A principios de los 90, Edward ocupó su silla en la Camelot Psychic Fair –una feria esotérica que reúne a docenas de adivinos y vendedores de productos paranormales– y abrió su maletín mágico. A diferencia de otras ocasiones, no sacó una bola de cristal ni una baraja de Tarot, sino un plátano. “La manera en que una persona pela una banana nos habla de su pasado: cómo se la come nos indica el presente, y las líneas negras de dentro de la cáscara señalan el futuro”, afirmó entonces. Peter, su jefe, se quedó extrañado. “No vas a tener ni un cliente”, le dijo. Se equivocaba. No fue el mejor día de Edward como vidente, pero tampoco estuvo mal.
La anécdota resume el mundo en el que se desenvolvió como pez en el agua durante casi dos décadas. Ahora, ha decidido abandonar el juego de la videncia y publicar una biografía que desvela los trucos y tretas de los que fueron sus colegas; Psychic Blues: confesiones de un médium en conflicto, recién publicada en EEUU.
Por supuesto, ha provocado una gran polémica: algunos de sus excolegas le acusan de haber ganado mucho dinero y dicen que si ahora cambia de bando, es porque quiere más. Otros se defienden: “Aunque existen falsos adivinos, está difamando a los auténticos”. Aun así, los médiums más famosos de EEUU (Sylvia Browne, Theresa Caputo, James Van Praagh…) no se han atrevido a enfrentarse a él y han preferido dar la callada por respuesta.
Son las seis de la madrugada en California y, a pesar del madrugón, Edward contesta desde el otro lado de la línea telefónica a las preguntas de Quo: “La gente cree que todo se basa en simples trucos. El verdadero secreto es ser un narrador de historias, un buen cuentacuentos en los que el cliente sea el protagonista. El resto funciona solo”. Pero, ¿qué tipo de “cuentos” hay que contar?, preguntamos. “Yo no leía las cartas, yo leía a las personas”, sentencia. “No hay ninguna necesidad de engañar a una persona que va a una consulta, llama por teléfono o acude a un macroespectáculo en el que participa su vidente favorito. Vienen engañados de casa y acuden voluntariamente porque están convencidos de que es posible predecir el futuro”, señala. “La gente no solo recurre a estos servicios para que le digan lo que va a pasar, sino para que le digan lo que quiere que le pase”, un matiz muy importante, “así que, si el primero al que llama no le deja contento, buscará a otro”, explica Edward, quien no duda en calificar de auténticos “adictos” a algunos de sus antiguos clientes.
Para Edward, la sesión empieza antes de que el cliente se siente. “Lo estudio para construir una historia. Los zapatos suelen ser un excelente indicador de la situación económica de la persona. Luego están las manos, las uñas, las arrugas de la cara, el pelo… de todo ello se pueden deducir elementos que luego servirán a la historia que le voy a contar”. Esta técnica es la que se conoce como “lectura en frío”.
Labor de investigador
Más efectiva, en cambio, es lo que se conoce como “lectura en caliente”. Facebook y las demás redes sociales se han convertido en uno de los principales aliados de los adivinos modernos. Si la visita se ha concertado de antemano, el dotado invertirá un tiempo en repasar la timeline de su cliente: los amigos, las últimas vacaciones, el colegio al que fueron, sus aficiones… Todo está en la red. “En Estados Unidos, con el número de la tarjeta de crédito que una persona utiliza para pagar la sesión se pueden conseguir los antecedentes penales y su historial financiero”, explica Edward. ¿Y cómo es que la gente no se da cuenta de la utilización de técnicas tan burdas? “La gente quiere creer”, sentencia.
La “lectura en caliente” no es nueva, solo ha evolucionado. En una entrevista, la directora Icíar Bollaín contaba que para preparar su película Mataharis conoció a una detective que trabaja para una vidente y cuya labor es suministrarle datos de sus clientes. En este punto se centró el escándalo de la famosísima Anne Germain. El diario El Mundo desveló que en su programa, Más allá de la vida (Tele5), un magnífico equipo de documentalistas hacía un informe de cada uno de los invitados al programa, con detalles sobre su vida privada que después la médium utilizaba para “dar en el clavo”.
Anne Germain contactaba con los difuntos de todo tipo de famosos (desde Boris Izaguirre a Kiko Rivera, pasando por Lola Herrera y Joaquín Cortés). Un artículo puso a la canalizadora en la picota. El diario publicó algunos de los dossieres sobre sus invitados que le preparaban sus colaboradores para que luego, en pantalla, simulara obtener los datos de los espíritus. Germain, en su Facebook (donde tiene más de 85.000 suscriptores) reconoció los hechos, aunque matizó que: “Nunca he ocultado que recibo un perfil de los invitados, [pero] lo habitual es que luego me deje los papeles olvidados porque no son importantes”. Sin embargo, en el primer programa en el que participó (en agosto de 2010), el presentador, Jordi González, aseguró que no se investigaba a los invitados. ¿Le han afectado las críticas? En absoluto. Una semana después del artículo, la polémica se olvidó y los responsables de su gira española (que ha recorrido 13 ciudades) barajan extenderla gracias a su éxito.
Anne Germain tiene un “álter ego” en EEUU a la que Edward sacó los colores. Participó en el programa de la CBS Inside Edition, en el que la propuesta era desenmascarar a la vidente Theresa Caputo. La adivina norteamericana está en estos momentos en la cresta de la ola gracias al reality Long Island Medium. Su estilo es similar al de Anne Germain: también dice que habla con los muertos de los famosos. “El programa está editado hasta el infinito, para que el espectador no vea los fallos; algunos de los miembros del público son colaboradores suyos, y está lleno de trucos de primero de mentalismo”, explica Edward. A pesar de las críticas de Edward, la médium (famosa por su uso y abuso de la laca) ni se despeinó. Se limitó a mandar una nota de prensa en la que insistía en que tiene poderes y que no pretende convencer a los escépticos. “Los videntes saben que sus fieles seguirán creyendo en ellos aunque muestres en pantalla que se ha equivocado diez veces en sus predicciones”.
‘Videncia tenemos todos’
Contactamos con otra de las grandes “videntes españolas”, Esperanza Gracia, para hablarle del libro de Edward. Cuando le dijimos que desvelaba los trucos de la videncia, no dudó: “¿Trucos? Los videntes no usan trucos, lo que pasa es que algunos son unos timadores”, asegura Esperanza Gracia, y defiende a algunos de sus colegas, como Octavio Aceves y el deslumbrante Rappel, diferenciando entre “adivinos buenos y adivinos malos”.
Es una de las astrólogas más famosas y veteranas de España, habitual de la televisión y de prestigiosas revistas. A ella, que alguien publique aquí un libro parecido al de Mark Edward no le preocupa lo más mínimo. Y lo justifica así: “La gente no sabe que la astrología no es un sistema predictivo, como otras mancias, sino que se basa en el movimiento del cosmos y los astros, y en cómo eso nos afecta”. Que detrás de esa afirmación no haya absolutamente nada demostrado, es algo que Esperanza ni siquiera contempla.
La entrevista con Edward se prolonga: en un momento, desvela algunos de los trucos más burdos de los adivinadores del destino para ganar clientes.
Algunos trucos sucios
“Durante la sesión”, explica Edward, “hay momentos en los que hay que bajar el tono de voz, para que el cliente se tenga que inclinar más sobre la mesa, y también hacer preguntas como ‘¿entiendes lo que quiero decir?’, para que asienta. Parece una tontería, pero si haces esto en un lugar en el que hay una cola –como en una feria esotérica–, los que están esperando lo ven y lo interpretan como que la persona sentada frente a mí está muy interesada y que estoy acertando”. Y por supuesto, un truco que funciona es el del “gancho”. En más de una ocasión, mientras presentaba un programa semanal en una radio, Edward pidió a un amigo que le llamara y se hiciera pasar por cliente. “Le adivinaba todo”, bromea. Su eficacia se traducía en un aumento de visitas a su gabinete personal.
Algunos videntes cambian cada cierto tiempo sus números de teléfono, para que si algún día llega una queja por publicidad engañosa sea tarde. Solo a veces les pillan. El británico Paul James Jones fue condenado a 28 meses de cárcel por estafar 37.000 libras a varias compañías telefónicas. Jones forma parte de las excepciones que acaban entre rejas. El resto continúa sus días viviendo del cuento.
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