Reaparecen cada cierto tiempo, virulentas como una plaga y entusiastas como la canción del verano. Son las dietas de moda. Su debut de la mano de expertos, avispadas campañas de marketing y despampanantes estrellas que sirven de muestrario las vuelve incondicionales. Lo peor, según el dietista y nutricionista Ramón de Cangas, es que: “Creemos que aunque estas dietas no tengan base científica tampoco pasa nada. La realidad es que son desequilibradas, deficitarias en nutrientes y demasiado hipocalóricas. Pueden provocar estados carenciales, problemas renales y hepáticos, y otras muchas enfermedades”.
Ocurre con la cacareadísima dieta Dukan, repudiada hace tiempo en Francia, una vez demostrada su peligrosidad, y muy seguida en nuestro país. Varios estudios han observado signos de diversas patologías en pacientes obesos que se sometieron a esta dieta. Y por si fuese poco, el 80% recobra el peso inicial un año después. Aun así, Dukan arrasa.
Hechos como este explican por qué en el momento de la historia con más conocimientos sobre nutrición y salud más de mil millones de adultos sufren sobrepeso en todo el mundo y 300 millones son obesos. La pregunta es obligada: ¿qué hacemos mal?
El precio de la salud
“Disponemos de estudios rigurosos que demuestran los efectos beneficiosos y la seguridad de algunos programas orientados al tratamiento de la obesidad”, advierte Javier Salvador, director de Endocrinología y Nutrición de la Clínica Universidad de Navarra. “Sabemos, por ejemplo, que aquellos basados en la dieta mediterránea se asocian con una reducción del riesgo cardiovascular y no son perjudiciales para otros órganos o sistemas. Faltan, sin embargo, estudios que avalen los métodos que proponen un leve aumento en el porcentaje de proteínas respecto a los planes convencionales”.
El problema llega con las dietas desequilibradas. “Inducen rápidas pérdidas de peso y tienen más probabilidad de abandono y generar un rebote posterior”, señala Salvador, y añade que “como en otras áreas de Medicina, cualquier plan de adelgazamiento debe ser personalizado, tanto en términos cuantitativos como cualitativos, y seguido por un profesional”.
Pero nos vence la impaciencia y caemos en el error de valorar la dieta según su capacidad para perder peso, cuando habría que evaluar, como indica Javier Salvador: “Qué variaciones induce en la composición corporal, sus efectos sobre otros órganos y la calidad de vida”.
Al final, las dietas rápidas y desequilibradas favorecen el efecto menos deseado: la recuperación ponderal y la prevalencia de obesidad de forma perpetua. Según Salvador: “Por tanto, es necesario realizar un planteamiento de alimentación y actividad física a largo plazo, que será el que nos conduzca a reducir el compartimento graso, mantener la masa magra y evitar la ganancia ponderal que contribuye significativamente a las actuales tasas de obesidad”.
Redacción QUO
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