Confiesa que el negro es el color que predomina en el armario de su casa de Londres: le encanta para vestir. Su mujer es psicóloga, pero ahora ejerce de jueza. “Leyó mi libro y le gustó. En casa debatimos sobre temas de psicología, pero nunca hablamos sobre el amor”. Tallis intenta aprender francés, pero le resulta difícil. “El brexit es una tragedia”, aseguró después de dedicarme su libro (‘El romántico incurable’).
P. Estudia el amor como un estado de locura transitoria. ¿Con ello evidencia que no existe el amor saludable?
R. Por supuesto que existe una forma sana de amar, pero no provoca la misma excitación ni resulta tan dramático como el amor romántico. Me remito a lo que ya señaló Robert Sternberg en su teoría triangular del amor. Él hablaba de tres elementos imprescindibles para lograr el amor consumado, y son el compromiso, la intimidad y la pasión.
P. ¿Ha vuelto a su consulta alguno de los pacientes que aparecen en el libro?
R. No he sabido nada de ellos desde hace treinta años. Por aquel entonces ya hubo una editorial inglesa que se interesó por mi trabajo y me pidió un libro donde narrara mis experiencias en la consulta. No acepté porque había adquirido un compromiso de confidencialidad con mis pacientes y no iba a romperlo. Ese mismo conflicto profesional fue el que me surgió a la hora de escribir este libro. Finalmente, decidí resolver el problema cambiando el entorno y datos personales de los protagonistas. Eso sí, los datos clínicos son ciertos.
P. ¿Cuál de todos ellos le provocaría más curiosidad por conocer su estado emocional presente?
R. Me resulta difícil responder a esta cuestión porque todos ellos me interesaron casi por igual. Supongo que, si tuviera que elegir un caso, me quedaría con el de Megan, que sufría el raro síndrome de Clérambault. Su apariencia era la de una mujer normal, pero era víctima de un trastorno delirante que la inducía al acoso a su dentista hasta límites extremos, convirtiendo su vida en un infierno. Al final del capítulo, explico que Megan no estaba curada: solo pude rehabilitarla un poco. Logró, al menos, ser consciente de su trastorno.
P. ¿Algún otro caso que le suscite curiosidad?
R. Sí, el de Jim, que se acostaba con prostitutas porque se sentía víctima de una posesión demoniaca. En realidad, su verdadera enfermedad eran los remordimientos. Espero que hoy Jim esté casado y no tirado en algún tugurio con la cabeza llena de visiones infernales y una prostituta a su lado.
P. Tanto Megan como Jim aparecen como personas aparentemente muy normales y solo cuando estableces un contacto muy estrecho con ellos te das cuenta de que tienen un problema serio. ¿Esa supuesta normalidad es lo que más le atrae de ellos?
R. Sí porque ese tipo de personas son un misterio que me encanta resolver. Hacen que me sienta como si fuera un detective que analiza los conflictos que surgen sesión tras sesión. En los capítulos de Megan y Jim se puede apreciar la tensión narrativa que trato de imprimir, al estilo de los relatos de suspense.
P. Ya le imagino vestido de Sherlock Holmes en su despacho. Además, usted tiene una mirada tan incisiva como el personaje de Conan Doyle.
R. Sería arrogante y narcisista compararme con Sherlock Holmes, pero sí que me gustaría resaltar ese paralelismo que veo entre el trabajo del detective y el del psicoterapeuta.
P. ¿ ¿Se quedó con las ganas de publicar en el libro algún otro caso que le interesara?
R. Quizá sí, porque a lo largo de mi carrera profesional han pasado por la consulta pacientes interesantísimos. El caso es que al escribir El romántico incurable buscaba darle una coherencia al conjunto, y por eso me decidí por los casos que explico y no otros. Buscaba crear un hilo narrativo al estilo de las novelas de misterio que antes te comentaba.
P. ¿Cuál es el límite entre el amor saludable y el obsesivo?
R. Eso es imposible saberlo. Mi objetivo en la obra ha consistido en explorar la ambigüedad que existe entre lo que entendemos por normal y anormal, porque la frontera existente entre lo uno y lo otro se difumina cuando te enamoras. Tanto en psicología como en psiquiatría es fácil afirmar que una persona sufre un nivel elevado de estrés, pero la cosa cambia cuando se trata de diagnosticar problemas emocionales relacionados con el amor patológico y destructivo.
P. Supongamos que mi pareja rompe conmigo. Pasa el tiempo y no logro quitármela de la cabeza. ¿Eso entra dentro de la normalidad?
R. Es lógico que eso ocurra, no te martirices por ello. El problema aparece cuando las imágenes de tu expareja persisten en tu cabeza incluso habiendo pasado mucho tiempo. Eso demuestra que no quieres aceptar su ausencia.
P. Pero ¿ cuánto tiempo entra dentro de la normalidad para aceptar la nueva situación? ¿Un mes, seis, dos años?
R. Eso es complicado de cuantificar, ya que depende de la naturaleza y condición de cada persona. No hay una regla fija. Si, por ejemplo, tenemos una relación feliz, sin conflictos, y nuestra pareja decide romper, cuesta más trabajo aceptarlo y es lógico que eso suceda. El dolor que experimentemos dependerá siempre del tipo de relación que hayamos mantenido. Con la muerte de un ser querido ocurre algo similar si se trata de alguien muy cercano.
P. Tenía una amiga que al referirse a sus exparejas los llamaba ‘mis difuntos’.
R. Esa expresión revela un comportamiento un tanto agresivo, como si tu amiga deseara que todos sus antiguos novios estuvieran muertos de alguna manera. Me gustaría que tu amiga pasara por mi consulta para investigar más. Decir ‘mis difuntos’ expresa rabia. En inglés hay una expresión que se utiliza cuando estás muy enfadado con alguien, algo así como ‘estás muerto para mí’. Pues eso le pasa a tu amiga.
P. ¿Por qué nos enamoramos de una persona concreta y no de cualquier otra?
R. Ese es un gran misterio que tratamos de explicar desde la ciencia, y no hay respuesta. El proceso del enamoramiento resulta complejo porque entran en juego factores psicológicos, biológicos y químicos que determinan la atracción física y la compatibilidad. Hoy sabemos que las personas desprendemos olores que registramos en el cerebro. Nos atraerán más aquellos o aquellas que desprendan olores que sean de nuestro agrado, pero esto es solo algo minúsculo.
P. Y, como señala en su libro, el asco también está presente a la hora de elegir nuestras parejas sexuales.
R. Correcto. Y son muchas y diversas aquellas cosas que nos pueden provocar asco. Tendemos a pensar que el sexo es algo mecánico, pero se trata de algo más bien sutil, asociado a reacciones químicas de las que hablaba.
P. Eso es lo que le ocurre a su paciente Mark, que no quería mantener relaciones sexuales con su pareja, Klaus, porque prefería masturbarse hasta el orgasmo mientras se miraba delante del espejo.
R. Esa era una parte del problema. Mark asumió como propios muchos prejuicios culturales que hoy persisten en nuestra sociedad. Y no solo le pasaba a él. A muchos hombres y mujeres homosexuales les sucede lo mismo: sienten asco por sus preferencias sexuales. Este es el precio que pagamos por vivir en un mundo que no acepta tendencias gays.
P. Pero Mark también queda reflejado como una persona narcisista. ¿El narcisismo es siempre algo enfermizo?
R. Bueno, eso no es así del todo. Quiero decir que el asco que sentía Mark por sí mismo fue lo que le llevó a convertirse en una persona narcisista. Encontró en él un objeto sexual donde la practica de la masturbación le liberaba del sentimiento de culpa.
P. Sigo sin saber si el narcisismo es bueno o malo.
R. Convendría distinguir entre autoestima y narcisismo. Me parece razonable que nos queramos y valoremos. Otra cosa es cuando ese sentimiento se exagera. Y eso es malo, porque las personas narcisistas tienen tendencia a exagerar y deformar la realidad hasta extremos grotescos. El narcisista tiende a ser arrogante, pone todas sus energías en quererse a sí mismo, con lo cual difícilmente puedes dedicar tu amor a otras personas.
P. Hace más de veinte años, el psicólogo Arthur Aron logró que dos extraños se enamoraran en un laboratorio simplemente con mirarse a los ojos durante cuatro minutos. ¿Cree en la validez de esa técnica?
R. Puedes intentarlo para saber si funciona. Desde mi punto de vista me parece imposible que eso funcione. A lo mejor, si miras fijamente a los ojos a 200 personas, una tras otra, encontraríamos a una de la que nos enamoraríamos y experimentaríamos eso que llaman ‘amor a primera vista’ y que yo me atrevo a definir como ‘lujuria a primera vista’.
P. ¿Sería bueno que elimináramos la idea del ‘amor de mi vida’?
R. Acabas de tocar una de las grandes creencias del romanticismo clásico que sigue calando en nuestros días. Es esa idea de que existe un destino que tiene preparado para nosotros un amor en exclusiva. Esta creencia es negativa, porque cuando esa relación tan romántica acaba, la persona despechada cae en un estado de desesperanza absoluto, cree que ya no merece la pena vivir. Si vemos las cosas de un modo más racional, nos damos cuenta de la falsedad de esa afirmación. Si pensamos en toda la población del mundo que existe, es evidente que hay más de una persona acorde a nosotros.
P. ¿Qué opinión le merece el poliamor?
R. Hay muchos experimentos sociales sobre este estilo de vida y todos ellos han fracasado por un factor clave que siempre entra en juego: los celos. Ahora mismo, lo que estamos presenciando, sobre todo entre las generaciones más jóvenes, es un tipo de poliamor que ellos justifican como racional y bastante alejado de la decepción de los matrimonios rotos y las infidelidades. Afirman que su estilo de vida es más maduro que la monogamia convencional. Yo sigo pensando que los celos harán que también fracase este nuevo intento de poliamor. No obstante, debemos respetar dicho estilo de vida y aplaudirlo por intentar poner en práctica experiencias distintas. Ni biológicamente ni psicológicamente estamos preparados para el poliamor.
P. Hay talleres de poliamor que trabajan el problema de los celos.
R. Sí. Puede que estos talleres ayuden un poco a sobrellevar el problema, pero los celos seguirán ahí. Es un sentimiento tan profundo y arraigado en las relaciones humanas que al final acaban jugando en contra de cualquier relación poliamorosa.
P. Si existen las clases de educación sexual, ¿por qué no se dan en las escuelas clases sobre amor saludable? Nos ayudaría a evitar problemas.
R. Sería bueno, sin duda. Me parece extraño que se haga tanto énfasis en la educación sexual y que no se valore el contexto amoroso en el cual se desarrollan esas relaciones. Durante los ocho años de carrera universitaria, solo tuve una hora dedicada al amor. n