Los científicos aún no lo tienen claro. Algunos dicen que es señal de aburrimiento, mientras que otros sugieren que sirve para equilibrar los niveles de dióxido de carbono y oxígeno en la sangre. recientemente, Gordon Gallup sugirió en un estudio que los bostezos enfriaban nuestro cerebro para optimizar su funcionamiento, algo así como la refrigeración de un ordenador. Notó que, contrariamente a la opinión generalizada, ese enfriamiento evita quedarse dormido, un rasgo interesante si nos acecha un depredador.
E. O. Smith, profesor de antropología en la Universidad de Emory, dice que el bostezo podría haber obligado a nuestros antepasados a irse pronto a dormir. «El bostezo contagioso no se produce un sábado por la tarde sin más ni más», dice Smith. Contagiar los bostezos podría haber servido para que nos noctámbulos en torno a una hoguera se retiraran a la seguridad de sus árboles, así a salvo de sus depredadores.
Redacción QUO
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