magia ritual: “Hemos encontrado abundantes evidencias de brujería y rituales extraños que, en definitiva, hacen de este cementerio en Poggio Gramignano un lugar único. Nuestro hallazgo más reciente, un niño de diez años con una piedra cementada dentro de la boca, realza todavía más la singularidad de este cementerio y lo compleja que era la relación de la comunidad con los difuntos”.

Los expertos que han participado en las excavaciones todavía no saben muy bien a qué se están enfrentando, ni si le colocaron la piedra entre los dientes como parte de un ritual funerario destinado a impedir que el mal que lo poseía (la malaria) escapara de su cadáver a través de la boca y acabara metiéndose en el cuerpo de otra persona. Entre los elementos con los que estos niños aparecen hay garras de cuervos, huesos de sapos, calderos de bronce con cenizas, esqueletos de cachorros sacrificados, etc. Otra compañera de juegos de este insólito cementerio infantil, una niña de tres años, fue descubierta en campañas arqueológicas anteriores con piedras en las manos y los pies. ¿Tenían miedo de que se levantara de su tumba?

Supuestamente ligadas al vampirismo, a estas creencias las separan años luz de los vampiros reales que como Vladimir o Merticus exhiben su pasión por la sangre como una condición biológica que, afortunadamente, no hace daño a nadie.