Es difícil romper el corazón a un pez cebra. Córtale un buen pedazo y volverá a crecer. Es una asombrosa capacidad que comparte con algunos animales entre los que, lamentablemente, no estamos los seres humanos. La buena noticia es que el prodigio no se debe a un tipo especial de células madre, como se pensó hace tiempo, sino a un complejo juego de reajustes en las funciones de sus células cardíacas, cuyas reglas son aún un misterio. De alguna manera, una parte de las células que aún laten pierden su función de bombeo, se reproducen rápidamente y vuelven a recuperar su habilidad de contraerse, restaurando el órgano lacerado. Nuestras células no hacen eso. Tampoco regeneramos las extremidades, como la estrella de mar. Pero la medicina regenerativa hace soñar con ello.
El cuerpo humano tiene 200 tipos de células. Células ciliadas que captan el sonido, condrocitos que forman el cartílago de la nariz, leucocitos para contener las infecciones, cardiomiocitos que contraen el corazón… Pero un día, alguien sufre un infarto y su corazón deja de bombear. Muchos cardiomiocitos mueren y el enfermo sufre. Tiene miedo. Entonces un investigador le inyecta un virus que transporta unas proteínas que llegan hasta los fibroblastos, las vecinas de las células contráctiles, y ¡sorpresa!, se visten el uniforme de cardiomiocitos y empiezan a bombear. Ese investigador existe. Se llama Deepak Srivastava y es de la Universidad de California.
Técnicamente, la célula recurre a la transdiferenciación, pero no es la única alternativa que podría remediar los peajes de la edad. La terapia con células madre es una opción prometedora, aunque incipiente. De momento, las células madre “pueden ayudar a identificar qué genes y moléculas son claves en el proceso de envejecimiento”, explica comedido el director del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona, Juan Carlos Izpisúa. Quedó claro en el año 2011, cuando la revista Nature publicó el trabajo en el que Izpisúa presentaba el primer modelo del envejecimiento humano in vitro.
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Su equipo tomó células de pacientes con progeria, una enfermedad que provoca envejecimento prematuro, y las revirtió al estado de células madre. Corrigieron su defecto genético y las convirtieron en células musculares, de manera que pudieron observar el envejecimiento plasmado en una placa de cultivo. “Estamos probando compuestos que pueden revertir el envejecimiento”, dice Izpisúa. Pero está “lejos de ser realidad”, concluye.
En el campo de los trasplantes, el jefe del servicio de Urología del Hospital Clínico de Barcelona, Antonio Alcaraz, lo tiene claro. “Creo que la evolución va a ser la generación de órganos funcionales a partir de células madre. Ya tenemos tejido renal capaz de producir orina, de depurar la sangre”, dice. Y continúa: “Estamos en la línea de estructurarlo en forma de órgano para que podamos trasplantarlo, y no me cabe duda de que será posible”.
Andamio de 3D
Su hospital marcó un hito en 2008 con el trasplante de tráquea a una mujer castigada por la tuberculosis. Tomaron la tráquea de otra persona, limpiaron su tejido hasta dejar solo la estructura y sembraron células de la mujer que revitalizaron el andamiaje. Más tarde, el Hospital Universitario Karolinska, en Estocolmo, empleó un bastidor hecho de un nanocompuesto artificial. “Somos capaces de generar esa estructura 3D sobre la que repoblar con esas poblaciones celulares y generar esos órganos”, celebra Alcaraz. Oídos, vasos sanguíneos, hígados… ya son realidad gracias a la técnica.
“El siglo XX fue el siglo del desarrollo de los trasplantes, de cadáver y de donante vivo. El siglo XXI será el siglo de los trasplantes de órganos artificiales o de órganos generados a partir de celularidad propia”, asegura Alcaraz. También será el siglo en el que muchas personas vivirán más de cien años. “La expectativa de vida se sitúa actualmente sobre los 82 años y se considera que, probablemente, en el año 2050 viviremos alrededor de los 90 años”, detalla. “Presumiblemente, para finales del siglo XXI podremos alcanzar lo que actualmente se considera el límite biológico de la vida, que es alrededor de los 110 años”. Si es sin necesidad de trasplantes, mucho mejor.
Andrés Masa Negreira
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