Hoy se ha filtrado a la Prensa el informe del Instituto Nacional de Toxicología sobre la familia de Alcalá de Guadaíra (Sevilla). El dictamen sostiene que los padres y una hija muriieron intoxicados en diciembre pasado al inhalar el gas fosfina (fosfuro de hidrógeno) que resulta del contacto entre el fosfuro de aluminio y el aire.
Al parecer, la familia Caño Bautista guardaba en una bañera de la casa varias bolsas de tapones de diferentes envases para venderlos al peso. Entre esos tapones había algunos de un plaguicida compuesto por fosfuro de aluminio (no han facilitado la marca comercial concreta).
Se trata de un compuesto que se utiliza para matar los insectos (sobre todo gorgojos y palomillas) y las ratas que puedan acceder a un almacén de cosecha. Efectivamente, al contacto con el aire, las pastillas o la pasta (ésas son sus dos presentaciones más habituales) reaccionan con la humedad del ambiente y se dispersa por el aire.
El gran peligro es que la fosfina se utiliza precisamente porque tiene un poder alto de penetración, debido a la alta velocidad y alta presión de vapor de la molécula. Así que la familia sevillana fue víctima de esa misma efectividad letal. El otro elemento peligroso es que la fosfina es inodora. Pero en la reacción del fosfuro de aluminio también se liberan amonio y dióxido de carbono, el primero de los cuales sí produce un olor fuerte que les sirve de aviso a los agricultores.
No afecta a los alimentos finales
Y entonces, ¿por qué no morimos intoxicados al comer productos tratados con fosfuro de aluminio? Primero, porque la normativa obliga a que esa fumigación se realice de modo muy controlado y con dosis calculadas ad hoc durante solo tres días, y porque la volatilidad del compuesto es tal que a las 24 horas ha desaparecido (después de airearlo convenientemente durante 12 horas).
El fosfuro de aluminio se utiliza porque es efectivo y barato, y porque no mancha, decolora, ni cambia de sabor a los bienes; y tampoco afecta las propiedades de germinación de las semillas que se han recogido. Pero, claro, su uso y almacenamiento deben ser realizados por profesionales que cumplan precauciones y normativas muy claras.
Una de esas normas estrictas es la de no introducir el compuesto en camiones de transporte para no intoxicar a los conductores, cosa que ya ha ocurrido en alguna ocasión.
Aunque también puede absorberse por la piel (por efecto de la hidrólisis), el 90% de la fosfina que llega al cuerpo lo hace mediante las vías aéreas. Si la cantidad es poca los síntomas son fatiga, náusea, opresión en el pecho, zumbidos en el oído y palidez en la cara. Pero si las cantidades son considerables (como fue el caso de Alcalá de Guadaíra) produce fuertes náuseas, disnea, cianosis, anoxia, pérdida de conciencia, y finalmente la muerte por colapso del sistema nervioso.
Redacción QUO