Bastan dos puntos y una raya curva para que en un smiley reconozcamos un rostro. Tenemos un área del cerebro básicamente dedicada a su identificación (el área de caras del giro fusiforme, en el lóbulo temporal). Si se daña, perdemos específicamente la capacidad de reconocer rostros, lo que se conoce como prosopagnosia. Verlas en las sombras de la Luna o las manchas de una tostada se llama en psicología pareidolia. Otro asunto, o el mismo, son las “teleplastias”, o formas de santos, demonios y vírgenes que la gente dice ver.
Una investigación reciente llevada a cabo por el neurólogo Peter Brugger, del University Hospital, en Zurich, muestra que la química cerebral tiene mucho que ver en esto. Reunió a un grupo de escépticos y otro de “creyentes” y les pidió que distinguieran rostros reales frente a rostros ficticios que se mostraban en
un ordenador. Los creyentes acertaron mucho menos, y lo hicieron peor aun después de suministrarles dopamina. Según Brugger: “La hormona incrementó la tendencia a ver patrones (y rostros) donde no los había”.
Top Bélmez. De las caras de Bélmez se conoce hasta el grosor del pincel que usaban para pintarlas. Las fotos de las “teleplastias”, como la de la izquierda, se vendían a 15 pesetas de la época (1971).
[image id=»12060″ data-caption=»» share=»true» expand=»true» size=»S»] [image id=»12061″ data-caption=»» share=»true» expand=»true» size=»S»]Una médium con solera Eusapia Palladino falleció en 1818. Dicen sus fieles que es su rostro el que apareció en la placa de Petri de un laboratorio 90 años después de su muerte.
Redacción QUO