Tanta lata con la “tripa cervecera” (hay quien prefiere llamarla “curva de la felicidad”), y ahora la ciencia cae en la cuenta de que no existe cinta métrica que logre vincular la circunferencia de la barriga con los gramos de felicidad acumulada o litros de cerveza ingeridos. Ni la cerveza engorda tanto como se cree, ni la tripa es la despensa de la bonanza, aunque puede que en este peculiar algoritmo cerveza y felicidad casen bastante mejor.
Apetecible, accesible y con una variedad casi infinita de matices en tonalidades, sabores y sensaciones visuales y olfativas… No hay momento que se resista a calarlo en cerveza. Difícilmente se puede ya rebatir que se haya convertido en seña de identidad de cualquier encuentro y de las relaciones sociales y amistosas. Tomar cañas con los amigos es un placer irrenunciable. En el País Vasco, el 64% de la población se va de cañas después de hacer ejercicio, según una encuesta realizada por Cerveceros de España. ¿Hay mejor modo de rehidratarse y evitar las temidas agujetas?
A fin de cuentas, una tapa de banderillas y una cañita no suman más que 102 kcal. Si el acompañante es un pincho de tortilla de patatas, se convierte en una suculenta fuente de nutrientes, como proteínas, minerales y vitaminas.
“Tapeo y cerveza conforman un tándem inseparable, aunque también aumenta el número de consumidores que se decanta por la cerveza para acompañar su comida o cena, y los que demandan otros tipos de cerveza y especialidades Premium”, dice Jacobo Olalla Marañón, director de Cerveceros de España. Una cerveza incita a la charla, a compartir y a disfrutar de la riqueza gastronómica de nuestro país: tortilla de patata, pan con tomate y jamón, calamares, paella… En España, está ligada al estilo de vida mediterráneo y a la dieta a la cual da nombre.
En dosis moderadas (una o dos diarias) y en un contexto de alimentación sana y ejercicio físico regular, no provoca aumento de peso, ni de masa corporal, según concluye el estudio nutricional e inmunológico Consumo moderado de cerveza, dirigido por la doctora Ascensión Marcos, del Instituto del Frío del CSIC: “Esta, como otras bebidas fermentadas, ejerce algunos beneficios sobre nuestra salud cardiovascular, sobre todo por su alto contenido en antioxidantes, y también sobre nuestra respuesta inmunitaria contra patógenos externos”.
Lo corrobora también una investigación realizada con casi 2.000 hombres y mujeres de 25 a 64 años en la República Checa, publicado en European Journal of Clinical Nutrition: “No existe relación entre la cerveza tomada con moderación y el tamaño de la barriga de su consumidor”.
A la misma conclusión llega un estudio difundido por el Colegio Oficial de Médicos de Asturias, que relaciona el modelo de hombre y mujer con vientres colmados más con la cultura anglosajona, donde el consumo de cerveza y la comida rica en grasas saturadas se da en cantidades extremas. Y esto es lo peor: “Igual que el pan, la cerveza es un hidrato de carbono de asimilación media, y si no lo quemamos, nuestro cuerpo lo almacena en forma de grasa. Es fresquita y, sobre todo en verano, se bebe con muchísima facilidad. A poco que nos descuidemos, hemos consumido una cantidad alta”, explica Rubén Bravo, director del Instituto Médico Europeo de la Obesidad”.
Llegados hasta este punto, a más de uno se le habrá desmoronado el pretexto para su mimada barriga, tan preciada para quien la lleva como inquietante para los médicos, porque lo que de verdad envuelve no es alcohol o bonanza, sino grasa visceral. Lo demás, puro eufemismo.
Cuando la barriguilla empieza a acusar la dichosa curva, no merece otro nombre, como advierte el doctor Bravo, que el de “curva de la mortalidad”, rebosante de muchos riesgos y pocas alegrías: “Infarto cerebral y de miocardio, diabetes tipo 2, disfunción eréctil, hernia de hiato, hígado graso, menor capacidad respiratoria, problemas de vesícula y aumento del ácido úrico y del colesterol… ¿Curva de qué? No encuentro mucha felicidad en estos datos”, afirma el experto.
Ni siquiera hay un atisbo de buen ánimo, puesto que esta grasa viril provoca un aumento de la hormona del estrés, el cortisol, al tiempo que debilita las endorfinas, que son precisamente las hormonas que facilitan la sensación de bienestar.
¿Pero por qué hombres y mujeres acumulamos la grasa de manera diferente? Nuestro tejido adiposo es distinto genéticamente. Un estudio dirigido por la profesora Deborah Clegg, del Southwestern Medical Center, indica que el tejido graso en el caso de los hombres se dirige a sus entrañas, mientras que las mujeres, por indicación de sus hormonas femeninas, lo llevan a su trasero, muslos y caderas. De hecho, la llegada de la menopausia hace que el depósito de grasa se vuelva más masculino, lo cual tampoco es demasiado consuelo.
“Pero no toda esa barriga generada por la mala alimentación y el sedentarismo representa un acúmulo de grasa exclusivamente. Más de la mitad es abdomen globuloso, provocado por el empuje de las asas intestinales ante una pared abdominal débil”, explica el cirujano estético Nazario Yuste Grondona. Y es precisamente esa falta de fuerza de la musculatura la que resulta incapaz de oponer resistencia al crecimiento de la tripa.
También se ha descubierto el gen que genera grasa próxima a los órganos vitales en individuos de apariencia delgada, con menor cantidad de grasa subcutánea, pero no visceral. En una investigación en la que han colaborado el CSIC y la Universidad Autónoma de Madrid, se detectó que los individuos con una variante en el gen IRS1 podrían tener mermada su capacidad de almacenar grasa subcutánea. Esto provocaría que se dirigiera al tejido adiposo visceral y que los ácidos grasos fueran liberados al torrente sanguíneo. Y con ello, que se fueran acumulando en el hígado y en otros órganos”.
Al menos, aún nos queda el alivio de disfrutar de una buena cerveza, que deja a cada sorbo esa huella de espuma, unas veces fugaz, otras persistente.
Redacción QUO
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