Según la OMS, uno de cada 160 niños en el mundo tiene un trastorno del espectro autista (TEA) y, según los estudios epidemiológicos realizados en los últimos 50 años, los casos parecen estar aumentando. Se trata de una condición neurológica y de desarrollo que empieza en la niñez y tiende a persistir hasta la adolescencia y la edad adulta. Principalmente, afecta a cómo una persona se comporta, interactúa con otros, se comunica y aprende.
Actualmente, no existe un tratamiento estándar para el TEA. Las soluciones pasan por terapias para ayudar en el aprendizaje y el comportamiento social o algunos fármacos que ayuden a los afectados. Ahora, el equipo del doctor Robert K. Naviaux parece haber dado con una solución prometedora: la suramina, un fármaco centenario. Se trata de un medicamento antihelmíntico que se desarrolló en Alemania en 1916 y que actualmente sigue en el mercado. Está indicado para tratar la llamada enfermedad del sueño (tripanosomiasis africana) y se ha utilizado también para tratar la oncocercosis y el cáncer de próstata.
Hace un par de años, el doctor Naviaux probó la suramina en un estudio realizado con ratones, con prometedores resultados que fueron publicados en la revista Molecular Autism. Ahora, ha llevado el estudio un paso más allá, haciendo una pequeña muestra con diez niños. A cinco de ellos, se les administró un placebo. Al resto, una inyección con suramina. Según ha explicado en la revista Annals of Clinical and Translational Neurology, los niños que recibieron suramina mostraron mejoras en el lenguaje y el comportamiento social y disminuyeron las conductas repetitivas, así como otros síntomas del TEA.
Según explica Naviaux, el mecanismo subyacente de este hallazgo es un fenómeno que denomina como «respuesta al peligro celular» (DCR, por sus siglas en inglés). Cuando las células se exponen a algún tipo de peligro (virus, toxinas, mutaciones genéticas o infecciones), estas reaccionan de una forma defensiva, que desactiva funciones que se realizan de forma habitual y crean barreras contra la amenaza percibida. Una de estas consecuencias es que se reduce notablemente la comunicación intercelular, lo que, según los expertos, podría interferir en el desarrollo y la función cerebral, dando lugar al TEA.
Gracias a la suramina sódica, elaboraron un método llamado terapia antipurinérigica o TAP, el cual logró bloquear la señal de CDR. En consecuencia, las células pudieron restaurar la comunicación normal entre ellas y revertir en gran medida los síntomas del TEA.
Fuente: eurekalert.org
Rafael Mingorance