Cuando John Collinge, investigador de la University College of London, publicó el pasado verano los resultados de su estudio en la revista Nature, sabía que estaba a punto de abrir la caja de los truenos en el mundo científico. Y no era para menos, ya que su investigación apuntaba la evidencia de que alguna de las causas del alzheimer podía transmitirse.
«El alzheimer se contagia», «La vejez se transmite entre personas», fueron algunos de los titulares sensancionalistas que se leyeron esos días. Pero Collinge nunca había afirmado tal cosa. Lo que él y su equipo habían descubierto era que que una de las dos proteínas relacionadas con esta forma de demencia, la beta-amiloide, puede transmitirse durante una operación debido a la contaminación del instrumental quirúrgico.
El hallazgo se produjo cuando los investigadores trataban de descubrir por qué varios miles de personas a las que se les inyectó la hormona del crecimiento entre 1958 y 1985, habían desarrollado el mal de Creutzfeldt-Jacob (la llamada enfermedad de las vacas locas). Lo que ocurrió fue que las hormonas del crecimiento utilizadas en aquella época, se extraían quirúrgicamente de las glándulas pituitarias de cadáveres humanos y se inoculaban a los pacientes. Varios cientos de ellos murieron de forma temprana a causa del mal de Creutzfeldt-Jacob. Pero las autopsias de los cerebros de ocho de esas personas, revelaron que también había rastros de la proteína beta-amiloide, una de las causantes (la otra es conocida como tau) de las placas del alzhéimer que se depositan en las arterias del cerebro.
[image id=»78777″ data-caption=»» share=»true» expand=»true» size=»S»]Con todo, la investigación de Collinge no era la primera que apuntaba a esta posibilidad. Ya en 2011, el español Joaquín Castilla, del centro de investigación CIC Biogune, en el País Vasco, comprobó que si se le transplantaban células de un cerebro enfermo a un ratón sano, este también podía desarrollar la enfermedad. Dado que, a día de hoy los trasplantes cerebrales en seres humanos son una quimera, esa vía de transmisión parece un riesgo demasiado lejano como para que debamos preocuparnos. Pero la investigación de Castilla habría la puerta a varios interrogantes muy inquietantes. ¿Y si la transmisión pudiera realizarse por medio de una transfusión de sangre? ¿O por un trasplante de órganos? Y ahí es donde el estudio de Collinge ha hecho saltar las alarmas al apuntar que la transmisión de la proteía beta-amiloide podría producirse en el quirófano, por medio del instrumental quirúrgico.
Desde la Sociedad Española de Neurología nos aseguran que, de momento, no hay motivos para la alarma. «Transmisión y contagio son términos médicos diferentes. Contagio es cuando existe la posibilidad de la propagación de una enfermedad de un individuo a otro, y en ningún caso se ha hablado de ello en dicho estudio», nos comenta una fuente de dicha institución. «La investigación solo se refiere a la presencia de la proteína bet-amiloide. Pero tener dicha proteína alterada no equivale siempre a padecer alzheimer».
Los expertos aseguran que, para sacar conclusiones que puedan considerarse definitivas, habría que ir a las muestras originales de las que se obtuvo el preparado de hormonas de crecimiento que se les suministró a los pacientes investigados, y utilizarlos en pruebas con animales para observar si se obtienen los mismos resulatdos. El problema es que esas muestras eran tan antiguas que ya no existen.
Por otra parte, Jesús Ávila, profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), afirma que: «Lo que sugiere este trabajo es que a veces alguna enfermedad priónica, como la de Creutzfeldt-Jakob, al mismo tiempo puede dar lugar a la transmisión del beta amiloide. Pero no me parece que quede claro que esta proteína por sí sola, sin la presencia de priones, se transmita. Habrá que esperar nuevos estudios para ver si esa posibilidad se confirma».
Parece, por tanto, que no hay motivos para una alarma desorbitada, aunque el hallazgo merece nuevos estudios que despejen o confirmen cualquier posibilidad. De todas, formas, no está mal recordar que el investigador Joaquín Castilla, ya en 2011, con motivo de la publicación de su estudio afirmó que: «Para transmitir el alzheimer mediante una transfusión se requerirían al menos de cinco litros de sangre, que no es una cantidad pequeña. Ahora bien, yo por si acaso no dejaría que me metieran sangre de una persona mayor de 65 años».
Redacción QUO