Científicos norteamericanos han demostrado que los 100 millones de células que rodean el tracto digestivo funcionan como una especie de cerebro secundario abdominal, dedicado a controlar gran número de reacciones de nuestro cuerpo en correspondencia con los procesos psíquicos. Sus informaciones influyen por medio de una serie de transmisiones nerviosas sobre las decisiones que toma el cerebro ‘pensante’.
Según confirman estos estudios, los sentimientos y las intuiciones suben ‘de las tripas’, junto con otras muchas señales procedentes del vientre, como las náuseas, el vómito y el dolor. En el cerebro, la memoria emotiva recoge y almacena todas esas informaciones viscerales. Por ejemplo, las sensaciones desagradables suscitadas por una situación de peligro (como el dolor de barriga que sentimos ante un examen inminente cuando no hemos estudiado), como el cosquilleo que provoca la cercanía del sujeto deseado o la revolución que se nos desata en las tripas cuando se nos acerca un sujeto que no queremos tratar.
Todas las ocasiones en que nos vemos en una situación que ya hemos vivido antes, los sentimientos y nuestra conducta quedan determinados por los datos inconscientes que se extraen del gigantesco catálogo de la emotividad. En ese banco de memoria, la sensación de tener mariposas en el epigastrio se vincula con el enamoramiento o ‘flechazo’.
Redacción QUO