ADEMÁS, UN TEST. Contesta a sencillas preguntas y descubre tu edad biológica

Nuestro aspecto físico, especialmente en la cultura latina, es un bien en alza. ¿Pero qué hay de ser joven (pero joven de verdad) “por dentro”? Atención a esta premisa: el aspecto físico externo no es un indicador fiable del estado de salud interno. Cuando vamos a comprar un automóvil de segunda mano (y no os ofendáis por el símil), sabemos que no debemos guiarnos únicamente por la deslumbrante carrocería: el carburador, los manguitos, la batería… reflejan la verdadera edad del vehículo. Gente de magnífico aspecto exterior cae fulminada tras un ataque cardíaco o sufre súbitamente una embolia cerebral incapacitante.

De esta idea nace el concepto de “edad biológica”, que avanza a un ritmo distinto del de la “edad cronológica”, la que empieza a contar desde que nacemos. La edad biológica es la relativa al estado funcional de nuestros tejidos y órganos, y por tanto, un concepto fisiológico. Veamos dónde debemos mirar para encontrar respuesta a la pregunta “¿cuantos años tiene nuestro cuerpo?” Para empezar, no tiene por qué ser igual para cada parte de nuestro organismo. Cada órgano y tejido envejece a su ritmo. La razón de por qué existe un envejecimiento no armónico entre distintos tejidos y órganos es un enigma aún por investigar.

Es cierto que no los tratamos igual a todos. Podemos comer muy mal, o dormir poco, o ejercitar poco la mente, o fumar, etc. Distintas actividades, costumbres, usos y malusos, inducen un envejecimiento a distinta velocidad en segúnqué tejidos. Podemos tener un corazón joven, pero unos riñones ancianos; o un sistema inmunitario debilitado y una mente despejada. Determinar con precisión nuestra edad biológica puede ayudarnos a entender y prevenir futuros problemas de salud relacionados con dolencias asociadas al envejecimiento, tales como las enfermedades cardiovasculares, la diabetes, la osteoporosis y el cáncer.

Entonces, ¿cuál sería el calendario en el que consultar nuestra edad biológica? Son muchos los parámetros fisiológicos que se han propuesto, pero uno de los problemas de partida en la búsqueda de biomarcadores del envejecimiento es establecer un patrón de referencia a una determinada edad que sirva para comparar los datos que obtengamos de mediciones posteriores. ¿A partir de qué medida entramos en una condición de envejecimiento o no? ¿Cómo sabremos si nuestro biomarcador indica que pasamos la barrera del estado saludable?

Quizá podamos rellenar alguno de los múltiples test online que se ofrecen en internet como método infalible para el cálculo de nuestra edad biológica o, visto desde otra perspectiva, cuántos años de vida nos quedan por delante. O también podemos acudir a una de las clínicas antiaging que proliferan especializadas en el tratamiento antiaging y que, como primer paso, nos someterá a todo tipo de determinaciones de metabolitos en sangre y medida de niveles de hormonas.

Las pruebas analíticas metabólicas a partir de muestras de sangre son las habituales, a las que estamos familiarizados cada vez que nuestro médico solicita un análisis de sangre para comprobar de manera general cuál es nuestro estado de salud. Son útiles para comprobar cómo nos encontramos físicamente, pero realmente no atienden a ningún aspecto concreto derivado del envejecimiento. Si bien es cierto que podemos establecer una relación entre peores parámetros analíticos durante la vejez, no es menos cierto que podemos encontrar ancianos con niveles envidiables de colesterol, azúcar, etcétera.

Las medidas de niveles hormonales, por otra parte, están muy de moda, puesto que es bien conocido que los niveles de estrógenos, testosterona y de hormona del crecimiento disminuyen claramente con la edad, especialmente cuando superamos la cuarentena. No obstante, su relación con el proceso de envejecimiento no es clara y entrañan un riesgo. A la estela de países como Estados Unidos, podemos terminar asistiendo al triste espectáculo de terapias antienvejecimiento a base de inyecciones hormonales en clínicas incontroladas, en lo que podría terminar siendo una Operación Puerto, edición Tercera Edad. Las clínicas más esotéricas puede que incluso decidan medir nuestros campos y flujos energéticos, procedentes de no-se-sabe-qué energías. En contraposición a estas cuestionables prácticas, ¿qué biomarcadores de envejecimiento propone la ciencia?

La juventud molecular

La investigación biomédica sobre las causas del envejecimiento es reciente. Hasta hace un par de décadas, tratar de averiguar los mecanismos moleculares que dictaban el envejecimiento era visto como algo inútil, no digamos ya la búsqueda científica de métodos capaces de revertir el proceso, que parecía una quimera seudocientífica más cercana a la charlatanería que a la ciencia seria de laboratorio y experimentos bien diseñados. Sin embargo, la descripción de alteraciones genéticas puntuales y bien definidas que permiten alargar la vida de manera espectacular en organismos modelo ha llevado a multitud de laboratorios del mundo a abrazar la búsqueda de una fuente de la eterna juventud molecular.

Uno de los mayores esfuerzos de los investigadores ha sido intentar definir cuáles son los cambios a nivel molecular que se correlacionan con el proceso de envejecimiento, con el objetivo doble de que puedan estar implicados causalmente en el proceso y con el de que sirvan de biomarcadores del envejecimiento. En un mundo ideal, podríamos llegar a conocer cuáles son los cambios en la expresión de nuestros genes que suceden al hacernos mayores, y que esto nos permitiera diseñar biochips de envejecimiento. Sin embargo, estas búsquedas han resultado hasta el momento infructuosas, y tropiezan con el problema añadido de no aportar información sobre la razón de los cambios que puedan observarse.

Otro enfoque es el de atender a teorías sobre las causas del envejecimiento y tratar de encontrar a los principales sospechosos, en la escena del crimen y con las manos en la masa. Así, por ejemplo, muchos se han afanado en desarrollar sistemas de detección de radicales libres de oxígeno siguiendo la estela de las teorías que implicaban al estrés oxidativo como base del proceso de envejecimiento. Actualmente, esta teoría está muy poco sustentada por la evidencia y se considera refutada. Las observaciones iniciales mostraban una acumulación progresiva de moléculas oxidadas con la edad y una mayor producción de especies reactivas de oxígeno (ROS, en inglés), tales como los peróxidos y los iones superóxido, productos derivados del metabolismo intracelular que trascurre en las factorías energéticas de las mitocondrias durante la respiración, y que emplean como combustible fundamental el oxígeno. Sin embargo, la producción de estos ROS y el envejecimiento no parecen guardar una relación causal y, por tanto, parece poco útil medir niveles de moléculas oxidadas o radicales libres de oxígeno.

Las clínicas antiaging están algo atrasadas con respecto a los avances científicos y siguen proponiendo en sus folletos conectarnos a complejos sistemas de medición del estado redox de nuestro organismo, mediante aparatosas máquinas de sofisticada apariencia y más que dudosa base científica. Resulta muy atractivo e intuitivo explicar el envejecimiento simplemente como el resultado de un proceso de oxidación, y muy rentable vendernos productos antioxidantes y terapias basadas en este proceso, pero no existe evidencia científica clara a su favor. De hecho, la evidencia científica disponible apunta a lo perjudicial para la salud de una suplementación antioxidante.

Una de las teorías del envejecimiento más apoyadas por datos científicos nos habla del acortamiento telomérico como verdadero reloj biológico que dicta la edad de nuestras células. Los telómeros son estructuras en los extremos de nuestros cromosomas (el andamiaje que sustenta el genoma) formadas por repeticiones de segmentos cortos de ADN a los que se unen diversas proteínas, y que sirven de protección frente a la erosión que sufren con cada división celular. Hace ya medio siglo se comprobó que las células de nuestro organismo son capaces de dividirse un número finito de veces. Pero, ¿cómo saben las células cuántas veces se han dividido? La investigación de los detalles moleculares de este proceso reveló que la célula lleva la cuenta gracias a la medida de la longitud de estos telómeros, puesto que su extensión es proporcional al número de veces que la célula tuvo que realizar el proceso de replicación, con su consiguiente pérdida de secuencia telomérica.

Hoy sabemos que esto mismo es básicamente cierto también a nivel del organismo completo, y existen estudios que intentan medir los telómeros de muestras de sangre de grandes poblaciones de individuos de distintas edades y características, con la idea de establecer un patrón que nos sirva de medida estándar.

La longitud telomérica media decrece con la edad de una manera paulatina y constante, ycierta longitud crítica define una frontera entre estado saludable y enfermedad. Diversos estudios describen cómo un estilo de vida sedentario, la obesidad, el estrés y ciertos hábitos alimentarios se correlacionan con un mayor acortamiento telomérico. Esto ha conducido ya a la creación de empresas biotecnológicas que proponen medir nuestros telómeros como verdadero test de envejecimiento biológico.

La idea es que con una simple extracción de sangre podemos aislar células y medir en ellas la longitud de sus telómeros, para saber si se corresponden con nuestra edad cronológica o si, por el contrario, muestran indicios de un mayor riesgo de padecer un problema de salud o de envejecimiento acelerado, incluso antes de que aparezcan los primeros signos de enfermedad, para aumentar con ello nuestro tiempo de reacción y tratar de poner coto a futuros problemas. El reto ahora es definir correctamente cuáles son los niveles “sanos” frente a los patológicos, y quizá para eso sea necesario emprender una mastodóntica recolección de muestras sanguíneas entre la población con el fin de llegar a establecer los límites.

Otro factor recientemente propuesto como un mejor marcador del proceso de envejecimiento es la proteína supresora de tumores p16INK4a. La pérdida de la expresión de esta proteína es uno de los defectos más habituales durante el desarrollo de un tumor. Podemos decir que la célula tumoral necesita irremediablemente liberarse de las ataduras que supone un control férreo de la capacidad proliferativa, puesto que si algo caracteriza y hace letal a un tumor, es su capacidad ilimitada de crecimiento. Las células tumorales son básicamente inmortales, han sido capaces de escapar del control de la maquinaria de envejecimiento. Algo a lo que, como organismos, aspiramos desde el inicio de los tiempos, ¿contradictorio?

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Redacción QUO