La palabra peste bubónica evoca en nuestra mente imágenes dantescas emergidas directamente de la peor pesadilla medieval. Entre los años 541 y 543 de nuestra era, esta enfermedad fue la responsable de la llamada Plaga de Justiniano, que causó una gran mortandad y fue una de las razones del colapso del llamado Imperio Romano de Oriente. Y en el siglo XIV se materializó en la terrorífica epidemia de peste negra sobre la que tantas veces hemos leído, y que (segun algunos cálculos) acabó con la vida de la mitad de la población europea, además de hacer estragos en Asia y el Norte de África.
Pero la peste no ha desaparecido de nuestro mundo. El bacilo que la provoca, llamado Yersinia Pestis, sigue acechando y periódicamente infecta a alguna persona. El caso más reciente se ha producido ayer mismo, en el estado norteamericano de Colorado. La víctima ha sido un adolescente, que ha fallecido en el condado de Larimer por esta enfermedad, aunque los síntomas iniciales (mareo, fiebre…) hicieron pensar que tenía una gripe. El joven se contagió, según todos los indicios, al ser picado por una pulga, que suele ser la principal portadora de esta bacteria.
Hay que señalar que, en este caso concreto no se trata exactamente de peste bubónica, sino de peste septicémica, que es el nombre que recibe la enfermedad cuando el paciente no tiene los característicos bubones. Lo que, evidentemente, dificulta el tratamiento de la misma.
La noticia ha provocado, lógicamente, una gran alarma. Pero, las autoridades sanitarias advierten que no es fácil contagiarse de esta enfermedad, aunque tampoco imosible, ya que periódicamente se producen varios casos. De hecho, en Estados Unidos, ha habido siete en las últimas tres décadas. El más reciente databa tan solo de enero 2015, y afectó una niña de siete años que tuvo contacto con un perro muerto. Aunque, en este caso, la paciente se recuperó tras ser tratada con antibióticos.
Las portadoras del Yersinia pestis suelen ser, como hemos dicho, las pulgas. Pero no unas cualquiera: concretamente la variedad asociada a las ratas y a los roedores. El cuadro clínico cuando se produce el contagio a un humano, es el siguiente: las células bacterianas se desplazan por el torrente sanguíneo hasta los nódulos linfáticos, donde generan pequeñas hinchazones llamadas bubones, que están llenos de partículas bacterianas. Rápidamente, los nódulos linfáticos periféricos se ven invadidos por los bubones, hasta que se rompen y las células pasan de nuevo al torrente circulatorio, pero ahora en un número mucho más elevado. A partir de ese momento, se producen múltiples hemorragias que dan lugar a manchas negras sobre la piel, procesos de gangrena en las extremidades, dolores, delirios… Si la enfermedad no ha sido tratada antes, provoca la muerte del paciente al cabo de tres o cinco días, según los casos.
Y ahora, ¿debemos estar preocupados? ¿Existe un riesgo real de que se pueda producir una nueva epidemia de esta terrible enfermedad? La mayoría de los especialistas no lo creen así. La doctora Helen Donoghue, especialista en enfermedades infecciosas del College University de Londres, explica que: «Los humanos solo somos huéspedes accidentales de la peste. Las principales víctimas de este bacilo son las ratas y los roedores. Para que se produzca una plaga, es necesario, que las pulgas portadoras vayan infectando sucesivamente a centenares, a miles de roedores. Solo cuando la mortalidad entre esta especie es demasiado elevada, el parásito busca huéspedes alternativos, que pueden ser otros animales, o los seres humanos. Afortunadamente, la población actual de ratas en todo el mundo es lo suficientemente grande como para que podamos estar relativamente tranquilos».
Por su parte, David Wagner, un investigador canadiense que en 2010 encontró restos de este bacilo en las muestras de ADN extraídas a los restos de varias víctimas de la plaga de Justiniano, afirma que: «Las cepas de Yersina pestis son hoy tan fuertes y mortíferas como lo fueron en el pasado. La enfermedad no ha cambiado, pero nosotros sí. También somo más fuertes y contamos con remedios que permiten curar la enfermedad cuando está en sus fases iniciales».
El riesgo de un gran brote de peste bubónica parece, por tanto, bastante lejano. Y, para que siga siendo así, Helen Donoghue considera que es indispensable la prevención: «Diagnosticar los nuevos casos rápidamente, tratar a los pacientes en las fases iniciales, y eliminar los posibles focos de contagio, mediante la desratización o la supresión de los animales infectados que hayan podido actuar como portadores».
El pasado verano, el gobierno chino llegó a poner en cuarentena a una ciudad entera, llamada Yumen, tras la muerte de uno de sus habitantes, que se había contagiado de la peste al comerse la carne de una ardilla infectada. Así que quien quiera sentirse completamente a salvo, lo mejor que puede hacer es viajar a Australia, un país donde hasta la fecha no se ha encontrado ni rastro de este bacilo. O a aglún liugar extremadamente frío,ya que son los climas cálidos y casi desérticos, los que favorecen su aparición.
Y a quien le interese el tema, le recomedamos también que trate de ver un clásico del cine titulado Pánico en las calles. Esta gran película dirigida por Elia Kazan en 1953, narra los esfuerzos de un oficial médico de la marina para evitar que un brote de peste bubónica se extienda por la ciudad de San Francisco.
Redacción QUO