Rutina, baja autoestima o miedo a la dependencia. Somos una especie muy curiosa y necesitamos descubrir nuevas formas de amar y esparcir nuestros genes. Las cifras apuntan a que mujeres y hombres son infieles casi en la misma proporción.

Según el Instituto Kinsey, las mujeres tienden a la infidelidad cuando son infelices en la relación o tienen una pobre compatibilidad en términos sexuales con su pareja. Mientras que los hombres engañan por su propensión a excitarse si se encuentran en una situación estimulante. Algunos de ellos cuentan, además, con el apodado “gen de la infidelidad”, el alelo 334, que gestiona la vasopresina, hormona que se libera con el placer de las relaciones sexuales. Según un estudio del Instituto Karolinska de Estocolmo, los hombres dotados de esta variante del gen establecen lazos de unión más débiles con sus esposas.

En las infidelidades, es importante esperar a que pasen los sentimientos de dolor y rabia para comprender las razones de lo ocurrido y tomar una decisión”José Ruano. Director general de Meetic para España y Portugal.

A pesar de ello, los autores del estudio subrayan que la presencia de la variante genética no es determinante, puesto que “todo comportamiento humano tiene tres esferas, la biológica, la psicológica y la social.” Sin embargo, las parejas son más fieles cuando tienen un hijo, sobre todo durante los cuatro primeros años de vida, porque el niño no es autónomo y ambos padres tienden a proteger a la prole.

“Desde un punto de vista evolutivo, la mujer resulta más afectada por la infidelidad romántica de su pareja que por su infidelidad sexual, pues le haría perder los apoyos que necesita en su misión reproductora”, explica Ignacio Morgado, del Instituto de Neurociencia de la Universitat Autònoma de Barcelona.

La independencia económica y los anticonceptivos han facilitado la infidelidad y han hecho a la mujer más libre. La relación sexual ya no tiene las consecuencias que tenía antes. El hombre, por el contrario, asume más riesgo por la infidelidad sexual de su pareja que por el engaño romántico, pues esta última nunca le llevaría a invertir energías y tiempo en la cría de un descendiente que no fuera biológicamente suyo.

Redacción QUO