Dentro de dos décadas seremos capaces de leer los sueños de las personas. Al mismo tiempo que los están viviendo.” Quien me asegura esto, al otro lado del teléfono, es Jack Gallant, psicólogo del departamento de Neurociencias de la Universidad de Berkeley y uno de los 10 expertos en sueño entrevistados para este Dossier.
Actualmente, Gallant está trabajando en un software que registra y compara la actividad cerebral de un voluntario al observar diferentes fotografías. Luego, un escáner estudia su cerebro mientras se le muestra una de las imágenes. El programa logra deducir qué foto está viendo gracias a su actividad cerebral.
Básicamente, el trabajo consiste en descubrir qué sucede en nuestro cerebro cuando vemos el color verde, la arena, una manzana o cuando pensamos en volar. Cada uno de estos gestos podría asociarse a un tipo de actividad cerebral específica, y si, al dormir, el software detecta esos patrones, sabremos qué está soñando la persona.
El siguiente descubrimiento, sorprendente e inesperado, es que el cerebro de un recién nacido, cuando duerme, utiliza los sueños para aprender a mover su cuerpo. Sí, tal y como suena. Así lo asegura, desde Suecia, Jens Schouenborg, neurocientífico de la Universidad de Lund.
“Cuando nació mi hija menor, llevarla a la cama se convirtió en una tarea titánica. Al menos hasta que cumplió un año”, señala Lund. “Por eso, solía acostarme a su lado hasta que se durmiera. Sabía cuándo estaba totalmente dormida porque sus músculos empezaban a palpitar. Después de muchas noches, me di cuenta de que ese temblor de los músculos seguía un patrón. Así fue como se me ocurrió la idea de que este movimiento involuntario tuviera un propósito. Y comencé el experimento.” El experimento al que se refiere podría ser la respuesta a uno de los enigmas más huidizos de la ciencia: ¿para qué dormimos?
Schouenborg y su equipo de investigación estudiaron durante diez años dos grupos de ratas de menos de dos semanas de vida mientras dormían. En su entorno natural, en plena noche, las ratas mueven la cola de derecha a izquierda; se trata de un movimiento involuntario que les permite tocar a otro miembro de la camada. El contacto les aporta seguridad, algo similar a lo que sucede cuando nuestros hijos piden dormir con nosotros.
Este científico sueco dividió las ratas en dos grupos: a uno de ellos les soplaba aire dirigido al lado izquierdo de la cola cuando la movían hacia la derecha, y viceversa, mientras que el otro grupo recibía el aire de forma coherente. A las dos horas, las ratas del primer grupo empezaron a mostrar un extraño reflejo: si les acercaban un láser al lado izquierdo de la cola, la movían hacia la fuente de calor, y no la apartaban, como sería lógico.
Según Schouenborg: “En un sistema nervioso recién formado, este podría ser el mecanismo que construye los canales nerviosos desde la médula espinal hacia los músculos, de modo que en el futuro el cerebro reconozca el camino exacto para controlar determinados movimientos en vigilia”. Cuando nacemos, soñar nos enseña a movernos.
Programados para dormir
Dormir podría servir a este propósito en recién nacidos, pero ¿para qué sirve en adultos? ¿Por qué tenemos que dormir?
José María Delgado, director de la División de Neurociencias de la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla, me señala que: “Responder a la pregunta ¿para qué sirve el sueño? es equivalente a preguntarse ¿para qué sirven las cigüeñas? En términos científicos, se trata de saber qué ocurre en el organismo cuando nos privan de sueño durante varios días, algo que no sabemos de momento”. De momento. Pero quizá sea posible aclarar tanto este como otros enigmas al terminar este reportaje. Para eso, será preciso conocer todos los procesos que nos llevan a los dominios de Morfeo.
El sueño es una respuesta del cerebro al ritmo circadiano. En nuestra mente, el “relojero” que lo regula se llama núcleo supraquiasmático. ¿Cómo se sabe esto? Javier Puertas, jefe de la Unidad del Sueño del Hospital Universitario de La Ribera, Valencia, tiene la respuesta: “Se ha probado con ratones a los que se les han extirpado las neuronas de esta zona del hipotálamo y se las ha marcado con una proteína que produce luz cuando se activan. Aun fuera del núcleo, estas se encendían y se apagaban, siguiendo el ritmo circadiano”.
El primer engranaje del reloj biológico comienza a funcionar y hace girar la siguiente rueda: se activa la glándula pineal. Esta confirma que se está haciendo de noche por arte de un truco muy sencillo: está, en cierto modo, unida a la retina. Gracias a eso, la información lumínica se transforma en secreción hormonal: la glándula pineal comienza a segregar melatonina.
La presencia de esta hormona pone “celosa” al neurotransmisor GABA, que se suma a la fiesta. Cecilio Álamo González, doctor y catedrático de Farmacología de la Universidad de Alcalá, explica que: “El GABA es el mecanismo más importante para inducir el sueño: inhibe las estructuras del cerebro que nos mantienen en vigilia. Son de gran importancia, ya que los fármacos que nos inducen al sueño, o los que nos provocan insomnio, lo hacen alterando su función”. En pocas palabras, todo el cerebro altera sus funciones para ponernos a dormir. ¿Qué hay tan importante en el sueño para que esto ocurra? La respuesta podría estar en la pregunta.
Pero antes de ir a ella, maticemos una afirmación: se dice que no dormir nos puede matar. Julio Fernández Mendoza, investigador del Centro de Investigación y Tratamiento del Sueño del departamento de Psiquiatría de la Universidad del Estado de Pensilvania, me confirma que: “Es cierto que hay un debate abierto acerca de la función del sueño. Sin embargo, uno no muere directamente por no dormir. La relación entre la falta de sueño y una mayor probabilidad de morir parece estar ligada a la presencia de trastornos del sueño, cardiovasculares y metabólicos. Por ejemplo, los trastornos cardiovasculares pueden anteceder a la falta de sueño, y su alteración contribuiría a aumentar el riesgo de mortalidad, o ser una consecuencia de esta”.
“Hemos publicado un estudio”, continúa Fernández Mendoza, “en el que se demuestra que los varones con insomnio crónico tienen cuatro veces más probabilidad de morir que aquellos que duermen adecuadamente, y que los insomnes son los que tienen mayor riesgo de hipertensión, diabetes e incluso de alteraciones neuropsicológicas”.
Así, si la falta de sueño no es causa directa de muerte, volvamos a la pregunta: ¿para qué necesitamos dormir?
Una de las primeras consecuencias de entrar en los dominios de la noche, es la desconexión de ciertas partes del cuerpo. “Hay grupos neuronales que disminuyen la conectividad”, asegura Delgado García, “como, por ejemplo, diversos centros motores; pero otros muchos se mantienen activos y continúan produciendo impulsos nerviosos”. Visto por medio de un electroencefalograma (EEG), las ondas cerebrales en la fase REM (el momento en que soñamos) son muy similares a las ondas de cuando estamos despiertos.
¿Qué ocurre en el cerebro para que se “desconecte” del cuerpo y utilice una cantidad similar de energía a la requerida en vigilia?
David Eagleman, neurocientífico del Colegio Baylor de Medicina, da la primera clave al afirmar que: “El sueño y la memoria están íntimamente relacionados. No sabemos por qué, pero cuando soñamos, nos adentramos en un mundo de memorias falsas”. ¿Falsas? ¿Y de qué nos sirven estos “recuerdos mentirosos”?
De mucho, según Fernández Mendoza: “Toda actividad cognitiva durante el sueño tiene que ver con el aprendizaje. Se ha sugerido que las ondas PGO (ponto-genicular-occipitales) durante el sueño REM podrían ser el sustrato cerebral y fisiológico último que explica la relación entre el tipo de material cognitivo aprendido y determinadas fases del sueño.”
Así aprende el cerebro
Ahora sí, volvamos a la pregunta: ¿qué hay tan importante en el sueño para que nuestro cerebro esté tan activo? Y como dijimos antes, la respuesta podría estar en la pregunta: los sueños.
¿Sería posible que, en lugar de soñar porque dormimos, necesitemos dormir para soñar? ¿Son tan importantes los sueños? Un trabajo realizado por los psicólogos Michael Franklin, de la Universidad de Michigan, y Michael Zyphur, de la Universidad de Tulane, podría dar la respuesta cuando afirma que: “El tiempo que pasamos en nuestros sueños configura seguramente cómo se desarrolla nuestro cerebro. Las experiencias que adquirimos al soñar a lo largo de toda nuestra existencia influyen en el modo en que nos relacionamos con el entorno, y están destinadas a afectarnos no solo como individuos, sino como especie. A medida que se sucedan los avances científicos en neurociencia, estaremos capacitados para probar algunas de estas hipótesis”. El estudio, publicado en Evolutionary Psychology, se titula El papel de los sueños en la evolución de la mente humana. Y los avances en neurociencia ya se están dando.
Robert Stickgold es el director del Centro del Sueño y el Conocimiento de la Escuela de Medicina de Harvard. Recientemente realizó un experimento: desafió a dos grupos de estudiantes a aprender la disposición de un laberinto virtual, de modo que, cuando más tarde los situaran en cualquier punto del laberinto, pudieran señalar dónde se encontraba un árbol determinado.
Uno de los grupos podía dormir una siesta en las 5 horas de intervalo. Cuando se llevó a cabo la evaluación, estos últimos llegaban al árbol bastante más rápido que los que no habían dormido. Lo extraordinario es que la mayoría de ellos tuvo sueños relacionados con la prueba: la música del ordenador, el árbol, zonas del laberinto… “Creemos que los sueños”, me confirma Stickgold, “son una señal de que el cerebro trabaja en un problema a muchos niveles. Son intentos del cerebro de encontrar asociaciones útiles para el futuro”. Pero queda una duda: si los sueños son una estrategia evolutiva de nuestro cerebro que le sirve para aprender, ¿por qué nos olvidamos de ellos?
Diferentes experimentos realizados, entre otros, por Robert Bornstein y Paul D’Agostino, psicólogos del Gettysburg College, han demostrado que, aunque un estimulo sea inconsciente, puede influir en nuestras decisiones.
Quizá seamos incapaces de recordar los sueños. Pero ellos sí se acuerdan de nosotros.