Una letal fiebre hemorrágica ha segado la vida de centenares de personas en apenas cuatro meses. Muchas más han sido ya diagnosticadas. Todo esto sin contar las docenas de personas que estarán en las fases tempranas de la infección, todavía sin síntomas graves que la delaten y puedan contribuir a expandirla todavía más. Una de esas personas puede estar subiendo en un avión en estos momentos. Su destino: el aeropuerto
John F. Kennedy de Nueva York. Lo que parece un argumento de una película de ciencia ficción al estilo Contagio está peligrosamente cerca de hacerse realidad. Una realidad para la que la Gran Manzana lleva preparándose más de una década.
Desde la fatídica mañana del 11-S, las medidas contraterroristas han crecido de manera inimagible. “Una parte de las mismas”, me cuenta el que fuera director del programa de biodefensa de la Agencia de Proyectos Avanzados de Investigación del Departamento de Defensa de EEUU, Stephen Morse, “ya contaron con un escenario como el actual. La ciudad tiene enlaces directos con las salas de urgencias”. Allí se centralizan y analizan casos sospechosos que puedan delatar que el virus ha llegado a la ribera del Hudson. No solo eso; las ambulancias también están preparadas con el entrenamiento y los medios necesarios para lidiar con enfermedades como el ébola.
El domingo 3 de agosto, un hombre cruzaba las puertas de urgencias del Hospital Monte Sinaí de Nueva York con fiebre y complicaciones gastrointestinales. Acababa de llegar de África occidental y fue puesto en una sala de aislamiento. Tres días más tarde, el Centro para el Control de Enfermedades, o CDC, dijo que el paciente era negativo para el test de ébola. Falsa alarma. Esta vez.
La situación que más preocupa a los estrategas de la seguridad es que un paciente sienta los primeros síntomas en vuelo. Para eso, EEUU tiene que asegurarse de que los pasajeros, infectados o no, no se dispersen por el territorio. Cada aeropuerto principal estadounidense cuenta con una estación de cuarentena equipada para aislar a pacientes altamente infecciosos, controlada por miembros del CDC.
Pero, ¿por qué no hay una cura para tan terrible enfermedad? Es una pregunta que muchos se han hecho después de que las Autoridades estadounidenses decidieran tratar con un suero experimental a dos de sus ciudadanos infectados. El médico y la misionera parecen haber salvado la vida, pero no está claro si la medicina tuvo algo que ver. Aunque terriblemente elevada, la probabilidad de morir está entre el 50 y el 90%, y los factores que pueden influir son desconocidos: tal vez la salud previa o tu genética. Lo más irónico es que no lo sabemos porque los brotes de ébola han sido “demasiado esporádicos” para la ciencia, dice el Dr. Morse. “El virus aparece en lugares donde no lo esperaríamos”; y además, los episodios son tan breves que no da tiempo a estudiar bien sus características.
ZMapp es el nombre del cóctel de fármacos que el Ejército estadounidense ha puesto a prueba en los dos pacientes infectados. Sus ingredientes son anticuerpos. Estas moléculas son fabricadas por nuestro sistema inmunitario y su función es reconocer y adherirse a otras moléculas con exquisita precisión. La gota de suero que se combina con la de sangre contiene anticuerpos A, B o Rhesus.
Este cóctel es especial por varios motivos. El primero es que los anticuerpos se han “fabricado” en ratones y luego se han “humanizado” para que no sean tóxicos para nuestro organismo. Pero el detalle más importante es que los investigadores de Mapp Bio han conseguido trasladar los genes “humanizados” de estos anticuerpos al genoma de plantas del tabaco. Las Autoridades norteamericanas ya están negociando con empresas biotecnológicas que podrían acelerar la producción de este cóctel.
Otro movimiento estratégico fue, hace casi un mes, invertir 2,9 millones de dólares en un proyecto para desarrollar un test rápido para el virus liderado por el Viral Hemorrhagic Fever Consortium, un grupo que dirige el Dr. Robert F. Garry, de la Tulane University.
Pero la ciencia todavía no sabe si el medicamento funcionó. Ni se podrá saber por el momento. Y, si lo hiciera, no hay modo de producir el necesario a tiempo. Por eso, los expertos lo tienen claro: la solución a las futuras crisis que azoten el occidente africano pasa por reforzar con personal y equipamiento médico la región y por conseguir la confianza de la aterrorizada población.
Redacción QUO
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